“Su padre enloqueció, se crió en una institución social, fue encarcelado, pero el cantante siempre fue fiel a sí mismo: a un incendio melódico que es (y será) espejo de México. Era y es un sentimiento. Juan Gabriel, mucho más que una voz, un compositor o un símbolo, fue un estado del alma. A veces dulzón y cálido, otras roto y llorado. Pero siempre fiel a sí mismo, a un incendio melódico que a lo largo de seis décadas nunca se apagó y que es (y será) espejo de México…”, escribía horas atrás el periodista mexicano Jan Martpinez Ahrens.
Nacido el 7 de enero de 1950 en Parácuaro (Michoacán), Alberto Aguilera Valadez tocó las teclas del alma mexicana como muy pocos a lo largo de su historia. Y no fue fácil. En un país de sangre y tormento, Juan Gabriel parecía destinado a estrellarse contra el muro de los prejuicios. Frente a las canciones de pelo en pecho, su presencia felina, sus ademanes delicados, sus imposibles y vaporosas camisas, le hacían el candidato perfecto para el escarnio. Pero nada de ello le frenó. Con su música, un desbordante maridaje de guitarras y almíbar, logró quebrar toda resistencia. Por encima de tendencias políticas, más allá de regionalismos e incluso de gustos, hizo de sí mismo un sentimiento compartido en el que gran parte del país se reconocía. Sus conciertos eran acontecimientos masivos que duraban horas y concitaban olas de un entusiasmo ciclópeo. En esos momentos, excesivo y polícromo, era el rey.
El misterio de esa fuerza hay que buscarlo en su propia vida. Como tantas veces sucede, su estrella emergió de los escombros. Fue el menor de 10 hermanos de una familia campesina y pobre de Michoacán. Al poco de nacer, su padre enloqueció, y para rematar el cuadro, el pequeño Alberto, tras un agrio peregrinaje, recaló a los cinco años en una institución social, lejos de su madre y enfrentándose al mundo hostil del olvido. Ahí aprendió música y de ahí también escapó a los 13 años para regresar con su progenitora y vender burritos por las calles de Ciudad Juárez.
El misterio de su sexualidad, el pánico a las entrevistas, su ocultamiento bajo el maquillaje de una felicidad fácil aumentaron su leyenda
Pudo entonces haberse perdido para siempre en la corriente de los días. Pero el fuego de la música tiró de él. Compositor compulsivo, viajó por todo el país para ofrecer sus canciones. Quienes le conocieron en esa etapa inaugural le recuerdan como un joven bonachón y entregado, alguien dispuesto a lo que fuera por hacerse oír. Un idealista o una presa fácil, según se mire. Paso a paso, bajo el nombre artístico de Adán Luna, se abrió camino. En las boîtes y salas de mal amanecer empezó a hacerse un nombre. El futuro parecía despejarse cuando le alcanzó la puñalada que le marcaría de por vida. En la Ciudad de México fue acusado de robo e ingresó en la penitenciaría de Lecumberri. 18 meses de cautiverio. Ahí terminó de fraguarse su alma de superviviente. Durante aquel tiempo nunca dejó de tocar. Entre barrotes, su pasión llamó la atención del propio director del centro, quien, tras revisar su caso, le ayudó a salir. En su expediente, nunca figuró condena alguna.
Una vez fuera, cambió de nombre y nació Juan Gabriel. Lejos de arredrarse, mostró a cuantos pudo su repertorio, tuvo apoyos, convenció a las discográficas. Ya demasiadas veces roto, se tornó indestructible. Y en 1971 logró su primer éxito. La canción, cómo no, se titulaba ‘No tengo dinero’. A partir de entonces, la fama nunca le abandonó. Y tampoco su historia, de la que jamás renegó.
Aun así, pese a los focos y su amor intenso a los escenarios, fue una personalidad reservada. El misterio de su sexualidad, el pánico a las entrevistas, su ocultamiento bajo el maquillaje de una felicidad fácil aumentaron su leyenda. Los que le trataron siempre han hablado de la existencia de dos Juan Gabriel diametralmente opuestos. El público y el privado. A la mayoría sólo les fue dado a conocer el primero. El segundo, el que murió de un infarto en California, aún tardará en emerger. Pero poco importa. Con el primero bastó. En sus baladas, boleros, rancheras, huapangos, rumbas, sones y salsas, Alberto Aguilera Valadez, más conocido como Juan Gabriel, hizo música de su alma. Y con ella, bailó México.
Al ritmo del ‘Noa Noa’, un imitador de Juan Gabriel anima a quienes se reunieron para despedir a su ídolo en el Palacio de Bellas Artes
Una verbena popular se ha montado a las puertas del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México para despedir a Juan Gabriel. La urna con los restos del cantautor ha hecho un largo viaje desde Los Ángeles, donde el Divo de Juárez murió el pasado 28 de agosto, hasta el centro de los homenajes culturales de México. A Alberto Aguilera Valadez, cuentan sus seguidores, le hubiera gustado una fiesta para celebrar su muerte en lugar de un triste sepelio. La espera de casi 24 horas a las puertas del recinto ha dado paso a una celebración de su música y un tributo a su imagen como icono de la música popular mexicana.
Al ritmo del ‘Noa Noa’, un imitador de Juan Gabriel anima a quienes desde la mañana de este lunes se reunieron para despedir a su ídolo. Con peluca, lentejuelas, lentes oscuros, los movimientos clásicos del Divo y un ritmo al que es muy difícil resistirse. La pena de perder a un símbolo de México se olvida por un momento cantando sus canciones: ‘La diferencia’, ‘Si quieres’, ‘Caray’, ‘Amor Eterno’… Revistas y afiches con la imagen del intérprete inundan la fila, también muchas flores. A los mexicanos les gustan las esperas largas y los seguidores de Juan Gabriel han hecho de la espera un modo de vida.
“Mi mamá ya sabía que si Juan Gabriel visitaba Monterrey, iba a faltar a la escuela y que entonces me escribía una nota para la maestra”
En la punta de la fila están Marisela Zúñiga y Tina Tristán. Han viajado desde Monterrey (Estado de Nuevo León, en el norte de México) y han esperado casi 24 horas para poder despedirse de su ídolo en la Ciudad de México. Se hicieron amigas por él en 1992, cuando ambas esperaban que Juan Gabriel saliera de su hotel para dar un concierto. “No solo ha sido un artista excepcional, se nos ha ido un gran ser humano que nos daba nuestro lugar como fans, como ningún cantante lo hace ya en México”, dice Marisela con lágrimas en los ojos.
Cuando Tina tenía 16 años conoció a Juan Gabriel y comenzó un periplo de 30 años para acompañarlo a todos sus conciertos. “Mi mamá ya sabía que si Juan Gabriel visitaba Monterrey, yo iba a faltar a la escuela y que entonces me tenía que escribir una nota para la maestra”, cuenta con nostalgia. Para ella, la muerte del cantante es el fin de un ciclo en su vida, de largas esperas y ansias por verlo cantar en el escenario. La última vez fue hace dos meses en Sonora, Juan Gabriel reunió a un selecto grupo de sus más fieles seguidores para celebrar sus 45 años de carrera artística. Saludó personalmente a todos y les agradeció su afecto.
El Palacio de Bellas Artes ha sido coronado con un escenario en el que cantantes como Aída Cuevas, el tenor Fernando de la Mora y la Sonora Santanera interpretaron el famoso repertorio del Divo de Juárez. Dentro, la urna con las cenizas del cantante se exhibió para que sus amigos y seguidores dieran el último adiós al intérprete. El Gobierno mexicano ha anunciado que las puertas del Palacio estarán abiertas hasta que el último visitante se presente frente a la urna. En los funerales y los panteones de México es común encontrar a mariachis o tríos cantando ‘Amor Eterno’, una canción que Juan Gabriel compuso tras la muerte de su madre en 1974. Es la melodía del adiós y con pena los mexicanos se la cantan este lunes a su autor.
En 1990, el conflicto estalló: Juan Gabriel actuaría en el Palacio de Bellas Artes capitalino, entre murales de Rivera, Siqueiros y Orozco
Cosas que aprendí viajando a México, antes de residir en Cancún, Quintana Roo: que bajo ningún concepto, aunque estuvieras rodeado de modernos y rockeros, podías burlarte de Juan Gabriel. El país entero había alimentado su fibra emocional con las canciones del ‘Divo de Juárez’, interiorizando su brava historia de chico pobre hecho a sí mismo. Y ninguna broma con su sexualidad. Juanga era el punto en que discrepaban los que mantenían una visión jerárquica de la República y los que apostaban por asumir la realidad. En 1990, el conflicto estalló cuando anunciaron que Juan Gabriel actuaría en el Palacio de Bellas Artes capitalino, entre murales de Rivera, Siqueiros y Orozco. Toda una conmoción: se veía como una degradación, el triunfo de la estética Televisa.
Allí se batió con valentía Carlos Monsiváis. Agudo observador de la cultura mexicana, había estudiado a Juan Gabriel en su libro ‘Escenas de pudor y liviandad’ (1981), donde señalaba el prodigio de que un cantante amanerado hubiera conquistado el cariño de un país machista hasta la caricatura. Monsiváis afirmó que, por muy indignas que fueran Televisa y demás plataformas de la industria cultural nacional, allí florecían genuinos talentos.
Juan Gabriel estuvo moderado aquella noche de 1990. Cierto que, más adelante, se soltó la melena e invadió aquel sagrado escenario con batallones de mariachis, coristas y bailarines (no, no traficaba en sutilezas). Terminé viéndole actuar en directo en ecológico y ultrajado Tajamar, el 21 de diciembre del 2012. Detrás de él, una laguna; de frente, la mitad de la luna y 24 mil 700 personas que acudieron anoche a cantar con él, lo mejor de su repertorio para iniciar el cierre del ciclo de cinco mil 250 años o 13 Baktun, marcado en el Calendario Maya como preludio a una Nueva Era que comenzaba…
Juan Gabriel no se olvidó nunca del México profundo, actuando en palenques, entre peleas de gallos y la ocasional balacera. Pero Juan Gabriel imponía su tregua. Estaba, literalmente, por encima del bien y del mal. Volvía con su jet privado a Estados Unidos y los policías gringos -muchos, con apellidos hispanos- le rendían pleitesía. Había sido el dique de contención ante la invasión musical anglófona: renovó el repertorio de rancheras, boleros y baladas. Ahora, ocasionalmente, hasta aceptaba el rock. Una de sus últimas grabaciones fue la adaptación del ‘Have you ever seen the rain?’, de Creedence Clearwater Revival: la fatalista reflexión de Fogerty sobre los ciclos de la vida se había convertido en un insípido himno al sol. Cosas del Juanga.
En su columna de Milenio lo calificó como uno de “los letristas más torpes y chambones en la historia de la música popular”
La UNAM recibió y aceptó la renuncia del escritor Nicolás Alvarado como director de TV UNAM, según reporta el diario El Universal. Esto sucedía a unos días de la publicación de su controversial columna del ‘fresa’ intelectual, amigo de gafas de armaduras blancas, corbatas de corazoncitos y colonias kitsch de la plaza Vendôme de París, en la que criticó la música e imagen de Juan Gabriel. En el texto, Alvarado concluye que le irritan las lentejuelas que usaba el cantante por nacas y la sintaxis de sus canciones por iletrada. Estos últimos comentarios fueron fuertemente criticados en Twitter, por lo que el nombre del escritor se convirtió en ‘trending topic’ el día de la publicación de su columna, el pasado martes.
Varios usuarios en Twitter habían pedido su renuncia, al considerar que un funcionario de una universidad pública no debía usar palabras discriminatorias como naco o referirse de forma peyorativa a un ícono de la música popular mexicana. En su vida soñó Nicolás Alvarado esta mala fama. Se le olvidó un pequeño detalle: él es -era- funcionario de TV UNAM. El escritor Nicolás Alvarado Vale, se dio a conocer a través de los programas de Televisión, su manera de hablar, así como su amplio conocimiento en diversos temas culturales a nivel mundial le bastaron para que se convirtiera en analista del programa ‘Primero Noticias’, de Carlos Loret de Mola; ahí tenía una cápsula de cultura. Su amplia trayectoria le valió ser nombrado en enero pasado director de TV UNAM, una señal de televisión propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México y administrada por la Dirección General de Televisión Universitaria. El canal forma parte de la Coordinación de Difusión Cultural de la Universidad Nacional y reúne la variedad cultural, científica, artística, así como pensamientos universitarios para impulsar el desarrollo de formatos y lenguajes audiovisuales.
La llegada de Alvarado al canal le generaron duras críticas al rector de la máxima casa de estudios, Enrique Graue Wichers, a quien los universitarios y trabajadores le manifestaron que el periodista no era egresado de la UNAM. También aseguraron que no conocía la casa de estudios y que desde el principio mantuvo una actitud “arrogante” y despidió de mala manera a muchos de sus compañeros de trabajo. Sin embargo, el rector en su momento defendió la designación al sentenciar que era la persona “correcta” para la posición. Al mismo tiempo consideró normales las voces críticas, porque “son parte de la pluralidad”.
En “Fuera de Registro” escribió “No me gusta ‘Juanga’ (lo que le viene guango)”, las reacciones en redes sociales no se hicieron esperar
Fue el pasado martes cuando Alvarado Vale que colabora con el periódico Milenio con su columna “Fuera de Registro” escribió “No me gusta ‘Juanga’ (lo que le viene guango)” y de inmediato las reacciones en redes sociales no se hicieron esperar. Alvarado describió al compositor como uno de “los letristas más torpes y chambones en la historia de la música popular”. Aseguró que su rechazo al trabajo de Juan Gabriel es “clasista”: “Me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”, entre otras duras críticas. Pero lo que desató la ira fue el uso de frases como “mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas”. El primer calificativo describe peyorativamente a un homosexual y el segundo es un insulto que define a una persona de mal gusto y poco educada, que además tiene un cariz racista pues es un vocablo de origen indígena.
Su manera de escribir contra Juan Gabriel provocó que Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) solicitara diversas medidas precautorias a Nicolás, debido a que su escrito pudiera considerarse presuntamente clasistas y discriminatorias contrarias a la dignidad de las personas de la diversidad sexual. Y ante la ola de críticas que se le vinieron encima, el pasado jueves, Alvarado Vale renunció a la dirección de TV UNAM y el rector Graue Wiechers “reconoció la dedicación y la creatividad empeñada por Nicolás Alvarado durante su gestión al frente de TV UNAM”. Y le deseó éxito en sus futuros proyectos personales y profesionales.
La libertad de expresión tiene límites establecidos por la ética, la legalidad, el respeto y los valores del periodismo (u oficios afines). Nicolás Alvarado tenía el derecho de decir lo que quisiera, como persona. Pero como periodista, comunicador profesional y funcionario público tenía también el deber de comportarse de forma ética, plural, respetuosa. La aceptación de su renuncia en TV UNAM ha levantado polémica y puede parecer incluso excesiva. Sin embargo, su responsabilidad sobre un hecho reprochable es innegable.
El periodismo es investigación, fundamentación, imparcialidad, contextualización, honestidad, responsabilidad social…
El texto “No me gusta Juanga (lo que le viene guango)” de Alvarado es muestra del mal periodismo de opinión que abunda en México. Porque una columna fija en un periódico de circulación nacional es una actividad periodística y quien la escribe no puede renegar de su condición como periodista. Basta recordar algunos de los valores fundamentales del “mejor oficio del mundo” para darnos cuenta de las fallas: El periodismo es investigación, fundamentación, imparcialidad, contextualización, honestidad, responsabilidad social…
La columna de Nicolás Alvarado comienza poniéndolo a él en el centro. El texto es un recuento de su domingo importunado por la muerte de Juan Gabriel. El occiso no es lo importante, ni la trascendencia de su obra. El centro de dicha columna es el autor de tal escrito. Incluso el periodismo de opinión, siempre subjetivo y basado en puntos de vista, debe tener en cuenta que es una actividad social y no un diario privado. En palabras de la cronista argentina Leila Guerriero, el periodista debe aspirar a “Desaparecer completamente”, como la canción de ‘Radiohead’.
El remate de la columna contra Juanga es aún más criticable. Nicolás Alvarado se declara abiertamente clasista y fundamenta su disgusto diciendo que Juan Gabriel usaba lentejuelas “nacas”, una histeria “elemental” y una sintaxis “iletrada”. Paupérrima fundamentación para uno de los comunicadores con mayor proyección e influencia en el periodismo cultural mexicano. Tal remate lleva claramente sarcasmo e ironía. Un chascarrillo. Por supuesto que el humor es un recurso válido de cualquier escritura y del periodismo de opinión. Sin embargo basta ir al diccionario para saber que el sarcasmo y la ironía no son los mejores recursos periodísticos: Son burlas hirientes. El periodismo no puede ser hiriente porque cumple una función social informativa, reflexiva y crítica. Al burlarse hirientemente de Juan Gabriel, Nicolás Alvarado se burló hirientemente de parte de sus propios lectores. Lo que tendría que ser un texto al servicio de la sociedad, se convirtió en una expresión intimista de sus gustos personales.
Decidió renunciar como parte de tal reflexión ética, la decisión me parece razonable. Sería preocupante si se comprobara que “lo renunciaron”
¿Y acaso no es válido exponer gustos personales? A veces. Si vienen al caso y son pertinentes. En este caso parece más un arrebato de desafortunada honestidad. Un juicio de valor basado únicamente en el gusto personal y el prejuicio implícito de que la llamada “alta cultura” es mejor que la cultura popular. Hay espacio para todo y ese tipo de expresiones pudo haber encontrado mejor lugar en otra parte: un diario personal, un blog ultra subjetivo, una plática con amigos. No en una columna periodística dentro de un diario de amplia circulación. De paso hay que reflexionar también sobre el papel de los editores contemporáneos ante los textos de los comunicadores más famosos… ¿El editor no detectó la posible polémica? ¿Acaso alguien leyó el texto antes de publicarlo? ¿El autor no recibió aunque sea una observación crítica sobre su columna? ¿Los editores sí lo leyeron y así decidieron “jugársela”?.
El buen periodismo no puede permitirse discriminar porque debe ser plural, con pruebas, fundamentado, ético y responsable. La discriminación llega cuando uno escribe desde el prejuicio, el argumento falaz, la generalización y las ganas de herir. Es algo que va mucho más allá de decir “personas con discapacidad” en vez de “minusválido”. El uso de términos “polite” es lo de menos cuando el prejuicio supera la ética periodística. Nicolás Alvarado fue víctima de sus propios prejuicios.
Habrá quien quiera eximirlo de culpa diciendo que él no es un periodista o que en las columnas de opinión se vale todo. Yo no puedo más que disentir de esa opinión. Los espacios donde Alvarado se ha desempeñado son evidentemente periodísticos: Canal 22, Foro TV, TV UNAM, Milenio. La función social de sus espacios es evidentemente la del periodismo cultural: analizar, criticar, divulgar y reflexionar sobre la cultura. El periodismo de opinión es, sobre todo y antes de todo, periodismo. No me parece que sea una cuestión de violación a su libertad de expresión, ni una persecución de la policía de las buenas costumbres. Creo que es sobre todo un asunto de ética profesional. Como todo dilema ético es una reflexión desde la razón y la voluntad. Si Nicolás Alvarado decidió renunciar como parte de tal reflexión ética, la decisión me parece razonable. Sería preocupante si se comprobara que “lo renunciaron” mediante presiones oscuras. Eso sí sería censura y limitación. El periodismo más que un oficio, es una ética. Ojalá esté caso sirva de lección para recordarlo.
“Lo que se ve no se pregunta”, dijo el intérprete con voz susurrante. Aunque la respuesta fue ambigua, el cantautor era un ícono gay
Juan Gabriel nunca habló públicamente de su sexualidad. A lo largo de su carrera, varios entrevistadores y periodistas le preguntaron de forma sutil si era gay, pero él nunca dio una respuesta definitiva. La más famosa fue para el presentador de Univisión Fernando del Rincón, en una entrevista de 2002. “Lo que se ve no se pregunta”, dijo el intérprete con voz susurrante. Aunque la respuesta fue ambigua, el cantautor siempre ha sido considerado un ícono gay, asegura Ricardo Baruch, activista e investigador sobre temas de diversidad sexual. “Nunca aceptó serlo del todo, pero tampoco lo ocultaba”, dice a Verne vía telefónica. “Por muchas generaciones, los homosexuales en México pudieron verse reflejados en él y descubrir que ellos no eran los únicos”.
Las frases, la vestimenta y sobre todo, las canciones del ‘Divo de Juárez’ han sido parte de la cultura LGBT mexicana desde finales de los setenta, cuando este inició su carrera, explica Genaro Lozano, politólogo y académico de la Universidad Iberoamericana. “Por la manera en la que desafiaba los roles de género en la televisión nacional, él representa un ícono del que la comunidad lésbico-gay se apropió sin su permiso”, comenta vía telefónica. “Juan Gabriel siempre envió un mensaje universal sobre el amor y el desasosiego pero al mismo tiempo cantaba y escribía canciones desde la perspectiva de un hombre con una sensibilidad feminizada y sobre el tormento de tener un amor inalcanzable, con el que muchos de nosotros nos identificamos”.
Para Lozano, la presencia de los éxitos del cantante entre la comunidad LGBT es innegable. “Juan Gabriel nunca fue a marchas gay, él nunca dirigió un mensaje en pro de la homosexualidad, pero su música se escucha en las marchas y se canta a todo pulmón y con orgullo en los antros gay. Las ‘drag queens’ que la imitan en bares y espectáculos cantan sus canciones, que se han convertido en sus himnos”.
Una de ellas es ‘Noa Noa’, sobre el bar de Ciudad Juárez del mismo nombre, que él describe como “un lugar de ambiente, donde todo es diferente”. Luis Guzmán, vicepresidente de Codise, organización LGBT en Jalisco explica: “En los ochenta y noventa cuando no podías decir que alguien era gay decías que era alguien de ambiente, actualmente así se le dice a muchos antros y bares gays. El ‘Noa Noa’ no era uno de ellos como tal, pero sí era un punto de reunión de trabajadoras sexuales y gente homosexual donde había más libertad para ser tú mismo, era un lugar libre de prejuicios”.
“Yo tengo amigos gay, a mí no me molesta que sean gays, siempre y cuando no se besen enfrente de mí o se quieran casar”, doble moral
A pesar de su imagen y las letras de sus canciones, el cantautor gozó durante buena parte de su carrera de una popularidad innegable en una sociedad en la que aún persiste la homofobia. “Los prejuicios que han existido desde que inició su carrera no evitaron que alcanzara la fama y la aceptación del público, yo lo considero un fenómeno social”, agrega Guzmán. Pero esto tiene una explicación, de acuerdo con el activista: “Esto refleja la doble moral mexicana sobre la homosexualidad. Es la clásica frase: Yo tengo amigos gay, a mí no me molesta que sean gays, siempre y cuando no se besen enfrente de mí o se quieran casar”.
Para Ignacio Lozano, psicólogo e investigador sobre temas de género de la UNAM, esta contradicción es común en México y otros países de América Latina. “Es un esfuerzo por mantener cierta imagen familiar e individual basada en ciertas normas”, explica vía telefónica. Para mantener ese orden existe el secreto a voces, él lo que se ve no se pregunta o el si no me preguntas, yo no te digo. Esto permite el funcionamiento de la familia y la sociedad bajo el orden tradicional. Cuando alguien admite su homosexualidad y la verdad sale a la luz existe una disrupción de ese orden”.
Aunque Juan Gabriel no tuvo una relación pública con la comunidad gay, el cantante contribuyó a una mayor aceptación de la diversidad sexual en México, asegura Genaro Lozano. “Juan Gabriel compartió una reflexión sobre de su sexualidad cuando dijo lo que se ve no se pregunta”, agrega. “Lo hizo en una época en las estrellas de su nivel temían admitir o demostrar su homosexualidad por miedo a perder contratos o fans. Todavía hay muchos que lo ocultan, pero casos como el de Ricky Martin nos habla de que existe un cambio enorme. Algunos considerarán esa frase de Juan Gabriel como un acto de valentía, otros siguen creyendo que quedó a deber una respuesta más contundente”.
Las ‘lentejuelas nacas’ de Juan Gabriel acabaron con el ‘fresa’ escritor Nicolás Alvarado; en un país de sangre y tormento, Alberto Aguilera Valadez parecía destinado a estrellarse contra el muro de los prejuicios, frente a las canciones de pelo en pecho; su presencia felina, sus ademanes delicados, sus imposibles y vaporosas camisas, le hacían el candidato perfecto para el escarnio, pero nada de ello le frenó; con su música, un desbordante maridaje de guitarras y almíbar, logró quebrar toda resistencia; por encima de tendencias políticas, más allá de regionalismos e incluso de gustos, hizo de sí mismo un sentimiento compartido en el que gran parte del país se reconocía; el ‘dimitido’ no entendió que sus conciertos eran acontecimientos masivos que duraban horas y concitaban olas de un entusiasmo ciclópeo, y en esos momentos, excesivo y polícromo, era el del ‘Amor Eterno’ y el ‘Noa Noa.
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