El ángel exterminador de Quentin Tarantino

REPORTAJE

MARTA PEIRANO

El director de cine estadounidense advierte del enredo desde el principio, pero es siempre en retrospectiva cuando se desvela una premonición. La señal de Cielo Drive no conduce al 10050, donde fueron asesinados Wojciech Frykowski, Abigail Folger, Jay Sebring y Sharon Tate sino al 10048, una casa extremadamente similar pero no exactamente idéntica donde no vive Polański sino el vecino de Polański, una gloria televisiva llamada Rick Dalton (Leonardo DiCaprio) que está “a una barbacoa de distancia” del director polaco. Y el lugar donde aparca su cremoso Cadillac Coupe de Ville —el último de su clase— está señalado con su cara desencajada en un cartel que invoca los últimos planos de El Resplandor. Su casa es la gemela no idéntica de la otra y Rick tiene un gemelo no idéntico, su doble de riesgo Cliff Booth (Brad Pitt)…  

En la literatura y en el cine, el doppelgänger es un artefacto narrativo con un significado muy claro, y esta película tiene muchos. Si te cuesta creer que no hayas visto las señales es porque sí las viste. Pero estabas más ciego que el viejo Spahn. Todos los estafados colaboran en su propia estafa: la vieja quiere creer que el apuesto joven la ama; el incauto, que cien dólares o euros pueden convertirse en cien mil. La masa de pobres diablos que votan a un multimillonario narcisista como presidente en tiempos de incertidumbre y apocalipsis quieren creer que él es como ellos para poder creer que ellos podrían ser como él. Todos nos contamos historias para poder vivir, empieza el ensayo de Joan Didion sobre la colina narrativa que conduce a los asesinatos de Tate y LaBianca. Tarantino quiere hablar de la historia que Hollywood se ha contado a sí misma, una historia donde la felicidad de conducir a toda velocidad con la capota abierta por las soleadas calles de Los Ángeles escuchando a Chris Farlowe cantar ‘Out of Time’ no es el anuncio de la fábrica de sueños, sino el sueño mismo. Si asesinatos de Cielo Drive marcan el final del sueño dorado, ¿cómo cambia ese cuento si le cambias el final?

Rick Dalton ha vivido épocas mejores, pero sigue siendo famoso porque todos están viendo lo mismo, al mismo tiempo, en el mismo canal. Una reflexión pertinente en estos tiempos de Netflix, donde ya no puedes compartir la experiencia de una película o una serie sin que alguien grite ¡Spoiler! y te mande callar. Todos han vivido sus días de gloria como protagonista de Bounty Law, y todos están compartiendo sus días de miseria como secundario antagonista en Lancer y el FBI. Hasta los ciegos, como George Spahn (Bruce Dern) con la irritable Squaky (Dakota Fanningn). Como dijo el megafamoso presentador David Brinkley, “television showed the American people TO the American people”. Un cuento monolítico que empieza a mutar. El sueño americano está siendo colonizado por el italowestern, el género que Dalton rechaza en una película cuyo título invoca la conquista de Sergio Leone, que transforma la América de vaqueros en el Viejo Oeste en una nueva América de judíos en Nueva York. Y por el cine de artes marciales, que se guarda el chiste más gracioso y más racista de la película. Cuando llega el chino y dice que podría tumbar a Muhammad Ali.

La casa tiene doble, el protagonista tiene doble, la película cabalga entre dos Américas y la propia fábrica de sueños tiene a su doppelgänger en El otro Hollywood, el Camelot oscuro que persigue sin descanso a Sharon Tate. Cuando entra en el Bruin Theater de Los Ángeles, los empleados no la identifican como protagonista de la película que están proyectando sino por su papel en El valle de las muñecas, una aspirante a estrella con más fachada que talento que acaba embarazada de un capullo y haciendo softcore. Sharon se sienta a verse a sí misma como Sharon Mitchell iba a verse a sí misma en el Variety de Nueva York, una de las anécdotas más hilarantes de El otro Hollywood de Legs McNeil:

Cuando estaba en el cine y veía mis películas, me encantaba mirarme, me encantaba todo. Así que fui al Variety y allí estaba yo —en la gran pantalla — haciéndole una mamada a John Leslie. Me estaba mirando a mí misma y mirando a la segunda fila delante de mí, y había un señor mayor masturbándose mientras yo se la chupaba a John Leslie en la pantalla. Y, en la película, John hacía de hombre mayor. La película en cuestión iba sobre una virgen recalcitrante que, después de ser violada, se entrega al sexo indiscriminado. Y la anécdota acaba con Sharon replicando la escena en la segunda fila y una emergencia médica. El hombre queda tan impactado al reconocer a la estrella arrodillada entre sus piernas que le da un telele. Según Mitchell, la posible muerte le mereció la pena. “Mientras lo estaban sacando [los paramédicos] me susurró con una vocecilla: gracias”.

Como la otra Sharon, Tate solo existe como objeto de deseo, y por eso se busca a sí misma solo en el espejo de la audiencia. Incluso en su casa, donde vive codiciada por dos hombres, o en la fiesta de la mansión Playboy donde baila sola, flotando en la nube tóxica del deseo y la admiración ajena. Lo primero que dice Polánski sobre ella en sus memorias es que “todo el mundo decía que era muy guapa… una cosa fuera de lo común”. En el mismo libro cuenta que la violaron a los diecisiete años y no se lo contó a nadie. “La creí cuando me dijo que ello no le había causado ningún trauma emocional”. En Sharon Tate: A Life, su biógrafo Ed Sanders le acusa de obligarla a participar en sus famosas orgías.

Sentada viéndose a sí misma en La mansión de los siete placeres, Sharon conecta con las dirty movies y con las chicas del rancho por las plantas de sus pies sucios. Y conecta también con su némesis, en una pelea contra Nancy Kwan coreografíada por el propio Bruce Lee. Cliff Booth (Brad Pitt) es un exterminador de mujeres bonitas que ha matado a su propia mujer con el arpón de 007 y vive detrás de un motocine donde están poniendo Lady in Cement, donde pescan a una rubia ahogada con un bloque de cemento en los pies. Pero lo lógico es que no te des cuenta. Es difícil ver qué peli ponen cuando el salto que muestra el motocine es tan devastadoramente bello. Y cuando el exterminador tiene el carisma, la cara y los pectorales de Brad Pitt.

Booth es la reencarnación del Especialista Mike de Death Proof, protagonizado por Kurt Russell. Irónicamente, en la película Russell está casado —y supuestamente dominado— por Janet (Zoë Bell), la especialista que lo liquida. ¿Puede evolucionar el exterminador de mujeres? ¿Hay redención? Para cerrar el círculo, el Chevy Nova del Especialista Mike lleva la misma matrícula que el Munstang de Steve McQueen en Bullitt. El mismo McQueen que mira a Sharon en la fiesta y dice que nunca ha tenido una oportunidad con una chica como ella. Y que le roba a Rick Dalton la oportunidad de saltar al cine como protagonista de La gran evasión. [Un último detalle freudiano: el padrastro de Tarantino conducía un Karmann Ghia, el mismo Volkswagen azul de Clift Booth].

Booth entra en el rancho invitado por Pussycat (Margaret Qualley), que no reconoce al exterminador de mujeres porque, bueno, es Brad Pitt. Pero no va porque haya sido persuadido por su irresistible encanto. Va porque es el lugar donde ha vivido los mejores tiempos de su carrera junto a su único amigo, cowboy Rick. Y cuando llega, se encuentra con el castillo en el que viven Las chicas de Emma Cline, «trágicas y separadas, como la realeza en el exilio». Aquí hay otro giro curioso en la historia que Hollywood se cuenta a sí mismo. En el 50 aniversario de asesinato que lo cambió todo, Manson se ha convertido en el miembro menos interesante de La Familia. En esta película solo aparece para ratificar el enredo, cuando entra en la casa correcta pero buscando a la persona equivocada. [Terry Melcher, el inquilino anterior de la casa, era el productor de The Mamas & the Papas, Paul Revere y The Byrds. Era amigo de los Beach Boys y uno de los artífices del Sonido California. Manson quería matarlo por negarse a producir su primer disco pero, como Melcher no estaba, murió Sharon Tate].

Booth entra en el rancho como un cuchillo y solo ve mujeres. Ante tal provocación, no puede marcharse sin insultar a sus anfitrionas y darle una paliza al único tío que se encuentra, insinuando que parasitan al octogenario Spahn. De hecho, Manson las obligaba a cuidar al viejo y a satisfacerlo sexualmente a cambio de vivir en el rancho. Las secuestradas son ellas, pero Booth no puede verlo porque está cegado por la nostalgia de su vida anterior. Y por su misoginia. Como le grita Squeaky, está más ciego que Spahn.

La desagradable visita de Booth precipita un cambio de rumbo. La Familia ya no va a asesinar en el 10050, sino en la casa gemela donde vive el cowboy de Bounty Law. Antes de entrar, Sadie Atkins (Mikey Madison) comparte una explicación razonable: “Si creciste viendo televisión, entonces creciste viendo asesinatos. Mi idea es matar a la gente que nos enseñó a matar”. Y aquí llega La Escena Final que “me estuvo persiguiendo durante cinco años —contaba Tarantino en una entrevista para la BBC—. Ha sido mi estrella del norte mientras escribía el guión”. La escena final es la barbacoa que conecta las dos casas gemelas no idénticas y la llave que le abre a Rick Denton la puerta del director polaco y le separa definitivamente de su doppelgänger. Para que viva Sharon Tate tiene que irse el antagonista. Y Las Chicas deben morir.

Muchos han calificado el final alternativo de Once Upon a Time in… Hollywood como ‘de cuento de hadas’. Una valoración interesante, cuando incluye la muerte de tres adolescentes en la que podría ser la escena más perturbadoramente violenta de la brutal filmografía de Tarantino. Pero no incluye el cuerpo mutilado de Sharon, el objeto más poético del mundo. La muerte de tres adolescentes desgreñados y cocidos de ácido conduce a otro tipo de fórmula: mata a todos los idiotas, salva a la virgen. No sin antes torturarla, física y psicológicamente como ritual de transformación en algo todavía más limpio que una virgen: un ángel exterminador, como Clift Booth.

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