“Debido al comportamiento represivo de los gobernantes saudíes hacia los huéspedes de Dios, el mundo musulmán debe reconsiderar la gestión de los lugares santos y la cuestión del Haj”, sugiere Jamenei en su mensaje previo a la peregrinación, que se inicia hoy viernes, 9 de septiembre. En vísperas de esa gran cita de los musulmanes y con un lenguaje más hosco de lo habitual, la máxima autoridad de Irán acusa a los dirigentes saudíes de “blasfemos, carentes de fe, dependientes y materialistas”, tras atribuirles la responsabilidad por la inestabilidad regional por su apoyo a los grupos yihadistas, a los que él se refiere como ‘takfiri’. “Debemos comprender que aquellos no son musulmanes; son seguidores de magos. Su hostilidad hacia los musulmanes es antigua, en especial hacia los suníes”, afirma el jeque Abdelaziz Bin al Sheij utilizando un término coránico, majus, que se refiere a los zoroastrianos y quienes adoran el fuego. El muftí de Arabia Saudí contestaba al diario Meca sobre las críticas de Jamenei.
La mayoría de los iraníes siguen el chiísmo, rama minoritaria del islam que los extremistas suníes consideran herética, una convicción que ha justificado asesinatos y matanzas en Irak, Siria, Pakistán y Afganistán. Que la máxima autoridad religiosa saudí diga que los chiíes no son musulmanes es algo muy serio. “Por supuesto [que] no hay parecido entre el islam de los iraníes y de la mayoría de los musulmanes y el extremismo intolerante que predican el más alto clérigo wahhabí y los maestros saudíes del terror”, se apresuró a responder el ministro iraní de Exteriores, Mohammad Javad Zarif, en su Twitter.
También el presidente iraní, el habitualmente moderado Hasan Rohaní, se ha hecho eco de las palabras de su líder supremo y ha pedido a los musulmanes que se unan para castigar a los responsables saudíes por su mala gestión del peregrinaje. “Los países de la región y el mundo islámico, en general, debieran adoptar medidas coordinadas para resolver los problemas y castigar al Gobierno saudí”, manifestó Rohaní durante una reunión del Consejo de Ministros este miércoles, según la agencia estatal IRNA.
La crisis exacerbada por la incapacidad de los dos países rivales de Medio Oriente de hallar un acuerdo para la participación de los iraníes
En su mensaje para el Haj, Jamenei menciona la estampida y el accidente de la grúa que tuvieron lugar el año pasado, y responsabiliza a las autoridades saudíes “en ambos casos”. Ha sido la postura oficial iraní desde que ocurrieron, añadiendo leña al fuego de las malas relaciones bilaterales. De hecho, las diferencias han impedido la participación de iraníes en la peregrinación de este año, algo de lo que también culpan a los saudíes. El Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), que agrupa a las seis monarquías de la península Arábiga, ha cerrado filas con Arabia Saudí. Su secretario general, Abdullatif al Zayani, ha calificado las palabras de Jamenei de “inadecuadas y ofensivas”. “Se trata de una clara provocación y un intento desesperado de politizar el peregrinaje”, ha dicho en un comunicado.
La guerra verbal entre Irán y Arabia Saudí alcanzó hoy nuevos niveles con las agresivas acusaciones mutuas que ambos países se profirieron horas antes del punto culminante de la peregrinación musulmana a La Meca, de la que los iraníes quedaron excluidos este año. En un último ataque virulento, el ayatolá iraní Alí Jamenei sostuvo este jueves que la familia real saudí “no merece gestionar” los lugares más sagrados del islam. El ataque estuvo secundado por otro del presidente iraní, Hasan Rohani, que, en un llamado sin precedentes, pidió a los países musulmanes se coordinen para “castigar” a Riad por sus crímenes.
La crisis está exacerbada por la incapacidad de los dos países rivales de Medio Oriente de hallar un acuerdo para la participación de los iraníes en la peregrinación. En 2015 una estampida gigantesca en La Meca provocó la muerte de 2.300 personas, de las cuales 450 iraníes. Teherán acusó en mayo a Riad de “sabotaje” y el reino saudí consideró inaceptables las exigencias iraníes -en particular la de organizar manifestaciones- para la participación de sus ciudadanos en el peregrinaje, uno de los cinco pilares del islam.
El gran muftí saudí, el jeque Abdel Aziz al Sheij, había afirmado en las últimas horas que los iraníes “no son musulmanes. Su hostilidad hacia los musulmanes es antigua, en particular contra los sunitas”. El muftí reaccionaba a su vez a las declaraciones del Guía Supremo iraní que había pedido el lunes reconsiderar la gestión por Riad de los lugares santos del islam, La Meca y Medina. Más allá de la disputa por la peregrinación, la República Islámica (chiita) y el reino saudí (sunita) están inmersos en una lucha de influencia en la región, en Siria como en Yemen.
“Efectivamente no hay ninguna semejanza entre el islam de los iraníes y el del extremismo fanático que predican los saudíes”
Desde enero rompieron sus relaciones diplomáticas. La decisión la tomó Riad tras el ataque a su embajada en Teherán por manifestantes que protestaban contra la ejecución en Arabia Saudita de un dignatario religioso chiita. “Los países de la región y el mundo islámico deben coordinar sus acciones para solucionar los problemas y castigar al gobierno saudí”, declaró Rohani en un consejo de ministros. “Si el problema con el gobierno saudí se limitara a la peregrinación, quizá habríamos hallado una solución. Pero desgraciadamente este gobierno, con los crímenes que comete en la región y su apoyo al terrorismo, derrama la sangre de musulmanes en Irak, en Siria, en Yemen y bombardea a diario salvajemente a mujeres y niños yemeníes”, añadió. Rohani aboga por una coordinación entre los Estados musulmanes para que “la peregrinación se desarrolle” normalmente y “los países de la región se libren del apoyo de este régimen al terrorismo y el pueblo yemení pueda vivir en paz y en seguridad”.
Es la primera vez en casi tres décadas que los iraníes no participan en el hach. Poco antes el jefe de la diplomacia iranía, Mohamad Javad Zarif, acusó a las autoridades sauditas de “fanatismo” en respuesta al gran muftí de Arabia Saudita que había declarado la víspera que los iraníes no son musulmanes. El jefe de la diplomacia iraní, Mohamad Javad Zarif, respondió entonces que no había “efectivamente ninguna semejanza entre el islam de los iraníes y el del extremismo fanático que predican los saudíes”.
Las monarquías árabes sunitas del Golfo dieron hoy su respaldo a Riad, acusando a Irán de buscar «politizar» el peregrinaje. “Los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) rechazan las declaraciones sucesivas de los altos dirigentes iraníes contra el reino saudí” que “contienen acusaciones y alegaciones totalmente incompatibles con los valores y preceptos del islam”, denunció el secretario general de la organización, Abdelatif Zayani. En 2015, más de dos millones de peregrinos acudieron a La Meca, el lugar de nacimiento del profeta Mahoma. Todos los musulmanes deben participar en la peregrinación al menos una vez en la vida, siempre y cuando estén dotados de buena salud y tengan suficientes recursos financieros para ello.
Hay en la actualidad entre 1.000 y 1.200 millones de musulmanes en la tierra, es la segunda religión en número de fieles tras el cristianismo
El Islam es una religión monoteísta abrahámica cuyo dogma de fe se basa en el libro del Corán, el cual establece como premisa fundamental para sus creyentes que “No hay más Dios que Alá y que Mahoma es el último mensajero de Alá”. La palabra árabe Allah, hispanizada como Alá, significa Dios y su etimología es la misma de la palabra semítica El, con la que se nombra a Dios en la Biblia. Los seguidores del Islam se denominan musulmanes. Atestiguan que Mahoma es el último de los profetas enviados por Dios. Se aceptan como profetas principalmente a Adán, Noé, Abraham, Moisés, Salomón y Jesús (llamado Isa). Además del Corán, los musulmanes de tradición sunita siguen asimismo los hadices y la sunna del profeta Mahoma, que conforman el Registro histórico de las acciones y las enseñanzas del Profeta. Se aceptan también como libros sagrados la Torá (el Antiguo Testamento de los cristianos), los Libros de Salomón y los Evangelios (el Nuevo Testamento). Se estima que hay en la actualidad entre 1.000 y 1.200 millones de musulmanes en la tierra. Es la segunda religión del mundo en número de fieles tras el Cristianismo.
El Islam se inició con la predicación de Mahoma en el año 622 en La Meca (en la actual Arabia Saudita). Bajo el liderazgo de Mahoma y sus sucesores, el islam se extendió rápidamente. Existe discrepancia entre los musulmanes y no musulmanes de si se extendió por imposición religiosa o militar, o por conversión de los pueblos al Islam.
La primera peregrinación a La Meca la realizó Mahoma con 1.400 de sus hombres en el año 628, con el objetivo de restablecer a Abraham
La ciudad de La Meca se encuentra en Arabia Saudita, al este de Yidda. Es la capital religiosa del Islam, ya que todos los musulmanes deben peregrinar al menos una vez en su vida a la Meca y rezar en la Mezquita. Para los musulmanes, el peregrinaje a La Meca forma parte de uno de los aspectos fundamentales de su fe, los denominados pilares del Islam. ¡Qué es la peregrinación? La peregrinación es hacer una visita la Kaaba, una construcción con forma de cubo que se halla en La Meca, Arabia Saudita, y representa el lugar sagrado y de peregrinación religiosa más importante del Islam. ¿Cómo surgió la peregrinación? La primera peregrinación a La Meca la realizó Mahoma con 1.400 de sus hombres en el año 628, con el objetivo de restablecer las tradiciones religiosas del profeta Ibrahim (Abraham para los cristianos), después de que la situación en esta ciudad hubiera degenerado.
Según la tradición musulmana, hace 4.000 años Ibrahim recibió instrucciones de viajar hacia Arabia con su segunda esposa, Hajira, y su hijo Ismail, para escapar de los celos de su primera esposa Sara. Ya allí, Alá le pidió al profeta que dejara a su mujer y su hijo solos, con algo de comida y agua. Pero las subsistencias se agotaron rápido y Hajira se vio obligada a escalar dos colinas, conocidas como Safa y Marwa, para buscar ayuda, ya que ella y su hijo estaban muriendo de hambre y sed.
Agotada, la mujer se desvaneció y pidió ayuda a Alá. Fue entonces cuando, tras hundir su pie en la arena Ismail, brotó agua, salvando la vida a ambos. Hajira y su hijo sobrevivieron vendiendo a los nómadas que pasaban el agua del pozo, conocido como Zam Zam, a cambio de alimentos, y fue así como los encontró Ibrahim. Alá le pidió entones a éste que construyera un templo dedicado a él: una pequeña estructura de piedra conocida como ‘Kaaba’ (cubo). Con el paso de los siglos, La Meca se convirtió en una ciudad floreciente pero se apartó de las enseñanzas del profeta, de ahí el viaje de Mahoma y sus hombres.
Para peregrimar hay que vestir la típica ropa del peregrino que consiste en dos piezas de tela blanca sin costuras, ‘ataduras mundanas’
La peregrinación a La Meca es uno de los cinco pilares del islam. Todo musulmán adulto que pueda permitírselo, tanto económica como físicamente, debería realizar al menos una vez en su vida este viaje a la ciudad santa. Los otros cuatro pilares del islam son: la profesión de la fe (shahadah), testificando que solo hay un Dios y Mahoma es su profeta; el rezo (salat) cinco veces al día, amanecer, mediodía, media tarde, ocaso y noche; el ‘zakat’, la donación anual a los pobres y más desfavorecidos, que debería ser del 2,5 por ciento de su riqueza; y el ayuno durante el mes sagrado del Ramadán.
Antes de comenzar la peregrinación propiamente dicha, el fiel debe hacer una declaración de intención de que va a realizarlo y cumplir con una serie de requisitos que demuestran su pureza: debe vestir de riguroso blanco sin ningún tipo de ornamento (a esta ropa se le llama también ‘ihram’), no se puede usar colonia ni aceites y el baño está permitido pero sin jabones con olores. Además, no se podrán mantener relaciones conyugales, no se podrán afeitar ni cortar las uñas, y las mujeres, aunque suelan llevar la cabeza cubierta con el burka o el niqab. Para hacer esta peregrinación hay que vestir la típica ropa del peregrino que consiste en dos piezas de tela blanca sin costuras que representan el haber dejado atrás todas las ataduras mundanas.
Una vez completado el primer paso, los peregrinos se trasladan a Mina el día 8 del mes de Dhul Hijjah. Una vez aquí deberán esperar hasta el amanecer del día siguiente para trasladarse hasta el valle de Arafat, una zona abierta a unos 20 kilómetros de La Meca, donde deberán arrepentirse de sus pecados. Los peregrinos se trasladan a Muzdalifa para pasar la noche, donde deberán reunir entre 49 y 70 pequeñas piedras. A la mañana siguiente regresan a Mina.
La lapidación del Diablo (Ramy al Jamarat). Este ritual, uno de los más importantes, se produce el tercer día de la peregrinación y consiste en el lanzamiento de siete piedras contra el mayor de los tres pilares y que simboliza al diablo. Dado que este era uno de los puntos más peligrosos de todo el proceso, en 2004 se optó por cambiar los pilares por largos muros con una zona que recoge las piedras a sus pies.
Sacrificio de un animal (Qurbani). Se debe proceder al sacrificio de un cordero o una oveja, cuya carne se distribuirá entre los pobres. Tradicionalmente, los peregrinos sacrificaban ellos mismos los animales o eran testigos del acto, pero en la actualidad se pueden comprar unos certificados antes de la peregrinación para que en la fecha prevista se sacrifique un animal en su nombre. A continuación, los hombres proceden a cortar sus barbas y las mujeres se cortan un mechón de pelo.
Tawaf. Completado todo lo anterior, los peregrinos regresan a La Meca, donde tiene lugar otro de los rituales más simbólicos del Hajj. Los peregrinos entran a la Gran Mezquita (Masjid al Haram) y dan siete vueltas en sentido contrario a las agujas del reloj en torno a la Kaaba. Al inicio de cada una de las vueltas deben besar y tocar la Piedra Negra (Hajar al Aswad). Una vez concluido este proceso, beben agua de Zam Zam. A continuación, realizan el recorrido por las colinas de Safa y Marwa y regresan, completando el circuito en siete ocasiones. En los dos días siguientes, los peregrinos se trasladan a Mina, donde realizan cada día el ritual de la lapidación del diablo.
Tawaf al Wida. El último día de la peregrinación los peregrinos realizan un último ‘tawaf’ de despedida y piden su perdón a Alá, dando por concluido el Hajj. Algunos de los peregrinos aprovechan para desplazarse a continuación hasta Medina, lugar natal de Mahoma, si bien este capítulo es opcional.
Cada año servía como momento y lugar donde arbitrar las controversias, para resolver deudas y desarrollar el comercio en las ferias de La Meca
La Meca es la principal ciudad de la región del Hiyaz en la actual Arabia Saudita, y una de las más importantes de la península de Arabia. Está situada al oeste de la península y cuenta con casi dos millones de habitantes, localizada en un estrecho valle, a 277 metros sobre el nivel del mar; se ubica a 80 kilómetros del mar Rojo. Ciudad natal de Mahoma, es la más importante de todas las ciudades santas del islam, visitada cada año por millones de peregrinos. Antes de que Mahoma predicara el islam, ésta era ya para los paganos una ciudad santa, con varios lugares de importancia religiosa, entre ellos el más importante de todos: la Kaaba.
Las duras condiciones de la península arábiga significaban, por lo general, un estado de conflicto constante entre las distintas tribus de Arabia, pero una vez al año se declaraba una tregua y convergían en La Meca en un peregrinaje anual. Este viaje se emprendía por razones religiosas, para rendir homenaje al santuario y para beber las aguas del Pozo de Zamzam. Pero también servía cada año como momento y lugar donde arbitrar las controversias, para resolver deudas y desarrollar el comercio en las ferias de La Meca. Estos eventos anuales de las tribus dieron un sentido de identidad común e hicieron de La Meca una ciudad muy importante en toda la península.
En el siglo V, la tribu Quraysh se hizo con el control de La Meca y sus miembros se convirtieron en expertos mercaderes y comerciantes. En el siglo VI se sumaron al lucrativo comercio de especias, ya que las luchas en otras partes del mundo fueron motivo para desviar las rutas comerciales de las peligrosas rutas marítimas a las relativamente más seguras rutas terrestres.
Mahoma era miembro de una pequeña facción, la hachemita, de la tribu gobernante Quraysh. Después de que comenzara a recibir revelaciones y empezara la predicación en contra del paganismo de la ciudad, emigró en el año 622 con algunos seguidores a la ciudad de Medina, y lanzó una serie de redadas contra el comercio de la Meca, atacando caravanas. En la Batalla de Badr diezmó el liderazgo que ostentaba La Meca y ganó para sí un considerable prestigio entre las tribus beduinas. El conflicto siguió, como en la Batalla de Uhud y la Batalla de la trinchera.
Mahoma murió en 632, el Islam comenzó una rápida expansión, y en los próximos cien años se extendió hasta África del Norte y Asia
En 628, Mahoma adoptó una postura más pacífica: él y algunos seguidores trataron de entrar en La Meca en peregrinación, para mostrar que los rituales tradicionales podrían ser adoptados por el Islam. Con el Tratado de Hudaybiyyah se acordó una tregua que permitiría a los musulmanes entrar en la ciudad. Dos años después, la tregua se rompió, pero en lugar de una lucha, la ciudad de La Meca simplemente se entregó a Mahoma, quien declaró la amnistía para los habitantes y dio generosos regalos. Realizó así los principales cambios, ordenando retirar y destruir todas las imágenes de culto del interior de la Kaaba, que se convertía en ese momento en el lugar más sagrado para el Islam y centro de la peregrinación musulmana. Luego regresó a Medina después de nombrar a Attab Bin Usaid como gobernador con un sueldo de 1 dirham al día. Muchas de las tribus arábicas decidieron aceptar el Islam como su propia fe. Mahoma logró entonces algo que parecía imposible: unir a las tribus guerreras de la península arábiga en una sola umma. Su predicación y coránicas visiones se basaron en una síntesis de múltiples sistemas de creencias, combinando elementos de la Arabia preislámica con ideas religiosas judías y cristianas.
Mahoma murió en 632, pero con el sentido de unidad que él había transmitido a los árabes, el islam comenzó una rápida expansión, y en los próximos cien años se extendió hasta África del Norte y Asia. A medida que el Imperio Islámico crecía, la Meca continuó atrayendo peregrinos, no sólo de Arabia, sino en adelante de todo el Imperio. Otro cambio importante fue que los musulmanes se habían postrado en dirección a Jerusalén en sus oraciones diarias, pero, tras su enfrentamiento con la comunidad judía de Medina, Mahoma aseguró que descendió una aleya del Coran, revelándole el cambió de esta práctica y exigiendo a todos mirar hacia la Kaaba en su lugar.
Los atropellos de los años noventa en Chechenia, Afganistan, Argelia o Bosnia y la difusión a golpe de petrodólares del fundamentalismo wahabí
Lo ocurrido en Sarajevo (junio de 1993, enero de 1994 y agosto de 1995), Argelia (marzo 1994) y Chechenia (julio 1996) es origen de la fractura entre el mundo islámico y Occidente cuyas consecuencias vivimos hoy. Si el inicio del proceso de radicalización de las sociedades musulmanas se remonta a 1979 (año de la proclamación de la República Islámica de Irán tras la caída del Sha y de la desastrosa intervención soviética en Afganistán), sus manifestaciones más patentes se produjeron en la siguiente década (ascensión del FIS en Argelia, golpe de Estado que abortó su victoria electoral en 1992, y desmembramiento el mismo año de la Federación Yugoslava, que encendió la mecha de la guerra interétnica y el sitio de Sarajevo).
Por estas fechas asistimos a la emergencia de los futuros movimientos yihadistas, fruto de la frustración creada por la política de no intervención de la ONU en la “limpieza étnica” en Bosnia; por las brutalidades del régimen argelino en respuesta a las del Grupo Islámico Armado (no una guerra civil sino una guerra contra los civiles por parte de ambos bandos); y el genocidio ruso en Chechenia. La radicalización previsible de las víctimas y de los correligionarios que acudían a socorrerlas venía cantada y la yihad global de Al Qaeda no me sorprendió en exceso.
Las semillas sembradas en dicha década por tales atropellos y la difusión a golpe de petrodólares del fundamentalismo wahabí iban a germinar en las zonas conflictivas de Oriente Próximo, Magreb y África subsahariana: esa guerra asimétrica de Occidente contra el terrorismo yihadista tanto en Siria, Irak, Libia, Afganistán y el Sahel como en el interior de sus propias fronteras. Conviene recordar que el horror vivido el 13-N en París lo experimentan a diario sirios, iraquíes y afganos que buscan refugio en Europa a través de Turquía y los Balcanes. La islamofobia desatada por los atentados y la llegada masiva de refugiados al interior del espacio Schengen coloniza hoy los medios informativos en unos términos que culpabilizan a los veinte y pico millones de musulmanes europeos y ahondan la fractura abierta entre estos y el resto de la población.
El Frente Nacional francés y sus equivalentes en la mayoría de Estados europeos (España es por ahora una feliz excepción) son paradójicamente aliados objetivos del Daesh en su designio de apuntar a aquellos con el dedo y de encerrarlos mentalmente en guetos en el interior de sus sociedades. De este modo, los que constituyen una ínfima minoría en el colectivo musulmán encuentran un terreno abonado para su propaganda nihilista: la de presentarse como una alternativa viable a ojos de quienes se sienten discriminados por el discurso social dominante. Retrospectivamente, verificamos que cuanto germinó en la década de los 90 del pasado siglo llama ahora a nuestras puertas y no se prevé su fin.
La crisis de los refugiados ahonda la brecha entre los inmigrantes musulmanes y el resto de la población de la Unión Europea
Conocía en la medida de lo posible los dos siglos y pico de lucha del pueblo checheno para preservar su independencia -cinco guerras además de su deportación masiva al gulag por orden de Stalin- gracias a la lectura asidua de tres grandes autores de la literatura rusa del siglo XIX: Puschkin, Lérmontov y Tolstoi. Tras el aplastamiento de la rebelión chechena por el zar Vladimir Putín y el establecimiento del virreinato de su siniestro protegido Ramzán Kadírov, la guerrilla chechena se ha deslocalizado y se extiende esporádicamente por el norte del Cáucaso mientras más de cuatro mil miembros de ella, radicalizados por la represión sangrienta de la que de nuevo son objeto, se han alistado en las filas del autoproclamado califato islámico de Abu Bakr al-Bagdadi en virtud de unos sentimientos magistralmente descritos por Tolstoi en ‘Hadji Murat ‘en su descripción de los atropellos y barbarie de sus compatriotas en tiempos del zar Nicolás I.
Mi experiencia de Argelia, sumida también en una espiral de violencia que se cobró más de 150.000 víctimas, fue de otro orden. Visité Argel y Orán para preparar unos reportajes sobre proyectos de pesca y acuicultura que iban a desarrollar un grupo de empresarios vascos, para la revista que fundamos en el País Vasco ‘Europa Azul’. No había bombardeos ni línea de frente como en Sarajevo y Chechenia sino asesinatos de uno y otro bando y matanza de civiles en la capital y en la ciudad donde nació Albert Camus, autor de ‘El extranjero’ y ‘La peste’, Orán. En mi recorrido por aquella no tropecé con ningún otro europeo, posible blanco de los islamistas radicales por su condición de Kafir, esto es, infiel, y lo hice fundido en el paisaje: había dejado de afeitarme diez días antes del viaje y caminaba acompañado de tres pescadores arabófonos que hablaban el dialecto local en las calles de Belcourt, Bab el Oued y la Kasba, feudos del FIS (Frente Islámico de Salvación) y escenario de la llamada entonces “segunda batalla de Argel” (la primera fue contra el colonizador francés).
El poder opaco que desde Bumedián gobierna Argelia guardaba un silencio cómplice ante los asesinatos de intelectuales y el terror impuesto ya por el GIA (Grupo Islámico Armado), ya por las escuadras parapoliciales, y expresé lo mejor que pude el desamparo de la población en la serie de artículos titulados Argelia en la galerna. La violencia se apagó gradualmente al final de la década y hoy día tan solo grupos residuales de Al Qaeda en el Magreb islámico actúan de forma esporádica en connivencia con los yihadistas que campean en Libia y el Sahel. Pero la frustración acumulada tras tres mandatos de Buteflika, no invita al optimismo.
El mesianismo apocalíptico del Daesh conserva en todo el Magreb su mefítico poder de atracción: el del retorno ideal a una pureza primigenia que otorga el glorioso estatuto de mártir a quienes se sienten despreciados por los “poderes arrogantes” que rigen los Estados árabes. Los millares de yihadistas magrebíes que combaten en Siria dan testimonio de dicho incentivo y de la seducción de su escatología mirífica. Pensar que cuanto ocurrió en la década de los 90 no iba a pasarnos factura equivale a vivir en otro planeta.
Ningún gobierno puede sentirse a salvo del terrorismo yihadista y su utopía regresiva a una presunta Edad de Oro, ese es su objetivo
Uno de los elementos más llamativos de la violencia religiosa y nacionalista que actualmente golpea el planeta es su utopía regresiva a una presunta Edad de Oro cuyo recobro la justificaría. Dicha mítica Edad de Oro, ya sea la del etarra, ya la del yihadista, se contrapone a un mundo decadente e impuro que contamina los valores de la perdida Arcadia y obliga a quien se aferra a ellos a recurrir a la fuerza de las armas, al terrorismo impuesto por una exaltación legítima. Un examen comparativo del paso del abertzale a etarra y del salafista a yihadista nos muestra la existencia de un elemento común: la de servirse del pasado legendario como un instrumento contra el presente, un salto atrás de varios siglos que les proyectaría a un futuro justiciero y feliz.
Para el padre fundador de la moderna nación vasca, el ultracatólico y xenófobo Sabino Arana, la utopía se articula en torno a raza, lengua y fueros cuya prístina pureza y homogeneidad étnica habrían sufrido de la contaminación de los que él denominaba “nuestros moros” o maketos que habría desvirtuado su genuino espíritu primigenio. Diversos historiadores (Juan Pablo Fusi, Jon Juaristi, Antonio Elorza, etcétera) han analizado con pertinencia la transformación del pensamiento carlista de Sabino Arana en la ideología supuestamente revolucionaria del núcleo duro del extremismo etarra (el salto del idílico mundo de Amaya o los vascos en el siglo VIII, la novela de Navarro Villoslada que leí en mi niñez, a un discurso ideológico con ingredientes marxistas) y esto me dispensa de demorarme en ello. Señalaré no obstante que el odio a la supuesta opresión del etarra no abarcaba únicamente a quienes la encarnaba (policía, militares, funcionarios estatales) sino también a civiles que nada tenían que ver con ella.
En el caso de la violencia yihadista, primero de los talibanes, luego de Al Qaeda y ahora del autoproclamado Califato Islámico o Daesh nos hallamos así mismo ante una idealización del pasado, de un retroceso de 14 siglos ya sea al del mundo tribal de la Península arábiga en tiempos del Profeta, ya al del poder político y religioso velador de la fe islámica de los llamados cuatro califas justos de la dinastía rachidí. Dicha regresión ideal tampoco tiene en cuenta el hecho de que las luchas tribales y de clanes acarrearon el asesinato de tres de los cuatro califas y desmienten la Arcadia feliz de la pureza primigenia que reivindican. Sobre el cisma que enfrentó entre sí a los musulmanes a la muerte de Mahoma y ocasionó la ruptura definitiva entre suníes y chiíes, el lector de estas líneas puede acudir con provecho a la obra del historiador tunecino Hicham Djaït, La gran discordia.
Conviene recordar que el imaginario occidental en torno a los califas omeyas y sobre todo abasíes -el esplendor de la corte de Harún Al-Rachid evocado en Las mil y una noches- refleja un mundo que nada tiene que ver con el rigorismo extremo y el fanatismo llevado a los límites del delirio de Abu Bakr Al-Bagdadi y sus huestes de Raqqa y Mosul. La civilización árabe de los primeros siglos de la hégira es al contrario una civilización abierta a las culturas de los territorios que conquista, en las antípodas de quienes hoy destruyen los tesoros de Nínive y Palmira con un odio irracional a cuanto simboliza el saber y las artes. La actual utopía yihadista atenta no solo a cuanto representa el enemigo opresor aunque se trate de víctimas civiles situadas a miles de kilómetros de distancia sino también contra las creaciones del espíritu humano a partir de un borrón y cuento viejo de un totalitarismo ciego que se erige en paradigma aberrante de la destrucción del patrimonio creado por el ser humano desde que entró en la historia.
Si el terrorismo etarra es por fortuna cosa del pasado el yihadista se extiende por cuatro continentes, azota a diario el orbe musulmán y no se prevé su extinción durante años o décadas. Tanto el Dar Al-Islam como en Occidente habrá que habituarse a contender con él. La guerra contra la barbarie terrorista engendra nueva violencia y a estas alturas no se le ve salida alguna. Nos movemos en un círculo vicioso: los ataques del Estado Islámico en Europa y Estados Unidos y su repercusión mediática, alimentan la fascinación nihilista de quienes se inmolan para alcanzar el glorioso Estatus de mártires. Ningún Gobierno se siente a salvo de un posible atentado y este es precisamente el objetivo de los yihadistas.
Peregrinación a La Meca en plena ‘guerra civil’ entre sunitas y chiitas; el deterioro de las relaciones entre Irán y Arabia Saudí, sin lazos diplomáticos desde principios de este año, ha alcanzado un nuevo nivel esta semana a raíz de que el líder supremo iraní, el ayatolá Ali Jamenei, acusara a los dirigentes saudíes de infieles e incapaces de gestionar los santos lugares del Islam; duras palabras a las que el muftí saudí respondió asegurando que los iraníes, en cuanto chiíes, “no son musulmanes”; ambos países, que rivalizan por la hegemonía regional y la amistad con Estados Unidos, se atribuyen el liderazgo de las dos principales ramas del islam, chií y suní, respectivamente, los yihadistas, en nombre del ‘alucionado’ profeta Mahoma querían volar la Catedral Notre Dame de París.
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