LA CAPILLA SIXTINA
MARTIN E. VISCONTI
“Siempre saludaba”. Pocas expresiones dicen tanto en tan solo dos palabras. En primer lugar, sorpresa. Como si saludar con educación fuese incompatible con asesinar. Aunque siendo justos, lo que en realidad expresa la frase es lo impactante que resulta que alguien cercano y a simple vista inofensivo pueda ser capaz de algo tan extremo como un asesinato. Es como si ese saludo habitual nos conectase con el hecho…
Estos sucesos que a menudo estallan en los medios me dejan pensativo. Quizás los psicópatas no sean muy diferentes a los demás, al menos en apariencia. Puede que cualquier sensación, idea u ocurrencia visceral tengan el potencial de evolucionar y desembocar en un desenlace macabro. Quizás ese pensamiento no es muy distinto de cualquier otro que hayamos tenido a lo largo de nuestras vidas, algo que hemos experimentado ayer, o en este mismo instante. Lo que sí es distinta es la manera en la que todo se tuerce, la forma en la que se precipitan las cosas a partir de un momento determinado. Pero ¿cuál es el motivo? ¿Por qué todo evoluciona de esa manera? ¿Acaso es diferente la mente de un psicópata? “La mayoría de los seres humanos tienen dentro la capacidad de cometer un asesinato” decía Richard Ramirez, uno de los asesinos en serie más célebres en la historia de Estados Unidos. ‘El Carnicero de Milwaukee’, Jeffrey Dahmer, tenía sus dudas: “Ni siquiera sé si tengo capacidad para sentir o no emociones normales, porque no he llorado por mucho tiempo”. Puede que ambos tuvieran algo de razón, pero si atendemos a las últimas investigaciones del doctor Jesús Pujol y el doctor Narcís Cardoner recogidas en la revista Psychological Medicine, la respuesta más plausible apunta a que existe algo estructuralmente diferente en el cerebro de los psicópatas. En realidad todo está relacionado con la maduración del cerebro durante los primeros años de vida.
Tras analizar más de cuatrocientos artículos publicados en revistas científicas y escudriñar las características estructurales del cerebro humano a través de más de dos mil resonancias magnéticas cerebrales de sujetos convictos con trastorno antisocial de la personalidad, los resultados indican que el estrés emocional infantil es la causa más probable de que las estructuras cerebrales implicadas en los sentimientos y la toma de decisiones maduren mucho antes de lo que deberían… con catastróficas consecuencias. Desde hace mucho tiempo sabemos que el sufrimiento emocional intenso en la infancia es una característica común en la mayoría de los convictos por asesinato. Ahora también sabemos cuál el mecanismo subyacente. Las impactantes conclusiones apuntan a que existe una aparente reducción de la sustancia gris y un incremento de la sustancia blanca, aspectos clave en la maduración cerebral, que afectan a los primeros años de vida. El cerebro del niño sometido a un intenso estrés emocional se blinda, se cierra y se protege a modo de firewall. Así se vuelve inmune al sufrimiento. Es como un mecanismo de defensa. La parte negativa es que dicha alteración temprana conlleva consecuencias desastrosas. Resulta que la arquitectura cerebral básica del niño se transforma dinamitando los cimientos del puente de conexión hacia el córtex prefrontal de forma permanente.
En términos evolutivos, el córtex prefrontal ha sido la última región del cerebro humano en desarrollarse. Su vital importancia radica en que se ocupa de modular comportamientos cognitivamente complejos, como la autoconciencia, la expresión de la personalidad, la toma de decisiones, los juicios morales o la predicción de las consecuencias. Si tuviéramos que definirlo de manera simple diríamos que es la parte del cerebro que nos hace humanos. El núcleo de nuestro comportamiento. Así que en resumidas cuentas, el sufrimiento emocional infantil altera la conexión con el córtex prefrontal, lo cual interfiere de forma crítica en la fluidez de las comunicaciones entre estímulos, pensamientos y emociones. En definitiva se volatiliza el germen de la empatía, la fuerte carga emocional que nos embarga cuando decidimos entre el «bien» y el «mal» y la capacidad de predecir las consecuencias de nuestras acciones y las de los demás. Irónicamente, el citado Richard Ramírez lo describió con bastante exactitud: “Incluso los psicópatas tienen emociones. Por otra parte, quizás no”.
El apodado ‘The Night Stalker’ o ‘Acosador Nocturno’ tuvo una infancia marcada por las brutales palizas que le propinaba su padre en el contexto de una familia conflictiva y disfuncional, además de una adolescencia perturbadora de la mano de su primo Miguel ‘Mike’ Ramirez. Este ex boina verde condecorado en la guerra de Vietnam le narraba sus terroríficos crímenes de guerra mientras mostraba con orgullo unas Polaroids en las que aparecía asesinando, torturando, violando o sujetando la cabeza cercenada de mujeres vietnamitas. El mismo primo Mike que asesinó a su esposa de un disparo de escopeta en presencia del pequeño Richard, quien estaba tan cerca que incluso le salpicó la sangre en la cara. Por aquel entonces contaba con tan solo doce años de edad. Otros doce años después, un ya adulto Ricardo Leyva Muñoz Ramirez fue detenido y posteriormente condenado a diecinueve penas de muerte consecutivas tras ser acusado de catorce asesinatos, cinco intentos de asesinato, nueve violaciones, dos secuestros, cuatro actos de sodomía, dos felaciones forzadas, cinco robos y catorce allanamientos de morada. Y todo ello contando entre sus víctimas tanto a adultos como a niños.
Según la doctora Ann Wolbert Burgess, autora del ya célebre ‘Manual de clasificación de delitos’, una infancia expuesta a experiencias traumáticas, el mal apego y la configuración de un mundo interno y privado de fantasías y pensamientos son características habituales entre los asesinos en serie. En la mayoría de ellos la predicción se cumple. John Wayne Gacy, ‘el Payaso Asesino’, vivió hostigado durante toda su infancia por su padre por medio de castigos físicos y psicológicos severos, antes de ser agredido sexualmente por un amigo de la familia a los nueve años. Asesinó a treinta y tres personas. Ted Bundy y David Berkowitz tuvieron problemas psicológicos al sentirse rechazados por sus familias adoptivas. Cuentan con treinta y seis víctimas a sus espaldas respectivamente. Tanto Andrei Chikatilo, como Ed Gein y Albert Fish, argumentan que su exposición temprana a las escenas de muerte y sacrificio propias de una vida rural con animales les empujó a convertirse en asesinos. Entre los tres acabaron con casi sesenta personas; si bien al primero se le atribuyen más de cincuenta de las muertes, los últimos dos son especialmente recordados por un desproporcionado nivel crueldad y sadismo. Todos ellos son el macabro ejemplo de que las experiencias emocionales traumáticas durante la infancia pueden ser el detonante de una personalidad extremadamente violenta. ¿Pero es solo eso? ¿Acaso las experiencias traumáticas son el único origen de las conductas homicidas? Desde luego que no. Existen otros aspectos de naturaleza genética, psicológica o biológica que debemos considerar.
Según el Estudio Mundial sobre el Homicidio 2019 elaborado por la ONU, sorprenden las cifras de resultados globales con respecto al sexo de los sospechosos por homicidio, ya que alrededor de un 90 % son hombres. Pero lo más interesante de todo es que entre todos los sospechosos, un 90 % de ellos son menores de treinta años y mayores de dieciocho. Si analizamos las posibles causas de ambos resultados se podría deducir que la testosterona tiene algo que ver en todo esto. De hecho existen varios estudios que establecen una correlación directa entre los andrógenos y las conductas agresivas. Si atendemos a las investigaciones realizadas a mediados de la década de los noventa entre la población de reclusos condenados, los correlatos bioquímicos de las personas con trastorno antisocial de la personalidad son bastante contundentes. Los niveles más altos de testosterona se registran entre los sujetos con mayor número de episodios violentos. Idénticos resultados fueron obtenidos en mujeres. ¿Será que el nivel de testosterona es determinante? ¿Afecta a la conexión con el córtex prefrontal? Podría ser. Lo que está claro es que esta hormona puede tener mucho que ver. Solo hay que comparar el número de asesinas en serie con sus homólogos masculinos para comenzar a sospechar.
Por si fuese poco, otro factor referido por el doctor Jesús Pujol a tomar en cuenta es que las regiones cerebrales que aparecen afectadas en los psicópatas se corresponden en gran medida con las personas que han consumido esteroides anabólicos androgénicos durante un periodo superior a diez años con el objetivo de incrementar su masa muscular, lo cual también afecta al comportamiento de forma significativa. No quiere decir que esto lo convierte a uno en psicópata, nada más lejos de la realidad, pero sí que afecta al temperamento y a la frecuencia de episodios explosivos de comportamiento. Es evidente que todavía quedan muchos interrogantes por resolver, pero lo que está claro es que el trastorno antisocial de la personalidad o psicopatía es uno de los misterios más fascinantes e incomprensibles de la ciencia en la actualidad. Todavía no existe ni siquiera un consenso en la manera de definirlo, ni mucho menos se observa una posibilidad real de encontrarle una solución a largo plazo o un tratamiento efectivo. Pero lo que sí sabemos es que las experiencias traumáticas durante los primeros años de vida juegan un papel crucial en la configuración de la mente del psicópata. Debemos prestar más atención a la educación durante la infancia. Quizás allí encontremos la solución a muchos de nuestros enigmas.
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