PINCELADAS
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
Los ciudadanos gritan la palabra libertad y solo por eso ya se creen libres, pero llegan los alguaciles del ‘demócrata’ Sebastián Piñera y les disparan a bocajarro perdigones y balas de goma a los ojos…
Centenares de personas, que pudieran llegar al medio millar -muchos han evitado los hospitales públicos y han acudido a consultas privadas para no ser identificados y procesados, amén, por desórdenes públicos- , han sido heridas en los ojos por perdigones o balas de goma durante las recientes protestas en el país latinoamericano. El estudiante Carlos Vivanco, de 18 años, fue herido durante las protestas en Santiago. A más de un mes de haber iniciado los disturbios, el Gobierno no ha ofrecido una solución a las demandas de los manifestantes. Jean Espinoza, de 22 años, recibió un impacto en el ojo con un perdigón mientras protestaba en Iquique. Nelson Iturriaga, de 43 años, es examinado en el Hospital Santiago para determinar la gravedad de su herida. César Callozo es trabajador de la construcción y cantante. Acudió a una revisión hospitalaria. Ybar Soto, de 29 años, posa en su casa en la capital chilena. Él perdió la visión total en el ojo luego de ser herido con un perdigón. Manifestantes en el exterior del Palacio Presidencial de La Moneda para exigir al Gobierno de Sebastián Piñera que detenga el uso de perdigones y balas de goma. El Instituto Nacional de Derechos Humanos de Chile ha interpuesto 350 acusaciones criminales contra los Carabineros por las heridas que han infringido a manifestantes. “Exigimos la reforma de estas fuerzas de orden público que no han sido tocadas desde la dictadura de Augusto Pinochet y que siguen actuando de la misma manera”. Las protestas han dejado 23 muertos, cerca de 7.000 detenidos, y unos 2.400 manifestantes y 1.000 policías heridos, según datos compilados por Reuters.
El máximo responsable de los Carabineros de Chile, el general Mario Rozas, anunció la suspensión del uso de los polémicos perdigones que han usado sus fuerzas, generando una enorme controversia en un país azotado por la mayor crisis política que sufre desde el retorno de la democracia. “Hemos decidido ser prudentes y limitar la utilización de este polémico método de disuasión para ocasiones donde se asista a un peligro inminente de muerte siguiendo la misma normativa que aplican a las armas de fuego reglamentarias de los uniformados. El Colegio Médico de Chile había contabilizado hasta 272 casos de personas heridas de esta forma hasta el pasado 18 de noviembre y había exigido la suspensión inmediata del recurso a esta munición. La actuación de los uniformados desde que comenzaron las protestas populares el pasado 18 de octubre ha generado una avalancha de críticas. El general Aldo Vidal, un alto cargo de esa institución, replicó hace días a los que acusan a sus subalternos de “uso indiscriminado de la fuerza” diciendo que “está muy lejos de ser así”. “Es muy difícil que carabineros pueda contener una masa violenta y que de una u otra manera no resulte un daño colateral. La gran mayoría que recibió un perdigón estaba en un lugar que no tenía que estar”, apostilló. El general Aldo Vidal ‘aclaró’ que “las unidades de intervención que se están usando en estos graves altercados no disponen de suficientes elementos para contrarrestar la presencia de decenas de miles de manifestantes”. “Los carabineros han podido cumplir a duras penas, gran parte de las demandas. No han estado en todos los eventos porque no pueden, porque no son capaces… El estallido social ha derivado en repetidos incidentes de saqueos e incendios, donde han participado grupos de radicales. La presencia de camarillas que exhiben parafernalia anarquista es bien visible en las movilizaciones populares.”, ha reconocido el general de Sebastián Piñera. Surrealista queja.
A pocos meses de nacer, antes de que balbuceen las primeras palabras, los niños identifican las cosas señalándolas con el dedo. En ese gesto no está implícita aún la inteligencia. Ese dedo infantil solo está movido por la voluntad. Lo señalo, existe, lo quiero, parece que quieren decir esos tiernos seres recién llegados a este mundo. En la cuna comienzan señalando cualquier juguete, como lo hace Jehová al crear con el dedo un juguete llamado Adán, según lo pintó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. En nuestra cultura el dedo índice tiene distintos significados, todos imperativos. Con ese dedo erguido se nos amenaza, se nos acusa, se nos inculpa, se nos indica el único camino recto que debemos seguir. Ese gesto lo usan como señal de autoridad los moralistas, los políticos fanáticos, los censores, quienes poniendo el dedo sobre los labios nos advierten de que nos conviene callar. He aquí la forma en que el dedo infantil, que en su momento fue creativo, acaba convertido en un poder de destrucción. A lo largo de la evolución humana, después de que los primates generaran las cosas señalándolas con el dedo, comenzaron a crearlas con palabras. Así irían Adán y Eva desnudos en el hipotético paraíso terrenal señalando primero y dando nombre después a los animales, plantas, árboles y frutas hasta llegar a la manzana de la inteligencia. Las cosas se creaban al nombrarlas. A partir de entonces solo existen las cosas que tienen nombre, del que deriva un poder mágico… “Llamas al lobo y el lobo viene; hablas una y otra vez de crisis y por fin la crisis llega; dices que todos los políticos son una mierda y lo acaban siendo; repites que en este país existe un clima políticamente irrespirable y al final te asfixias; pronuncias a gritos la palabra libertad y solo por eso ya te crees libre, pero en este caso llega el aguacil y te mete el dedo en el ojo…”, escribía días atrás el columnista español, Manel Vicent, en el periódico EL PAÍS.
“En Chile protestar cuesta un ojo de la cara. Entre los manifestantes que marchan contra la desigualdad, un parche en el rostro se ha convertido en un símbolo de la lucha y la represión…”, comentaba en su crónica del The New York Times, Brent McDonald. “El 28 de octubre, Brandon González, de 19 años, marchaba con un grupo de manifestantes por la avenida principal de la capital andina, cuando la policía antidisturbios que bloqueaba la vía hacia el palacio presidencial empezó a disparar gases lacrimógenos y balines de goma endurecida. González, quien venía de su trabajo en un hospital equipado con vendas y gasa para atender a manifestantes heridos, agarró una piedra y se la lanzó a un vehículo policial que estaba disparando gases lacrimógenos a la multitud. Segundos después, vio a un carabinero a unos 7 metros de distancia apuntándole con un rifle a su cara. ‘Sentí un impacto en mi ojo y todo se puso negro. Levanté mis manos para que dejaran de disparar, luego me acosté en el piso y me dispararon tres veces más’, dijo González, quien trabaja como auxiliar hospitalario…”. Pensó que le iban a matar. Al menos 285 personas en Chile han sufrido traumas oculares graves, la mayoría por balines de goma endurecida y contenedores de gases lacrimógenos disparados por las fuerzas de seguridad chilenas durante este mes de disturbios. De acuerdo con la Sociedad Chilena de Oftalmología, se espera que esa cifra aumente. La imagen de un ojo vendado es tan común en la actualidad, que se ha convertido en un símbolo de unión para los manifestantes en Chile. Aun así, la probabilidad de una herida de esta magnitud no los ha disuadido.
“El presidente del país, Sebastián Piñera, no ha podido calmar la agitación a nivel nacional causada por los salarios bajos y el alto costo de la vida, a pesar de ceder a las exigencias de un aumento del salario mínimo y una pensión básica más elevada. Luego de que ciudadanos molestos por la subida de la tarifa del metro quemaran algunas estaciones del metro de Santiago, Piñera declaró al país ‘en guerra contra un enemigo poderoso’ y ordenó a la fuerza policial y militar a patrullar las calles. Desde entonces, la policía ha sido culpada de al menos seis muertes, más de 6.300 arrestos y 2.400 hospitalizaciones de manifestantes. Actualmente, los defensores públicos en Chile están investigando cientos de casos de presuntos abusos por parte de los carabineros, incluyendo tortura y violencia sexual. El daño a la infraestructura y los comercios ya sobrepasa los miles de millones de dólares. El anuncio que realizó el gobierno chileno, la semana pasada, de que llevará a cabo un referendo en abril para remplazar la constitución de la era de Augusto Pinochet -una de las exigencias principales de los manifestantes- tampoco ha logrado detener los disturbios”.
Sebastián Piñera ha apoyado la represión policial con el argumento de que el uso de la fuerza ha sido justificado para mantener el orden. De acuerdo con los Carabineros de Chile, alrededor de mil oficiales también han sido hospitalizados por heridas recibidas durante las protestas. Mario Rozas, general director de Carabineros de Chile, anunció el martes 19 de noviembre que Chile suspenderá el uso de balines antidisturbios… El cambio llegó una semana después de que un video documental de The New York Times reveló que los carabineros de Chile habían cegado a manifestantes con balines de goma, y pocos días después de que un estudio de una universidad descubriera que los balines contenían cantidades peligrosas de metal. El número de heridas oculares severas a manos de la policía ha indignado a grupos de derechos humanos y ha alarmado a profesionales médicos. El 8 de noviembre, un estudiante universitario de 21 años llamado Gustavo Gatica recibió impactos de balines en ambos ojos y quedó totalmente ciego. Para al menos 12 víctimas, el daño a la córnea, iris y nervio óptico ha sido tan severo que los doctores han tenido que extraer el ojo por completo. “Un balín que es menor al tamaño de la pupila genera un impacto tremendo. Es como si el globo ocular se abriera como una flor”, dice la doctora Carmen Torres. “Es un daño que nos ha dado bastantes problemas, especialmente en la reparación”.
Carmen Torres, de la Unidad de Trauma Ocular del Hospital El Salvador, en Santiago, examina la cuenca vacía del ojo derecho de Carlos Puebla. Puebla se dedica a la herrería y recibió un disparo con una bala de goma endurecida durante las protestas. Al día siguiente, el 25 de octubre, Torres extrajo quirúrgicamente el ojo de Puebla. Pertenece a un pequeño grupo de oftalmólogos de la Unidad de Trauma Ocular del Hospital El Salvador, hasta cuyas instalaciones llegan los gases de las bombas lacrimógenas que se lanzan en la plaza Italia, el epicentro de las protestas. Desde mediados de octubre, ella y un equipo de doctores han recibido más de 211 pacientes con lesiones graves en los ojos causadas por las municiones no letales. Alrededor de un tercio de los pacientes han llegado con fragmentos de goma, metal o cerámica aún alojados dentro de sus ojos. “Si el balín pasa incluso cerca del nervio óptico, daña la habilidad de transmitir información. Y si pasa por el centro del ojo, lo destruye, lo hace estallar”, dice Torres, “Es por eso que estamos insistiendo en que se dejen de usar estos proyectiles”.
Lo que los carabineros llaman “perdigones” son parcialmente de caucho. Hace pocos días, por petición de la Unidad de Trauma Ocular, un grupo de investigadores de la Universidad de Chile realizó un análisis de los balines que están cegando a los manifestantes. El estudio descubrió que el 80 por ciento del balín está compuesto de materiales más densos, incluido plomo, que incrementa su velocidad y lo hace ser tan duro como la rueda de una patineta. Un día, a finales de octubre, la sala de espera estaba repleta de manifestantes con vendas en un ojo. Una estudiante de mecánica automotriz de 18 años que se encontraba acostada en una camilla, temía que el balín dentro de su ojo izquierdo cerrado e hinchado pudiera dejarla ciega. Un trabajador metalúrgico de 46 años que estaba protestando por el bajo salario mínimo, esperaba por un implante para su -ahora vacía- cavidad ocular derecha. Una madre limpiaba un hilo de sangre que se escurría de la nueva prótesis ocular de su hijo, mientras este describía el momento en el que un carabinero le había disparado. El oficial levantó el rifle, contó su hijo, Jesús Emerson Llancan, “me disparó y después lo bajó. Él vio que yo me di vuelta con el impacto y me volvió a disparar; me remató. Ya para el segundo disparo, yo estaba en shock. Mi ojo sangraba demasiado”. Media docena de manifestantes describieron un momento similar en el que estuvieron cara a cara con un carabinero que les apuntó a la cabeza. No existen pruebas visuales que respalden cada una de las denuncias, más allá de la localización precisa de sus heridas. Sin embargo, videos compartidos en las redes sociales han mostrado a carabineros apuntar sus armas directamente a personas que no parecen plantear ninguna amenaza física. Otros videos parecen mostrar oficiales disparando indiscriminadamente hacia multitudes de manifestantes.
“Es una catástrofe de derechos humanos”, opina el doctor Enrique Morales, presidente del departamento de derechos humanos del Colegio Médico de Chile, quien le ha hecho un seguimiento a los traumas oculares de los manifestantes. “Si uno revisa las cifras comparativas con las denuncias que ha habido en Francia, Cachemira o Palestina, por ejemplo, tienen números mucho menores”, dice Morales, refiriéndose a los manifestantes heridos en esos lugares. El protocolo de las Naciones Unidas para el uso de lo que ellos denominan “armas menos letales” establece que las municiones deben ser disparadas en la parte inferior del cuerpo, lejos de la cabeza y órganos vitales. En comparación, los protocolos del uso de la fuerza de los Carabineros de Chile son ambiguos. Gonzalo Blumel, el ministro del Interior recién nombrado y de cuya cartera depende la seguridad pública, ha negado que las fuerzas de seguridad hayan cometido abusos de derechos humanos. “El gobierno ha actuado con total compromiso, no solo en el estricto cumplimiento de los protocolos que hoy día existen en el actuar de carabineros y las fuerzas armadas, sino también en la total y absoluta protección de los derechos humanos y los derechos fundamentales”, dijo. No queda claro si el cambio en la política tendrá algún impacto medible en la violencia. La semana pasada, el presidente Piñera admitió que ha habido algunos abusos y dijo que serían investigados. “Creo que ha habido excesos, abusos, incumplimiento de los protocolos, incumplimiento de las reglas del uso de la fuerza, mal criterio o delitos”, dijo Piñera. Brandon González, el auxiliar hospitalario, contó que cuando le dispararon, un oficial lo subió a una camioneta de la policía y le impidió recibir atención médica durante horas, hasta que lo dejaron en un hospital público. “Se empezaron a burlar de mí: que iba a perder la vista, un ojo menos”, dijo González. El miércoles 13 de noviembre, la doctora Torres operó a González y extrajo de su ojo izquierdo el mismo balín negro de goma y metal que ha visto en otros pacientes. El pronóstico era sombrío: salvará el ojo, pero debido al daño en los nervios ópticos y en la retina, perderá el 95 por ciento de la vista.
‘El País de los Ciegos’ (The Country of the Blind ) es un cuento de H.G.Wells publicado en abril de 1904 en The Strand Magazine e incluido en una colección de cuentos de Wells en 1911, ‘El País de los Ciegos y Otras Historias’. Es uno de sus cuentos más famosos y una lectura esencial en la literatura que trata la ceguera. Wells revisó la historia con una versión expandida publicada por Golden Cockerel Press en 1939. Intentando subir el Parascotopetl (una montaña ficticia en Ecuador), un alpinista llamado Núñez (en inglés se pronuncia como noon-yes) resbala y cae al otro lado de la montaña. Al final de su descenso, encuentra un valle, aislado del resto del mundo por empinados precipicios. Nuñez descubre así el mítico ‘País de los Ciegos’. El valle había sido refugio de colonos que huían de la tiranía de gobernantes. La comunidad aislada prosperó con los años, a pesar de una enfermedad que les golpeó e hizo que los bebés nacieran ciegos. Cuando la ceguera se extendió durante muchas generaciones, los sentidos restantes de las habitantes del valle se agudizaron, y la comunidad se adaptó a la vida sin el sentido de la vista. Nuñez desciende al valle y encuentra un pueblo inusual con casas sin ventanas y una red de caminos regulares y con bordillos. Al descubrir que todos sus pobladores son ciegos, Nuñez intenta enseñar y gobernarles, pero como ellos no poseen ningún concepto de la vista, no le entienden y piensan que está loco. Poco a poco, a regañadientes, Núñez se entrega a su modo de vida, porque regresar al mundo exterior parece imposible. Es curioso cómo los habitantes deslumbran a Núñez con su sabiduría a pesar de su ceguera.
Núñez es asignado para trabajar para un hombre llamadó Yacob y se siente atraído por su hija, Medina-Saroté. Nuñez y Medina-Saroté pronto se enamoran y, ganada ya su confianza, Núñez empieza a explicar a su novia lo que es la vista. Medina-Saroté, aun así, sencillamente no le cree. Cuándo Nuñez pide su mano en matrimonio, los jefes del pueblo no aprueban la unión a causa de su “obsesión” con eso que llama “vista”. El doctor del pueblo sugiere con buena intención que la solución es extraerle los ojos que le están afectando al cerebro. Nuñez consiente la operación debido a su amor por Medina-Saroté, pero al ver el amanecer el día de la operación, mientras todos duermen, Núñez escapa a las montañas, esperando encontrar un paso al mundo exterior, y huir el valle. En la historia original, Núñez está feliz de huir del valle, pero su destino no es revelado. En la revisada de 1939, Núñez ve desde la distancia que está a punto de haber un deslizamiento de tierra. Vuelve e intenta advertir a los ciegos, pero no le escuchan y finalmente huye junto a Medina-Saroté.
La negación es un don. Al igual que la ceguera, con esa oscuridad impenetrable, nos permite no ver los horrores que acechan, evitar la evidencia aunque se encuentre delante, y construir una vida con nuestra razón y no la de los demás. La negación es un don, pero también una de las peores maldiciones que asolan el mundo. Cual plaga bíblica, cual derrumbamiento de las laderas que sepultan pueblos enteros convirtiéndolos en seres solitarios. ‘El País de los Ciegos’ hace honor al nombre, nos habla de la ceguera, de la no visión, de lo oscuro que penetra, de aquello que no podemos observar pero que, sin embargo, sentimos a nuestro alrededor. Son cinco nuestros sentidos, aquí sólo falta uno. O quizá dos cuando es el sentido común, que debiera ser el más común de los sentidos, el que sale corriendo, el que trepa por las montañas, el que intenta escapar de la nieve y el frío, deseando que todo aquello que ha observado no sea verdad, que no lo sea por favor, en una suerte de historia de ciencia ficción que se remueve como serpiente enjaulada y tira a dar, a los ojos, a la yugular, a la respiración que se entrecorta, al sudor por el esfuerzo de convertir una novela pequeña en algo tan grande. Porque en el mundo de los ciegos, el rey es el tuerto, pero nadie dijo que alguien que posee los dos ojos pudiera ser, no el rey, pero sí el esclavo. ¿Estamos ciegos ante lo que observamos cada día o, simplemente, nos volvemos ciegos por no poder soportarlo? El montañero Núñez cae por una ladera cuando intentaba coronar el Parascotopetl. Tras salvarse, llegará a un pueblo donde todos sus habitantes son ciegos. Creyéndose el rey, se dará cuenta que no hace falta ser ciego para no ser persona, y que intentar dominar a aquellos que ya se dominan a sí mismos sólo traerá problemas.
Todos conocemos el nombre de H.G.Well, escritor, novelista, historiador y filósofo británicp, nacido en Londrés, en el siglo XIX. Sus relatos de ciencia ficción nos han acompañado, a muchos, a lo largo de nuestra vida. En mi caso fue de adolescente cuando cayó en mis manos ‘La guerra de los mundos’, en una suerte de revelación futurista que a mí me dejó impresionado. En esta obra, menos conocido quizás, pero igual de importante, el autor vuelve a demostrar por qué es conocido mundialmente. Leída de una forma apresurada, intentando conocer lo que depara a Núñez, investigo en mí mismo cuáles serían mis reacciones si me encontrara en su situación. Todos suponemos que, cuando nos encontramos ante algo en, presumiblemente, inferioridad de condiciones, será fácil aprovecharnos de ellos. Pero desechamos que lo que nosotros creíamos una debilidad, en realidad es la fortaleza mayor. Y sí, aunque estamos ante una lectura clásica de ciencia ficción, estamos también ante una lectura reflexiva. ¿Quién tiene la verdad? ¿Quién es el que puede decirnos que somos superiores a alguien? ¿En qué somos ciegos, nosotros, que poseemos la visión en los dos ojos, frente a aquellos que la han perdido para siempre?
La insurrección chilena es cosa de muchachos. A veces, casi niños. Los estudiantes llevan más de una década rebelándose contra el sistema educativo que implantó Augusto Pinochet y contra toda la herencia de la dictadura. Esta vez han conseguido el respaldo de gran parte de la sociedad chilena. “Nos hemos acostumbrado a la violencia, no tenemos nada que perder”, dice Víctor Chanfreau, 17 años, vocero de la asamblea de estudiantes secundarios. “El neoliberalismo”, afirma, “nació en Chile y morirá en Chile”. En las calles de Santiago, devastadas tras casi seis semanas de protestas y destrozos, las batallas campales son cotidianas. Los Carabineros, conocidos como ‘Pacos’, y el Ejército se desempeñan con una dureza rayana en la brutalidad durante el estado de emergencia. Pero los jóvenes siguen manifestándose. Los heridos reciben atención médica en centros improvisados. “Tienen un coraje que nosotros, amedrentados por la experiencia de la dictadura, no pudimos tener”, comenta Carla Peñaloza, doctora en Historia y profesora en la Universidad de Chile. El edificio de la Universidad ha sido tomado por los estudiantes. El ambiente parece propio de una situación revolucionaria. “Todo esto cansa a veces y da miedo, pero la normalidad en que vivíamos antes era falsa; la realidad es lo que vivimos ahora”. El darwinismo social legado por la dictadura, culto a lo individual y lo privado en oposición a lo colectivo y público, legado de la dictadura, marcó a una generación. “En las manifestaciones de estos días he experimentado por primera vez en mi vida un sentimiento de comunidad”, dice una joven escritora nacida cuando la dictadura se transformó en una democracia vigilada por el propio Augusto Pinochet, desde la jefatura del Ejército.
Negro Matapacos murió en 2017. Su recuerdo, sin embargo, sigue vivo y está presente en las manifestaciones. Incluso dispone de un monumento en Providencia, uno de los municipios capitalinos. Negro Matapacos fue un perrillo mestizo de color negro que se hizo célebre durante las protestas estudiantiles de 2011 por su clara hostilidad hacia los Carabineros y que hasta su muerte participó en numerosas marchas, siempre adornado con un pañuelo rojo. Fue atropellado por un coche policial, pero sobrevivió. La popular banda infantil ‘31 Minutos’ acaba de dedicarle una canción, Perro chico. El artista visual Antonio Becerro le rinde homenaje -“es nuestro santo patrono, encarnó la bravura, la ternura y la lealtad”- en su exposición Jaurías. Incluso en México se ha pintado un mural en su honor. Las calles de Santiago están llenas de carteles que le recuerdan, y su popularidad ha propiciado una campaña de adopción de perros abandonados de color negro. La Plaza Baquedano, en Santiago, es el corazón de la revuelta y ha sido rebautizada por los estudiantes como Plaza Dignidad, un nombre que numerosos ciudadanos aceptan ya como definitivo. Hay peticiones para que en el futuro la plaza, ahora arrasada, contenga algún tipo de homenaje a Negro Matapacos.
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