CARTAS DEL DIRECTOR
SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY
La construcción del muro dejará de ser central para Joe Biden, quien aspira a ejercer el control limítrofe y “asegurar” la frontera “de una manera humana”…
La buena relación de Andrés Manuel López Obrador con Donald Trump, como se vio en su visita a Washington en julio pasado, debe mejorar con Joe Biden, al desaparecer las amenazas y los gestos de desdén, que no tienen cabida en una figura más empática y diplomática. El demócrata Biden, anuncia un conjunto racional de reglas para los aspirantes a inmigrantes, invirtiendo en tecnología inteligente en los puertos de entrada y agilizar el sistema de acogida contratando más jueces de inmigración y oficiales de asilo. Su programa pretende que los que buscan refugio sean “tratados con dignidad y obtengan la audiencia justa que legalmente tienen derecho a recibir”. AMLO, que ha mantenido una relación muy fluida con Trump, basada en el mutuo interés, tratará de seguir cultivándola con Biden. Pero donde se cierra una puerta (migraciones) se abre una ventana para nuevos conflictos bilaterales (energía), con dos nubes en el horizonte…

El choque por la nueva matriz energética. Biden apostará por las energías renovables, mientras López Obrador y Trump lo han hecho por los combustibles fósiles. El giro demócrata a una nueva matriz energética arrastrará a México. El primer paso de Biden será forzar el cumplimiento del Acuerdo de París. El segundo, ejecutar el TMEC que señala que el gobierno mexicano no puede consolidar el monopolio de la Comisión Federal de Electricidad (CFE) y de Pemex. Como apunta Jorge Fernández Menéndez, “imaginar a un gobierno de Biden con una agenda verde, ecológica y apostando por las energías renovables (algo que ya ha hecho Canadá) conviviendo con un socio comercial y fronterizo que apuesta por el carbón y el combustóleo, que ignora los acuerdos de París y quiere cancelar los proyectos de energía renovable y gas, muchos de ellos conectados a inversiones estadunidenses, es ilusorio. La actual política energética de México chocará de frente con la de EE UU”.

La apuesta proteccionista de López Obrador. Tras las elecciones legislativas de medio término en 2021, es probable que López Obrador trate de acelerar el cambio institucional (su IV Transformación o 4T), con un proyecto más intervencionista en materias sensibles como el sector energético, donde las empresas estadounidenses tienen importantes intereses. Estas medidas provocarán tensiones. Las empresas energéticas de EE UU están acusando a López Obrador de “violar los compromisos” bilaterales y 40 legisladores estadounidenses han denunciado la estrategia mexicana de limitar la participación privada en el sector, y socavar el espíritu del tratado entre EE UU, México y Canadá, (el T-MEC) si es cierto que López Obrador está pidiendo a los reguladores no otorgar permisos de operación a empresas energéticas privadas para favorecer a las paraestatales.

En estas últimas elecciones presidenciales del pasado 3 de noviembre, América Latina se jugaba mucho. Si bien el triunfo de Biden no convierte a la región en prioritaria, la nueva Administración cambiará el fondo, las formas y hasta el enfoque del vínculo con los países latinoamericanos. En las formas, se pasará de un tono bronco y unidireccional a otro donde prime la búsqueda de consensos como herramienta para transformar el fondo de una relación más multilateral. En ese sentido, la personalidad del nuevo mandatario, más empático y apegado a las formas tradicionales centradas en utilizar la diplomacia para resolver los problemas y las crisis, será clave. Ese nuevo enfoque tiene raíces en el período de Barack Obama, cuando el vicepresidente Biden era una especie de coordinador para América Latina. En cuanto al fondo, con Biden desaparecerán las amenazas de intervención militar en Venezuela, se aflojará el intento de estrangulamiento económico a Cuba y la relación con Brasil y México, pese a los problemas que se avizoran, seguirá siendo estratégica y prioritaria. México y Brasil siempre van a ser actores importantes pese a las políticas de López Obrador y al ideologismo de Bolsonaro. Sobre todo, porque el pragmatismo de ambos se impondrá sobre sus respectivas inclinaciones ideológicas. Bolsonaro ya está llevando a cabo un giro en política interna acercándose a los partidos del sistema que tanto criticaba antes. Y en México, frente a la volatilidad de López Obrador y sus declaraciones (más boutades que opiniones), se alza la seriedad y profesionalidad de su canciller, Marcelo Ebrard. A pesar de las diferencias con Biden, la apuesta de ambos presidentes será preservar los intereses empresariales y comerciales de sus países, que en el caso mexicano supone el 80% de sus exportaciones.

Si bien existe una cierta euforia por el cambio que representa la victoria demócrata, sería importante rebajar las expectativas, uno esperaría un gran esfuerzo para revivir el multilateralismo, pero creo que deberíamos tener aspiraciones más modestas con Biden. Sobre todo, porque su Administración se centrará en la recuperación económica tras la pandemia, fomentar la producción nacional e impulsar el pleno empleo. Al menos en los dos primeros años la reconstrucción interna consumirá la mayoría de los recursos y de las energías disponibles. De hecho, su prioridad será la reconstrucción más que el fomento del comercio mundial, para reconstruir “la producción y la innovación en EE UU”. Luego podrá haber ciertos cambios, pero para ello los demócratas deberán abandonar algunos preconceptos sobre América Latina.

Pese al cambio de tono y estilo, las fricciones entre EE UU y América Latina no van a desaparecer. Históricamente, los demócratas han sido menos propicios al libre comercio, más críticos con las condiciones laborales más allá del Río Bravo –sobre todo en México– y, ahora –con un mayor peso de la izquierda dentro del partido–, hacen hincapié en la defensa del medio ambiente y los Derechos Humanos, ámbitos donde muchos países latinoamericanos arrastran importantes déficit y carencias. Más allá de los cálculos de cada gobierno en torno a sus simpatías personales o a las ventajas que puedan obtener con el cambio, América Latina se juega mucho en este envite. A partir de 2021, y coincidiendo con el mandato de Biden, prácticamente todos los países de la región elegirán presidente, en unos comicios marcados por la pandemia y sus secuelas sociales, políticas y económicas. Y por el intenso proceso de reconstrucción posterior. Llegado el momento, ¿cuánto se dedicará a solucionar los problemas internos y cuánto se apoyará a los tradicionales aliados hemisféricos? Y, a su vez, ¿cuánta energía invertirán los gobiernos latinoamericanos para recomponer una relación en pie de igualdad que resulte vital para sus intereses?
@SantiGurtubay
@BestiarioCancun
