REPORTAJE
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
El escritor estadounidense, ebrio de vino, obligó a beber una Coca-Cola a una mula, que poco después debería arrastrar al desolladero a un toro martirizado; con su novela ‘Fiesta’, que cumple ahora 93 años, internacionalizó los encierros de reses bravas por las calles de la parte vieja de la capital navarra…
Felizmente las plazas de toros pronto serán mostradas por los guías a los turistas como espacios donde antiguamente se celebraba una carnicería, que algunos llamaban cultura, cuando no era más que una mezcla sustancial de mugre, sangre, muerte, señoritismo y caspa; ‘El asesinato de Caravinagre’, un thriller ambientado en los encierros, de Miguel Izu, periodista y escritor ‘pamplonica, los vientos del progreso conspiran contra la tauromaquia, “fiesta de sangre para un pueblo rudo y fanático”, escribió Pío Baroja, de la Generación del 98 en España… Puesto que el escritor norteamericano Ernest Hemingway fue el más famoso publicista ante el mundo de todos nuestros veranos sangrientos en España, empezando por el fraticida 18 de julio de 1936, cuando el general Francisco Franco decide dar un golpe de estado, con el que se inicia la Guerra Civil que durará tres eternos años y sus consecuencias hasta la muerte natural del dictador un 20 de noviembre de 1975, y terminando por los encierros de los toros de Pamplona, capital de Navarra, he aquí un acto realizado por este personaje, que revela su verdadera actitud ante la fiesta taurina, más allá de la faramalla literaria con que la exaltaba. Sucedió en 1959 durante la última visita que realizó Hemingway a los sanfermines.
A las cuatro de la tarde, camino de la plaza de toros, la reata de las mulas del arrastre con colleras de campanillos pasaba por delante de Casa Marceliano, situada en la trasera del Ayuntamiento, donde el escritor estaba de sobremesa rodeado de algunos aduladores igualmente borrachos. Al parecer Hemingway tuvo un rapto de inspiración. De repente se plantó en mitad de la calzada con una Coca-Cola familiar en la mano, mandó parar a la comitiva y vació a la fuerza el refresco en la boca de una de las mulas en medio del fragor de las peñas que le reían la gracia. El hecho de que un Hemingway ebrio de vino obligara a beber Coca-Cola a una mula, que poco después debería arrastrar al desolladero a un toro martirizado, es suficiente motivo para pensar que tanto esta fiesta sangrienta como aquel escritor fanfarrón, degustador de toda clase de violencias, estaban ambos dos ya fuera de tiempo.
La decadencia de este rito bárbaro de acuchillar reses bravas en público en medio del jolgorio es ya imparable. Felizmente las plazas de toros pronto serán mostradas por los guías a los turistas como espacios donde antiguamente se celebraba una carnicería, que algunos llamaban cultura, cuando no era más que una mezcla sustancial de mugre, sangre, muerte, señoritismo y caspa. Ya queda poco para que desaparezca del mapa esta fiesta y las mulillas de arrastre se la lleven al desolladero de la historia con Ernest Hemingway a la cabeza.
Eran las 21:03 del 7 de julio de 1982. Una espectacular tormenta cae sobre Madrid al tiempo que los Rolling Stones saltan al escenario del estadio Vicente Calderón para ofrecer un concierto legendario, que ha quedado en el imaginario colectivo como uno de los más importantes de cuantos se han celebrado en España y del que ahora se cumplen 30 años. Los Rolling Stones eran entonces la banda más importante del planeta, unos supervivientes de los 60 y de los 70 que abanderaban en esos incipientes 80 el llamado ‘arena rock’, el rock de estadio, en el que el espectáculo es tan importante como la música. Habían entrado en la nueva década con un disco irregular, “Tattoo you”, que en realidad era un conjunto de descartes pero en el que brillaba un tema, “Start me up”, que les había hecho volver a las listas de éxitos.
Los Rolling Stones nos ‘desviaron’ de los ‘Sanfermines’ hasta Madrid, el 7 de julio de 1982, fue lo mejor que nos pudo pasar en nuestras vidas
Llegaban por segunda vez a un país inmerso en el Mundial 82, de infausto recuerdo para una selección que aspiraba impotente a los éxitos que hoy son algo habitual. Un país aún atemorizado por la pesadilla del reciente intento de golpe de Estado del teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, el 23 de febrero de 1981, pero que a la vez estaba a punto de culminar el proceso de transición demicrática con la victoria del PSOE en octubre de ese mismo año. Un país que encontraba en el rock una forma de mostrar sus ansias de modernidad. Y los Rolling Stones eran modernos, pese a contar ya en aquel momento con 20 años de trayectoria.
No era este, como decimos, el primer concierto de los Stones en España. En 1976 habían actuado en la Monumental de Barcelona, una actuación que abrió la puerta a la llegada de las grandes estrellas internacionales a España. Pero el de Madrid sería el primer gran show que lograba congregar en España a decenas de miles de personas.
Desde la ciudad de Eibar, Gipuzkoa, País Vasco, y con 26 ‘tacos’ encima, salimos de excursión hasta Madrid para ver a Mick Jagger y los suyos. Íbamos en un ‘Dos caballos’, un Citröen viejo. Conducía José A. Fernández, integrante del grupo de rock vasco Itoiz. Los otros integrantes de la ‘expedición’ eran Roberto Ruiz Sarasketa, empresario, y entonces disc jokey en la sala de fiestas Mickey Mouse de Eibar y director de comunicación social del Centro de Investigación Tekniker del Gobierno Vasco; Roberto Morales, periodista de Onda Cero y el que escribe este EL BESTIARIO, reportero ya en aquellos años… Digo ‘expedición’ pues soportamos una temperatura que superaba los 40 grados. Recuerdo que en Burgos, los gorriones no podían casi volar. La carretera general, la N1, no era muy diferente a un camino rural de la etapa imperial romana. Tardamos en cubrir los casi 500 kilómetros, no menos de diez horas. Llegamos justo para el concierto.
Dejamos aparcado el destartalado coche en el barrio enrollado entonces de Malasaña, muy cerca de la cafetería ‘La vía láctea’. A la vuelta nos encontramos con el carro abierto. Recuerdo que me robaron un chaqueta vaquera Levi´s 505, recién comprado en un viaje que hicimos a Biarritz, a la Francia liberal que nos atraía en aquellos años negros días de la España ‘imperial’. En ‘el otro lado’ nos hacíamos con libros de Hugh Thomas, Ian Gibson, Stanley G. Payne, Gerald Brenan…, quienes nos contaban nuestra historia de España más cercana a la realidad que la del ‘historiador oficial’ de entonces, Ricardo de la Cierva.
Las crónicas de la época relatan el asfixiante calor que vivimos los más de 60 mil espectadores que nos congregamos en el estadio del Atlético de Madrid en aquella tarde de julio. Mientras esperábamos a la salida de los teloneros, la J. Geils Band -que saltó al escenario con una hora de retraso, debido a los problemas de acceso al campo- los asistentes se duchaban con agua mineral, coca-colas y cualquier líquido que pudiera rebajar el bochorno. Los técnicos regaban con mangueras a los espectadores de las primeras filas.
La policía, “apenas tuvo trabajo”, alucinaba con los ‘rockeros’, por su lección de civismo que pocos esperaban, según el periódico ABC
Todo ello bajo la atenta vigilancia de un amplísimo dispositivo de seguridad: en torno a 600 policías nacionales y 500 municipales, según la crónica de ABC, que apenas tuvieron trabajo ya que los ‘rockeros’ -con comillas, como recogían los periódicos de la época- dieron una lección de civismo que pocos esperaban. Entre los asistentes, rostros muy conocidos como el entonces secretario general del PSOE y próximo presidente del Gobierno, Felipe González, o los músicos Ana Belén, Víctor Manuel o Ramoncín. Cuando Jagger, Richards, Wood, Wyman y Watts -sí, entonces todavía eran cinco- salieron al escenario, por un momento pareció que el mundo se iba a acabar.
Como si estuviera preparado por un manager particularmente influyente, los cielos se abren en un tormentado apocalíptico: la cortina de agua es tan espesa que difumina el escenario. Una valla de uralita se derriba con estruendo, los rayos cruzan muy decorativamente por encima de las cabezas de la gente. Los racimos de globos que decoran el escenario caen sobre las primeras filas y los paneles laterales son sujetados a duras penas por los técnicos. Pero la banda arremete con fuerza “Under My Thumb” como si nada estuviera pasando mientras el agua inunda el piso sobre el que Mick Jagger intenta mantenerse en pie.
“Era de día cuando comenzó el concierto. Se cubrió el cielo rápidamente y empezó a llover. El decorado quedó a merced del viento y en medio de esa furia desatada saltaron al escenario y comenzaron a tocar. Irrepetible. A estas alturas ya estaba claro que la lluvia no iba a detener a los Stones, que van desgranando un repertorio formado temas nuevos y clásicos como “You Can’t Always Get What You Want”, “Brown Sugar” o “Angie”. Mick Jagger se cambia de ropa y corretea por el escenario como un chaval. “Da gusto pensar que tiene 38 años y todavía tiene humor para estas cosas”, decían los periodistas de entonces en sus programas radiofónicos.
Los locutores de radio llamaban ‘viejo’ a Mick Jagger por sus 38 años, qué pensarían hoy, superada la jubilación, sigue llenando estadios
Y es que a la prensa española no dejaba de extrañar que unos tipos que rondaban los 40 fueran capaces de mantenerse en activo. Qué pensarían hoy si supieran que esos mismos músicos, superada de largo la edad de jubilación, son capaces de seguir llenando estadios. Cuando dos horas después del inicio del concierto, durante la interpretación de la inevitable “Satisfaction”, Mick Jagger salió envuelto en una bandera española, las 60 mil almas que llenábamos el Calderón teníamos ya el convencimiento de que habíamos asistido al concierto de sus vidas. Desde Madrid nos dirigimos a Pamplona. Allí logramos ‘sobrevivir’ un par de días. Recuperados, tras descansar unos días en el País Vasco, tomamos el tren en Hendaya… El Trastevere de Roma y Federico Fellini nos esperaban. Eran nuestros veranos locos de los ochenta. Se acercaba la victoria de los socialistas de Felipe González. Suponía el fin de una era y de unos rancios y caducos personales de la historia política que se inició en la Guerra Civil de 1936. Europa era nuestra referencia y también su estado del bienestar y libertad liderado por Olof Palm, Georges Miterrand, Willy Brand, Mario Soares… El concierto de Mick Jagger en Madrid supuso para nosotros el inicio de una nueva etapa en las Españas… Los Rolling Stones han vuelto en numerosas ocasiones a España. Prácticamente en cada una de sus giras mundiales, España, ha sido una escala habitual, pero han confesado sus integrantes que lo que ocurrió aquel 7 de julio de 1982, fue lo mejor que nos pudo pasar en nuestras vidas.
“No te creas lo que cuentan. La mayor parte no es verdad. Trucos publicitarios, leyendas, tradiciones con aparente pátina de antigüedad para captar turistas y quedarnos su dinero. A falta de sol y playa algo teníamos que inventar para traer gente a Pamplona. Para empezar, nos inventamos a San Fermín. No hay certeza histórica sobre su existencia. Hasta el siglo XII aquí no lo conocía nadie, pero nos agarramos al clavo ardiente de que en Amiens, donde le veneran como obispo y mártir, dicen que procedía de Pamplona. La Iglesia marca su fiesta el 25 de septiembre, fecha de su martirio en el siglo III, pero desde 1591 la celebramos el 7 de julio por aprovechar el breve verano pamplonés y el hecho de que, desde la Edad Media por esas fechas, hay ferias y toros…”.
“Toros y toreros propios siempre hemos tenido pocos, pero los traemos de fuera, de Andalucía, Salamanca o Madrid, y los hacemos actuar”
De esta manera un tanto heterodoxa nos presenta a los ‘forasteros’ -visitantes no nacidos en Pamplona-, los mundiales ‘Sanfermines’ Miguel Izu, periodista y escritor navarro. Es autor de la novela ‘El asesinato de Caravinagre’, un thriller ambientado en los encierros que se inician este próximo jueves, 7 de julio, día de San Fermín, a las 8 en punto de la mañana. Nosotros los podemos ver, en Cancún, por Internet a la 1 de la madrugada, es decir, siete horas antes. Los vientos del progreso conspiran contra la tauromaquia, “fiesta de sangre para un pueblo rudo y fanático”, escribió Pío Baroja, que vivió parte de su infancia entre nosotros, pero aquí por interés espurio casi nadie la cuestiona. Ni siquiera los abertzales…
“Toros y toreros propios siempre hemos tenido pocos, pero los traemos de fuera, de Andalucía, Salamanca o Madrid, y los hacemos actuar para los visitantes mientras nosotros merendamos. Hace más de un siglo que no se conducen los toros a pie, se embarcan en tren o camión, pero aquí seguimos empeñados en poner un callejón a las plazas de toros para que entren corriendo. No por tradición, correr ante los toros nunca ha sido una prueba iniciática para los jóvenes navarros como ingenuamente se supone: corren muchos más forasteros que indígenas, pero de qué íbamos a salir por televisión en todo el mundo si no existieran los encierros…
Desconfía de nuestra aparente hospitalidad. Los pamploneses somos más bien serios, en el buen y mal sentido de la palabra, nobles pero hoscos montañeses que no congeniamos tan fácil con extraños. Cada 6 de julio -mañana miércoles-, con el ‘Chupinazo’, nos transformamos. Acogemos a gente de todo el mundo que se siente como en casa, mostramos una simpatía desbordante, nos fingimos cosmopolitas aunque sigamos levantando piedras, sellamos amistades eternas sobre la barra de un bar o en torno a un gorrín asado. Puro marketing. El 15 de julio volvemos a nuestro ser.
“Ernest Hemingway solo vino nueve veces, en vida nunca se le hizo mucho caso y únicamente lo adoptamos cuando vimos negocio”
No pretendas seguir la mítica ruta -falsa como Judas- de Ernest Hemingway. Solo vino nueve veces, en vida nunca se le hizo mucho caso y únicamente lo adoptamos cuando vimos negocio. En Casa Marceliano ahora hay oficinas municipales, cerradas durante las fiestas, y su célebre ajoarriero quedó extinguido. El restaurante Las Pocholas devino en chocolatería. El hotel Quintana fue cerrado y confiscado en 1936 (no, Hemingway nunca pasó los sanfermines en ese otro hotel que dicen las guías turísticas, donde se conserva su habitación supuestamente igual que cuando el premio Nobel NO se alojaba en ella). La barra del café Iruña donde el escritor está acodado en efigie de bronce ni siquiera existía en su época. Y no te tragues lo de Ava Gardner, nunca estuvo en Pamplona. La película ‘Fiesta’ se rodó en México por ahorrar, no fue prohibida por el franquismo.
Todas esas glamurosas leyendas las hemos creado -con mucho éxito comercial- para que vengan los guiris. O las inventan los propios guiris. James Michener, en su novela Hijos de Torremolinos, sitúa a los protagonistas al inicio de las fiestas de 1969 cumpliendo con “el entrañable ritual de los últimos años”, anudar un pañuelo al cuello de la estatua de Hemingway. El monumento se había inaugurado en… 1968.
No te vistas de blanco y te pongas pañuelo rojo pensando que es nuestra vestimenta tradicional, herencia de remotos ancestros. Nos disfrazamos así multitudinariamente solo desde hace unos 40 años, desde que llegó el turismo de masas, igual que en la película de Luis García Berlanga ‘¡Bienvenido, Mister Marshall!’ se vestían de flamencos. La ropa blanca la compramos en hipermercados y viene de China o Bangladés. Salvo danzaris o txistularis, no calzamos boina (Peter Viertel, guionista de ‘Fiesta’, que sí conocía los sanfermines, aconsejó a Henry King sin éxito que los protagonistas no la llevaran).
“Todo es una farsa que se desvanece, cual calabaza de Cenicienta de Walt Disney, con el ‘Pobre de mí’ en la medianoche del 14 de julio”
No vengas atraído por el mito de que los ‘Sanfermines’ son un desmadre, una orgía, un desenfreno en una Pamplona ciudad sin ley donde todo vale. El caos es de pega y está muy bien organizado. Se acaba de impartir el primer Curso Universitario de Derecho Sanferminero. Los vehículos de limpieza y basuras pasan a sus horas, la grúa se lleva los coches mal aparcados, hay servicios municipales de niños, de objetos perdidos y de desintoxicación etílica. Los actos festivos se inician con puntualidad prusiana (el resto del año practicamos la más relajada puntualidad ibérica). Las dianas matinales no son para despertar a la tropa, sino para reunirla y ordenarla después de toda la noche de marcha.
Allá tú si no haces caso y vienes. Te arriesgas a pasar nueve días y nueve noches de fiesta, a beber y comer mucho más allá de lo que suponías que tu sistema digestivo podía soportar, a cantar canciones que creías que no conocías y a bailar bailes que creías que no sabías bailar, a topar con desconocidos que de pronto son tus mejores amigos, a hablar con ellos en lenguas extrañas que no sabías que hablaras, a encontrarte con legiones de antitaurinos en el tendido de la Plaza de Toros, de ateos en la Procesión de San Fermín y de abstemios bebiendo en todos los bares. Que no te quepa duda: todo es una farsa que se desvanece, cual calabaza de Cenicienta, de Walt Disney, con el ‘Pobre de mí’ en la medianoche del 14 de julio”.
El origen está en la celebración religiosa del patrón navarro, pero los pamploneses cambiaron la fecha de la conmemoración religiosa del 10 de octubre original al 7 de julio, coincidiendo con las ferias de ganado que la ciudad acogía con el final de la cosecha. Fue en 1591. Pero las ferias de julio con toros están documentadas desde el siglo XII.
El Archivo Real de Navarra documenta en 1385 la primera corrida de toros organizada por el rey Carlos III. Junto a ella, la primera ‘entrada’ de toros, antecedente del actual encierro. Lo creó la necesidad de llevar los toros desde los campos de las afueras a los chiqueros de la plaza. El recorrido actual es el mismo desde 1852.
Noventa años después, la novela ‘Fiesta’ sigue siendo un gran libro cuyo tiempo ha pasado pero para el que no ha pasado el tiempo
‘Fiesta’ es la novela de Hemingway que puso en la agenda mundial unas fiestas que hasta entonces eran unas más del recatado norte de España a principios del siglo XX. El Nobel fue un asiduo. Siguiendo su senda llegaron después Orson Welles, Arthur Miller y su mujer, Inge Morath, o, en los últimos años, el jugador de la NBA Dennis Rodman. Estados Unidos, Nueva Zelanda y Australia son los países que más visitantes aportan y los más tempraneros en llegar. Fanáticos de la sangría a temperaturas altas, llegan cada tarde desde campings de las afueras a los que vuelven después del encierro. Mañana, miércoles, la plaza del Ayuntamiento de Pamplona volverá a ser puro fuego. El ‘Chupinazo’ nació en la plaza del Castillo y tomó carácter de rito en 1931. El acto pasó al balcón de la casa consistorial de la mano del franquismo. La llegada de la democracia instauró la costumbre de que los grupos municipales se lo turnen de mayor a menor… Planes para todos los gustos. Balcones. Los balcones en las calles del recorrido se pagan a entre 30 y 80 euros por persona, desayuno incluido. Baile de la Alpargata. Cada mañana en el Nuevo Casino. Rezagados de la noche, familias y hasta ilustres como Dennis Rodman. Toros. Más de 20.000 personas cada día. Tauromaquia y desenfreno. Conciertos…
Noventa años después de su publicación, la novela ‘Fiesta’ sigue siendo un gran libro cuyo tiempo ha pasado (sus hoy lugares comunes fueron, tenedlo claro, descubiertos por primera vez por y en él), pero para el que no ha pasado el tiempo. Solo su primer capítulo enseña más que todo un taller universitario de escritura creativa. No ocurrió lo mismo -no ocurre con nadie- con su autor.
En julio de 1961, el autor de ‘The Sun Also Rises’, se sentó a mirar fijo el ojo de un rifle y el sol dejó de salir
Hacia el final de su vida, caían sobre Hemingway los relámpagos del electroshock, intentaba arrojarse a las hélices en marcha de aviones a punto de despegar y sollozaba un “Ya no sale”. En julio de 1961 -con el pasado y el presente, lo que fue y lo que pudo haber sido, la verdad y la mentira confundiéndose en la trama de sus días-, Hemingway, un amanecer de hace 58 años, se sentó a mirar fijo el ojo de un rifle. Y el sol dejó de salir.
Lo primero que el lector encuentra en ‘The Sun Also Rises’ (la novela traducida al español como ‘Fiesta’, título con el que su autor se refería a ella mientras la escribía) es eso de “Ningún personaje en este libro es el retrato de persona real alguna”. Esto, por supuesto, no es cierto; y de ahí que arranque así, mintiendo. Una vez colada esa advertencia justo al principio, todo vale y vale todo, una regla que conoce cualquier narrador.
Hemingway, también se conoce: era un gran escritor y un muy mal tipo. A la hora de trasladar al plano vital los preceptos de su célebre teoría literaria del iceberg (el que solo se atisbe la punta de la trama y el resto permanezca sumergido), para él todos eran el Titanic. Sí, Hemingway no tenía problemas en hundir a todo aquel que lo rodease. Y sus libros no contaban con suficientes botes salvavidas para tantas esposas e hijos. Capítulo aparte merecen los colegas que habían tenido la osadía de ayudarlo en su carrera, como Sherwood Anderson, Ezra Pound, Gertrude Stein, John Dos Passos y Ford Madox Ford, y muy en especial (torturándolo a lo largo de los años y hasta su triste y solitario final, con algo demasiado parecido al sadismo) Francis Scott Fitzgerald, quien aportó sugerencias precisas y cortes decisivos que mejoraron notablemente el manuscrito de ‘Fiesta’. Esto lo prueba la indispensable reedición de la novela en 2014 The Hemingway Library, que incluye descartes y la crónica/génesis para The Toronto Star Weekly ‘Pamplona, July 1923’. Ya se sabe que no hay defecto más incómodo y vergonzante que la gratitud para todo aquel necesitado de creerse un hombre hecho a sí mismo, que además entiende la vida como un safari.
Un impotente ‘love story’, pocas cosas le interesaban más que la sexualidad y no pensar en lo que ocurría entre piernas y cabeza
‘Fiesta’ no es la excepción a esta regla -es casi la norma fundacional- de la fómula Papa de creación por aniquilación. Un libro recién aparecido en Estados Unidos cuenta ahora las historias tras su historia y anuncia sus intenciones ya desde su muy astuto, expresivo y sincero título: ‘Everybody Behaves Badly’. Porque como se lee en ‘Fiesta’, “todo el mundo se comporta mal si le das una buena oportunidad”, y la investigación de Lesley M. M. Blume lo deja claro. La periodista no deja botella de Pernod sin descorchar o cama sin destender ni a luminoso personaje supuestamente imaginario sin descubrirle su sombra real. Este ‘after party ‘de ‘Fiesta’ se une a otras vitales autopsias de obras maestras (recientemente las hubo de ‘Alicia en el País de las Maravillas’, de ‘El retrato de una dama’, de ‘Huckleberry Finn’, de ‘El gran Gatsby’, de ‘Ulises’, de ‘Lolita’ y de ‘Doctor Zhivago’).
‘Fiesta’ es un impotente ‘love story’ -pocas cosas le interesaban más a Hemingway que la sexualidad y tamaños ajenos como maniobra distractora para no pensar en lo que ocurría entre sus piernas y dentro de su cabeza-, con apolíneos norteamericanos desmelenándose en el dionisiaco viejo mundo. La novela de Hemingway es una de las mejores guías de turismo aventura jamás escritas. Da saltos a lo largo de 1925 entre Francia y España, poniendo a Pamplona y al ritual de los sanfermines en el mapa del imaginario colectivo. También es uno de los textos clave de lo que sería conocido como la Generación Perdida recuperando el tiempo extraviado en la I Guerra Mundial. Seguramente, la mejor novela publicada en vida por Hemingway y antecedente existencial-sentimental de ‘En el camino’, de Jack Kerouac, y de tanto tótem iniciático posterior.
Miles de personas reales correrán por las calles de Pamplona intentando que ningún miura los convierta en personajes de selfies y tuits
Pero antes de todo eso, el joven cuentista y corresponsal extranjero, casi desconocido pero en todos los lugares correctos, se sentó a escribir este perfecto retrato de su tiempo y de los suyos. Todo orbitando alrededor de la pasión ya imposible de consumar entre el personaje de la aristócrata bohemia Lady Brett-Ashley (directamente inspirada en Lady Duff Twysden) y Jake Barnes (llamado Hem en una primera versión, pero con una herida de guerra más grave e “imposibilitante” que la de su creador). Los acompañan el judío errante llamado en la novela Robert Cohn (el también escritor y hoy casi olvidado Harold Loeb, anfitrión generoso de recién llegados a la café society parisiense, compañero de tenis de Hemingway y rival en casi todo lo demás, incluyendo las atenciones de la volátil y promiscua Lady, por la que llegaron a los golpes), el igualmente inestable y etílico prometido de la Lady en cuestión Mike Campbell (alter ego del arruinado Pat Guthrie) y una manada de aristócratas decadentes y expatriados británicos y norteamericanos y algún torero (acaso el único centro moral del asunto) reescrito a partir de los matadores Pedro Romero y Cayetano Ordóñez, y muchos toros.
La virtud del muy bien escrito y estructurado libro de Blume es que hace muchas cosas y todas las hace bien. Funciona como estudio crítico; como panorama histórico; como biografía de una personalidad patológica que ya trazaba fríamente el plan de inevitable celebridad descartando primera esposa y aliándose y traicionando según convenga; como making of editorial de lo que resultó ser un muy risqué e instantáneo best seller (abundan en él destellos de antisemitismo y homosexualidad); y como encendido libro de fan. Blume consigue el primario efecto secundario deseado a las pocas páginas: la necesidad impostergable de volver a leer Fiesta.
Esta semana -invocando más su vida que su obra- miles de personas reales correrán por las calles de Pamplona intentando que ningún toro miura los convierta en personajes de selfies y tuits mucho pero mucho peor escritos y enfocados que la perfecta e insuperada ‘Fiesta’. Me pregunto cuántos de ellos la habrán leído.
@BestiarioCancun
www.elbestiariocancun.mx