REPORTAJES
BORJA HERMOSO/ÁLEX VICENTE/NORBERTO FUENTES
Un libro del pamplonés Miguel Izu pone las cosas en su sitio sobre sus escapadas a los Sanfermines de Pamplona. La estadounidense Mary V. Dearborn presenta una biografía cuestionando el mito de supermacho
Hay para todos los gustos. El escritor falangista pamplonés Rafael García Serrano decía que Hemingway era “el mejor agente publicitario de las fiestas de San Fermín”. La propia propaganda franquista, pese a la contrastada postura del personaje en favor de la causa republicana, y porque le venía fetén, lo vendió como un mujeriego machista, simpaticote y buscabroncas, bebedor sin límite, amante de las viejas tradiciones de la patria española, enamorado de los toros y cazador de todo tipo de bestias —vaya, algo más parecido a un tipo de Illinois que votara a Vox que a un reportero militantemente rojo—. Juanito Quintana, propietario del hotel del mismo nombre (y en el que siempre se alojó Hemingway, en contra del mito del hotel La Perla, donde según los grandes expertos del tema nunca durmió) y en verdad el único amigo íntimo que el escritor hizo en Pamplona, lo definió así: “Ernesto era un tipo muy raro. Tenía mal carácter. Era orgulloso. Con el que le era antipático se ponía insoportable, sobre todo cuando bebía. Y era un tacaño”. Finalmente, el propio Ernest Hemingway se autorretrató en una carta a su amigo Francis Scott Fitzgerald enviada desde la localidad navarra de Burguete, adonde solía ir a pescar, dándole su personal receta del paraíso: “Una plaza de toros y un río con truchas”.
Todas estas frases y una montaña más de anécdotas, verdades, mentiras, mitos y bulos los encontrará el lector interesado en el autor de Fiesta o en los sanfermines (o en las dos cosas) en las páginas de Hemingway en los sanfermines (Ediciones Eunate), libro del escritor y abogado pamplonés Miguel Izu. “Las leyendas abundan y a menudo desplazan a la historia”, cree Izu. Por ejemplo, y para desgracia de mitómanos mentirosos, Ava Gardner nunca pisó los sanfermines. Ni Gertrude Stein, ni Picasso, ni Errol Flynn, ni Man Ray, ni Lauren Bacall, ni…, ni…, ni… No es cierto que Hemingway se pasara la vida de sanfermines. Fue, eso sí, 10 veces. La primera, en 1923. Viajó con su primera esposa, Hadley, embarazada de seis meses. Volvieron en 1924 con el escritor John Dos Passos. Hemingway iba a los encierros, pero lo que de verdad le interesaban eran las vaquillas emboladas, que solía recortar. Regresaron en 1925. Y en 1926, cuando el escritor conoce uno de sus templos predilectos: Casa Marceliano, donde se ponía ciego de ajoarriero, vino clarete de Las Campanas y whisky. En 1927, cuando ya era una celebridad tras haber publicado su novela Fiesta, popularizando los sanfermines en todo el mundo; en 1929, en 1931… y, ya mucho después, en 1953. Volvió en 1956 (ya tenía el Nobel) y cerró el ciclo en 1959, dos años antes de pegarse un tiro en su casa de Ketchum, Idaho. Estuvo en los sanfermines con cuatro esposas distintas, siempre rodeado de una cohorte de amantes, amigos y pelotas. Comió y bebió en Las Pocholas, el Txoko, el Torino y el Kutz, amó, escandalizó (solía llegar al hotel Quintana de madrugada como un ciclón y con un buen ciclón), desayunaba pollo y langosta…, y se las arregló para no hablar de política ya en pleno franquismo. Hasta ahí, todo verdad. Pero ni escribió sus libros en las mesas del café Iruña, ni fue detenido junto a su amigo Antonio Ordóñez, ni recorrió las calles de la vieja Iruña junto a los rostros más famosos de Hollywood, ni…, ni…, ni… El libro de Miguel Izu deja cada cosa en su sitio. La verdad, la leyenda, el mito, el bulo. Impagable. Riau-riau.
¿Fue Hemingway un homosexual reprimido? La respuesta corta es no. Fue indudablemente queer, de género ambiguo
A Ernest Hemingway (1899-1961) le volvían loco el boxeo, la caza, la pesca y las corridas de toros. Participó en tres guerras distintas, de las que regresó como un héroe. Exploró el continente africano, donde participó en numerosos safaris. Y trató a las mujeres con la crueldad y violencia conocidas. Se creó, en definitiva, un personaje a medida, con el que encarnó un paradigma de virilidad durante el siglo pasado. También en su obra dejó atrás el gusto por el lirismo, las metáforas y la adjetivación del modernismo literario. Prefirió adoptar un estilo más varonil, fundamentado en frases breves y contundentes como puñetazos. Esa fue su imagen pública hasta el final de sus días. La privada, sin embargo, era algo distinta. Lo dejó dicho Zelda, la inestable pero lúcida esposa de Scott Fitzgerald, autor de El gran Gatsby: “Nadie puede ser tan varón”. Una nueva biografía, a cargo de Mary V. Dearborn, publicada por la editorial estadounidense Knopf, confirma la inseguridad que Hemingway sentía respecto a su identidad sexual. “Eso fue parte de lo que lo destruyó al final de su vida”, apunta Dearborn, la primera mujer que se ha enfrentado al reto de condensar la agitada existencia de Hemingway, tras haber dedicado sendos volúmenes a otros hitos de la masculinidad literaria como Norman Mailer y Henry Miller.
Esta biografía de 750 páginas examina todos los aspectos de su vida y obra, aunque es su estudio de las cuestiones de género lo que la distingue de sus antecesores. El libro revela la fascinación del escritor por la androginia y sus fantasías sexuales con los cortes de pelo: solía pedir a sus compañeras que lo llevaran lo más corto posible, mientras que él se lo dejó crecer y llegó a teñírselo de rubio y caoba (cuando le preguntaban qué había sucedido, respondía que era culpa de los rayos de sol). Al regresar de su segundo viaje de África, el autor insistió en perforarse las orejas. “Llevar pendientes tendría un efecto mortífero para tu reputación”, tuvo que disuadirle su cuarta esposa, la periodista Mary Welsh.
¿Fue Hemingway un homosexual reprimido? “La respuesta corta es no”, contesta Dearborn. ¿Cuál sería la larga? “Fue indudablemente queer [de género ambiguo]. Superó, si se quiere, el hecho de definirse como gay. Dio la vuelta a las expectativas que se tenían sobre la identidad y el comportamiento de hombres y mujeres”, añade. Recuerda también que en su novela póstuma e inacabada, ‘El jardín del Edén’, el alter ego de Hemingway, un escritor llamado David Bourne, pedía a su mujer que se cortara el pelo y luego lo sodomizara con un consolador, ejercicio que el propio Hemingway habría practicado con Welsh. Para Dearborn, esas fantasías “no hablaban de homosexualidad ni de travestismo, sino de adoptar el rol femenino durante el acto sexual”. Hemingway se habría adelantado así a esa fluidez de género que hoy llena todas las bocas.
“En un mundo mejor, Hemingway se habría perforado las orejas”, escribió su biógrafo, Paul Hendrickson, autor de ‘Hemingway’s Boat’
Antes de asentarse en París, Pamplona, Cayo Hueso y La Habana, Hemingway nació y vivió hasta los seis años en una residencia de tres plantas y estilo victoriano en el barrio de Oak Park, en la periferia de Chicago, que el escritor solía definir como “un lugar de jardines anchos y mentes estrechas”. En él se halla un pequeño museo dedicado a su memoria, en la misma calle arbolada donde se encuentra su casa natal. En el interior del museo se expone una caricatura dibujada para Vanity Fair, en 1933, en la que Hemingway aparece vestido con un taparrabos y echándose crecepelo en los pectorales. En otra vitrina figura una foto del escritor de bebé. Aparece vestido de niña, algo habitual a comienzos del siglo XX, cuando se vestía así a los retoños durante su primer año de vida. Salvo que su madre, una pintora y cantante de ópera llamada Grace, decidió prolongarlo bastantes años después. De hecho, crio a Hemingway y a su hermana Marcelline, 18 meses mayor, como si fueran gemelos, y los vistió indistintamente como si ambos fueran niños o niñas, según su humor.
Para Hemingway, ese capítulo sería un gran trauma que terminaría provocando una ansiedad que desembocó en su sobreactuada virilidad, según la biografía que Kenneth S. Lynn publicó en 1987, que permitió alterar su imagen pública y también abrir su obra a nuevas interpretaciones. Cuando se releen las novelas y cuentos de Hemingway, ganador del Nobel de Literatura en 1954, sobresalen menos los superhéroes y más los hombres inseguros. Igual que el protagonista de La breve vida feliz de Francis Macomber, avergonzado de haber salido corriendo cuando intentaba disparar a un león en un safari, muchos de ellos intentan alcanzar un ideal de masculinidad imposible.
Otro de sus biógrafos, Paul Hendrickson, autor de ‘Hemingway’s Boat’, sobre el apego del escritor por una barca a la que bautizó como Pilar, no cree que esa hombría superlativa y casi paródica pueda ser vista como una actuación de cara al público. “La hipermasculinidad fue una parte de lo que él era. Fue real y auténtica. Tal vez fuera una máscara conveniente para su ego, pero no era fraudulenta”, asegura este profesor de la Universidad de Pensilvania y antiguo periodista de The Washington Post. “Creo que fue heterosexual, aunque con muchos sentimientos contradictorios respecto a su género. Nunca he encontrado la más mínima prueba que sugiera que se sentía atraído por otros hombres”. Hendrickson también describe su difícil relación con su hijo menor, Gregory, que practicó el transformismo toda su vida y terminó cambiándose de sexo a los 63 años. Murió con el nombre de Gloria en una cárcel para mujeres en Florida, en la que acabó por practicar exhibicionismo en la vía pública. Una vez, cuando era pequeño, Hemingway lo sorprendió probándose las medias de su madre. Más tarde le diría: “Tú y yo venimos de una extraña tribu”. Para Hendrickson, Gregory/Gloria llevó a la práctica lo que su padre solo admitía en su fuero interior y en algún texto clandestino. “Por eso existía una relación de amor-odio entre ellos”, sostiene. Dearborn dice que ese fue el calabozo del que nunca lograría escapar: “En un mundo mejor, Hemingway se habría perforado las orejas”.
Cuando Hemingway encontró a Dios. ‘El viejo y el mar’ se convirtió en una de las obras capitales de la literatura contemporánea
William Faulkner creyó que Hemingway había encontrado a Dios. Era el otoño de 1952, cuando se publicó El viejo y el mar; todos los que habían cargado contra Hemingway y le habían pedido cuentas por el fracaso de A través del río y entre los árboles, una novela romántica y fácil a los ojos de muchos críticos, se vieron obligados a retroceder ante la pericia del viejo maestro. El pequeño libro narraba una historia muy sencilla, de un pescador anciano que luchaba contra un gran pez. Faulkner estaba conmovido por estas páginas. Otros escritores norteamericanos se replegaron y salieron del combate. Y hubo europeos que también lo hicieron. Vladimir Nabokov, quien en otro momento había dicho que Hemingway era “un escritor para muchachos” (comparándolo con Conrad), aceptó que “la descripción del pez tornasolado y el ritmo de su famoso relato sobre el pez son soberbios”. La novela se convirtió en una de las obras capitales de la literatura contemporánea norteamericana, no obstante algunas escenas que el tiempo ha opacado y otras cuya carga melodramática se ha hecho más evidente, como la de Santiago inspirándose en el bateador Di Maggio. Se le considera, además, como la gran novela cubana de Hemingway. Él lo estimó así al recibir el Premio Nobel: “Este es un premio que le pertenece a Cuba, porque mi obra fue creada y pensada en Cuba, con mi gente de Cojímar, de donde soy ciudadano. A través de todas las traducciones está presente esta patria adoptiva, donde tengo mis libros y mi casa”. Pero el mar insondable y extenso no es necesariamente cubano. Salvo algunas pinceladas de color local, la novela pudo desarrollarse en el mar de Java o en el Mediterráneo. Otro pescador tan experimentado, valeroso y estoico como el de Cojímar podría haber tripulado la pequeña barca de Santiago en cualquier parte del mundo y hubiese actuado de modo parecido. Solo una diferencia: cuando Santiago teme haberse perdido, observa el horizonte y piensa que todavía puede orientarse por las costas de la isla, pero enseguida su confianza en el mar retorna a él y reafirma su convicción de que nadie tiene por qué perderse si lo conoce.
El primer borrador estuvo listo el primero de abril de 1951. El original llegó a las manos de Scribner el 10 de marzo de 1952, apareció en Life el primero de septiembre de 1952 y una semana más tarde, el 8 de septiembre, fue publicado en forma de libro por Scribner. Como se sabe, la novela tenía dos antecedentes en la actividad creadora de Hemingway. Por un lado, existía su crónica “En las aguas azules” (Esquire, abril de 1936), publicada dieciséis años antes, y, por otro, había elucubrado un proyecto de escribir una obra extensa sobre “la tierra, el mar y el aire”, ambición proustiana de la que habló con Malcolm Cowley. Estos dos antecedentes se combinaron y surgió El viejo y el mar, la coda de la parte correspondiente al mar. Al parecer, las otras, dedicadas a la tierra y el aire, y vinculadas con sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, se quedaron en la intención, o “en las paredes de su imaginación”, como dice Carlos Baker, uno de sus biógrafos. Leland Hayward, quien luego se convertiría en productor del filme, en una visita a Finca Vigía convenció a Hemingway de que publicara El viejo y el mar como una obra independiente.
Su autor no estaba totalmente de acuerdo. Leland insistió en que luego, si terminaba a su satisfacción toda la parte del mar, esta podía ser agregada, pero, en su opinión, la historia tenía en lo esencial un valor independiente, lo cual era rigurosamente cierto. Quizás, cuando Hemingway dijo, al recibir el Premio Nobel, que “habría podido escribir una historia de 500 páginas sobre Cojímar y todos sus habitantes, pero que había preferido concentrarse en el relato de Santiago, y crear un viejo y un pez auténticos”, estaba haciendo referencia a un material que, al igual que las otras secciones de Islas en el Golfo, había desechado en aras de un objetivo superior. En realidad, esto era la consecuencia lógica de un método, que él comparaba con la estructura del iceberg.
Su confianza en el mar retorna a él y reafirma su convicción de que nadie tiene por qué perderse si lo conoce
Dos escenas capitales en Islas en el Golfo y, por supuesto, en ‘El viejo y el mar’, se centran en la captura de un gran pez; pero no es posible que Hemingway se limitara a repetir una misma escena sin establecer matices en su sentido moral. Hay diferencias dentro de una misma visión hemingwayana: el hijo de Hudson es una reafirmación de la virilidad; Santiago, de la tenacidad y la necesidad de luchar. Pero diálogos idénticos hermanan a los dos personajes más allá de su gesta: unidos al pez invisible por el sedal, exclama cada uno, joven y viejo: “¡Oh, Dios, cómo te amo!”. Desde su punto de vista, Faulkner se percató de esta identidad en su tiempo, aunque no viviría para leer Islas en el Golfo: Él aprendió temprano en su vida un método con el cual podía realizar su trabajo; él ha seguido este método, lo ha manejado bien. Si su obra continúa, entonces va a obtener lo mejor. Creo que su último libro, El viejo y el mar, es el mejor porque ha encontrado algo que no había encontrado antes, que es Dios. Hasta ese momento sus personajes se desenvolvían en un vacío, carecían de pasado, pero de repente, en El viejo y el mar, él encontró a Dios. Ahí está el gran pez: Dios hizo el gran pez que tiene que ser capturado, Dios hizo al viejo que tiene que capturar al gran pez, Dios hizo a los tiburones que tienen que comerse el pez, y Dios los ama a todos ellos; y si su obra sigue avanzando a partir de ahí, será aún mejor, lo cual es algo que no todos los escritores pueden proponerse. Muchos se agotan trágicamente, cuando jóvenes, y entonces se vuelven infelices. Eso le pasó a Fitzgerald, le pasó a Sherwood Anderson. Se desmoronaron”.