El jamaicano Usain buscará de nuevo desatar “su justa ira” contra los norteamericanos que le provocan, es favorito para lograr el triple-triple, tres oros más que sumar a los tres de Pekín y a los tres de Londres en los 100 y los 200 metros y el relevo. Del eterno Michael se cree que sumará al menos tres oros más a los 18 que ya ha conseguido entre Atenas 2004, Pekín y Londres, y que se apuntará con el discóbolo Al Oerter y al velocista y saltador Carl Lewis. Prostitutas y prostitutos, carteristas y ‘camellos’ sueñan también con nuevos ‘records’…
Días atrás, en Brasil se celebró en Río de Janeiro la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos 2016. Tras muchas polémicas, por fin el mundo pudo comprobar de verdad el que los cariocas saben organizar un buen espectáculo. Porque la apertura de los Juegos Olímpicos siempre se ha utilizado como un vehículo para presumir de fortaleza social y económica, dos factores de los que ahora mismo Brasil no podría presumir precisamente. Los brasileños han demostrado que no son muy buenos guardando secretos y los detalles y rumores de la que debería ser la mayor sorpresa salpican hace días las páginas de los periódicos locales: que si habrá un símbolo gigante de la paz, que si la modelo Giselle Bündchen sufrirá un asalto, que si un prototipo de un avión de 1906 sobrevolará el estadio de Maracaná, que si Pelé o el tenista Guga Kuerten encenderán el pebetero… El futbolista lleva bastante tiempo enfermo. A pesar de la indiscreción de quien ha visto los ensayos y que ha obligado a los organizadores a hacer cambios de última hora, Brasil sorprendió al mundo… “Atenas fue clásica, Pekín tuvo músculo, Londres fue inteligente y la nuestra va a ser cool”, explicaba momentos antes del acto inaugural el cineasta Fernando Meirelles, director creativo del espectáculo.
La historia que Brasil quiere contar tiene mucho que ver con su historia de colonia, su música -cantaron Caetano Veloso, Gilberto Gil y Elza Soares-, su diversidad, su carácter alegre y su naturaleza, pero hubo una tecla que los organizadores tocarán durante toda la ceremonia con la intención de que el mensaje llegue a las 3.000 millones de personas que verán el espectáculo en sus televisores: dejar de jugar con el medio ambiente. “Otros países conciben sus ceremonias mirándose el ombligo, pero nosotros estamos aquí para dar un recado al mundo. Un mensaje para el futuro”, explicó Meirelles, director de la película ‘Ciudad de Dios’, que retrata la vida en una favela carioca.
Los abucheos contra el presidente en funciones Michel Temer se daban por descontados. La prensa local había revelado que los organizadores (ellos lo niegan) intentarán disimular los posibles gritos del público aumentando el volumen de la música tras la intervención de diez segundos en la que Temer declarará inaugurados los Juegos. No fue una sorpresa en un país dividido por la política y que tiene tradición en humillar a sus mandatarios. La entonces presidenta Dilma Rousseff, que enfrenta un proceso de destitución, fue insultada y abucheada por una parte de las gradas durante el Mundial de 2014. En los Panamericanos de 2007, a Luiz Inácio Lula da Silva, que estaba con la popularidad en alta, lo abuchearon tanto que ni siquiera pudo terminar su frase. Con o sin abucheos pudo palparse un mensaje contra el odio, dejando a los cientos de millones que seguimos lo que ocurría en el histórico estadio de Maracaná con ganas de bailar. Todos nos sentimos, en Cancún, Riviera Maya y Quintana Roo, brasileños.
Podría haber sido esta la semana en la que Brasil se hubiera coronado en el club de las grandes potencias: próspera, pujante, capaz de organizar los Juegos Olímpicos. Cuando Río de Janeiro recibió el encargo, hace siete años, desbancando a Madrid, el tren de Brasil avanzaba imparable: creaba riqueza, aislado de la crisis financiera, con un estable Gobierno de izquierdas que había sacado de la pobreza a 45 millones de personas. Nada parecía salir mal, como confirmaba el hecho de que la empresa estatal Petrobras descubriera frente a las costas de São Paulo un importante yacimiento de petróleo y gas natural que llevó al expresidente Luis Inácio Lula da Silva a recordar el dicho nacional de que “Dios es brasileño”. Aunque lo fuera, nada podría hacer ante a la crisis global ni frente a la proverbial capacidad de los brasileños de ponerse a sí mismos la zancadilla y precipitarse por la ladera del derrotismo.
No es sólo la profunda recesión que vive el país, la peor en su historia, ni el desempleo, que ha superado la barrera del 11%. Tampoco es responsable única la crisis política, con la presidenta Dilma Rousseff apartada del ejercicio del poder por practicar maquillaje fiscal y un ejecutivo en funciones sin legitimidad ni capacidad de gobernar. Ni siquiera es la epidemia del virus del Zika. Es la mezcla de todos estos factores con uno más difícil de medir pero igualmente destructivo: el célebre complejo del perro mestizo, o complexo de vira-lata.
Fue el dramaturgo brasileño Nelson Rodrigues quien acuñó en 1950 esa expresión que hoy se usa de forma muy común, después de que su país perdiera la final de la Copa del Mundo ante Uruguay. Escribió: “El brasileño se coloca voluntariamente en una situación de inferioridad ante el mundo. El brasileño es un narciso al revés, que le escupe a su propia imagen. Esta es la verdad: no encontramos razones personales o históricas para tener autoestima”.
El mundo y las grandes compañías y agencias de marketing esperan, como en Pekín 2008, como en Londres 2012, que Michael Phelps y Usain Bolt, las figuras de dos de los deportes más olímpicos, natación y atletismo, los que nacieron competitivamente con los Juegos y deben a ellos su auge y sus leyendas, continúen acumulando triunfos. Pero, y la novedad merece subrayarse por extraordinaria, a los dos gigantes se les deberá añadir obligatoriamente la figura increíble de Simone Biles, la norteamericana que devolverá a la gimnasia al lugar que merece, el estrellato olímpico.
Río de Janeiro 2016 entra ya en la historia, es la ‘Ciudad de Dios’… El origen de los juegos olímpicos se remonta al año 776 antes de Cristo. Se llaman así porque se celebraron en la ciudad de Olimpia en honor a Zeus, dios del cielo, la tierra y de todos los dioses de la mitología griega. Desde siempre los hombres han practicado deportes para mejorar su rendimiento físico, pero esto estuvo ligado inicialmente a las necesidades de fortaleza para la caza (primero) y las batallas (segundo). Fueron los griegos quienes llevaron a su máxima conexión la práctica de deportes para un saludable estado mental, ligando así el deporte, con el alma, la educación, el espíritu y la sabiduría. El culto que los griegos antiguos realizaban al cuerpo no estaba relacionado con una concepción banal de la belleza, sino como reflejo de las condiciones del espíritu, de la fortaleza interior y de la inteligencia.
Los Juegos Olímpicos se realizaban en la ciudad de Olimpia, ciudad sagrada de relevancia política y religiosa, situada a los pies del Monte Olimpo, la montaña más alta de Grecia y la segunda de los Balcanes. En el Monte Olimpo vivían los dioses mayores, según la mitología griega. En los juegos se rendía tributo a los dioses, exaltando lo mejor de los seres humanos: capacidad artística y destreza deportiva. Durante la realización de los Juegos se decretaba la “tregua sagrada”, que ponía fin obligado a todo enfrentamiento militar que se estuviera realizando en ese momento, como así también a la fabricación de armas. En los Juegos Olímpicos, que se realizaban entre los meses de julio y septiembre, y duraban 6 días, no sólo se concretaban certámenes deportivos, sino que además se realizaban presentaciones artísticas, ceremonias y sacrificios en honor a los dioses.
En Tokio 1964, tuvimos los primeros Juegos con pirotecnia. Ahora nos parece algo de lo más normal, de hecho casi no podríamos imaginar una ceremonia de inauguración sin los fuegos de artificio, pero fueron los japoneses los primeros que los utilizaron. En 1964 y en plena recuperación económica tras la Segunda Guerra Mundial, el país nipón decidió mostrar su fortaleza y utilizó para ello toda la pólvora que pilló a mano.
Los Ángeles 1984: Etta James cantando góspel. La costa oeste de Estados Unidos organizó sus primeros Juegos Olímpicos y demostró que ya en los 80 era la capital mundial del espectáculo. Entre los momentos que siempre se recordarán está Etta James cantando ese clásico que es “When the saints go marching in”. El patriotismo de los estadounidenses en cualquier evento de estas características se multiplicó por mil al celebrarlo dentro de sus propias fronteras.
Barcelona 1992: la primera actuación con un holograma. “Barcelona” fue una canción compuesta por Freddie Mercury hace ahora treinta años y se utilizó como el himno de las olimpiadas. En la ceremonia que daba salida a los Juegos se emitió una grabación de una actuación que Freddie Mercury y Monserrat Caballé habían grabado unos años antes en las fuentes de Montjuic puesto que el vocalista de Queen había muerto unos meses antes de la celebración. Antonio Rebollo es uno de los arqueros paralímpicos más importantes del mundo y fue el encargado de encender el pebetero en Barcelona 92. Como la probabilidad de que entrara la flecha y prendiera era bajísima se decidió que la llama olímpica prendiera de manera automática al pasar la flecha por encima. Así se hizo pero nunca se contó de manera oficial.
Atlanta 1996: cuando Muhammad Ali hizo vibrar un estadio. No hay imagen más potente para la audiencia en televisión como ver a un deportista de la talla de Muhammad Ali llevando la antorcha olímpica en los últimos metros de su recorrido ya fuertemente aquejado de parkinson. Demostró que uno de los deportistas estadounidenses y afroamericanos más icónicos de todos los tiempos también era vulnerable como el resto de los mortales. Pero también que seguía luchando. Desde la eternidad siguió muy atento lo que ocurrió este viernes en Maracaná.
Atlanta 1996: el exceso de Céline Dion. Ahora la canadiense ha alcanzado el estatus de icono trash y pop, pero veinte años atrás era lo más parecido a una intérprete respetable. “The Power of the Dream” es el título de la canción excesiva y llena de gritos que interpretó la de Quebec.
Atenas 2004: el alegato ecologista de Björk. “Oceania” fue el himno olímpico de aquel año. Lo interpretaba Björk, que por aquel entonces estaba obsesionada con hacer canciones con sonidos guturales y acababa de publicar “Medulla”, un álbum hecho únicamente con voces humanas. El himno no era gran cosa, pero era mejor que su disco. Además, cuando lo interpretó en la ceremonia de inauguración de las olimpiadas, estuvo a la altura del espectáculo con una actuación de mareas humanas literales y figuradas.
Beijing 2008: la muestra de poderío de China. Si hubo algo realmente espectacular en la ceremonia de apertura de Beijing, que se celebró en el estadio conocido como ‘El Nido’, proyectado por Herzog y De Meuron, fueron los números de baile. Millones de espectadores pudieron ver un espectáculo con 15.000 extras contratados para la ocasión. Sin duda, suponía toda una declaración de fortaleza por parte de China al mundo, cosa que demostró al ser la primera en el medallero.
Londres 2012: el retorno de las Spice Girls. En medio de un despliegue técnico apabullante las Spice Girls cantaron un medley con algunos de sus grandes éxitos. Lo hicieron subidas al techo de unos taxis negros y 100% londinenses. La coreografía la hicieron los propios coches. Sin palabras. La siempre calmada Isabel II, recta y nunca despeinada, se dejaba llevar por la alegría de la celebración en la capital inglesa y participaba junto a Daniel Craig, caracterizado como 007, en un sketch en el que tenía que saltar desde un helicóptero. Evidentemente, era una doble, pero eso no le quita emoción a la escena.
Después de los avatares del huracán Earl a su paso por la cercana Belice y México, estamos inmersos ya en la gran fiesta universal del deporte, el encuentro de miles de deportistas de todos los países del mundo, que entran, durante 17 días en un estado febril de excepción que solo se repite cada cuatro años, y los aficionados con ellos. Usain Bolt y Michael Phelps serán los culpables de más de un dolor muscular de quienes veamos en pantalón y camiseta de deporte sus nuevos récords, a pesar de la obligada ingesta del tradicional agua con bicarbonato.
Entre el discurso de Lula da Silva de 2009 y la realidad de 2016 hay un país en el que la conciliación de lo irreconciliable ya no es posible
‘Brasil llega a los Juegos Olímpicos sin rostro” es el título de una columna de Eliane Brum, escritora, periodista y documentalista brasileña. Autora de los libros de no ficción ‘Coluna Prestes – o avesso da lenda’, ‘A vida que ninguém vê’, ‘O olho da rua’, ‘A menina quebrada’, ‘Meus desacontecimentos’, y de la novela ‘Uma duas’ considera que “Entre el discurso de 2009 y la realidad de 2016 hay un país en el que la conciliación de lo irreconciliable ya no es posible”. Lo más fascinante de estos Juegos Olímpicos en Río es la negación de una idea de Brasil. Es la imposibilidad de presentar un imaginario cohesivo del país hacia fuera, y también hacia dentro. Es la total imposibilidad de conciliación. Esta es la potencia del momento, confundida a veces con el fracaso, con el estancamiento o incluso con la impotencia. Brasil llega a los Juegos Olímpicos sin que se pueda decir lo que Brasil es.
Para que esto que nos dice Eliana Brum quede más claro, hay que remontarse al año 2009, al momento en el que Brasil fue elegido como sede de los Juegos Olímpicos de 2016. Hay varios vídeos sobre el discurso de Lula tras el anuncio. No el discurso oficial, sino el discurso del entonces presidente hecho para la televisión. Aquel que es espectáculo dentro del espectáculo. Particularmente, prefiero el de Globo, por lo que esta red de comunicación representa en la historia reciente del país, y por el lenguaje que escoge al contraponer el habla de Lula con la reacción de los presentadores y comentaristas. Cuando se piensa que esa “conciliación” fue posible hace solo siete años, todo resulta aún más interesante.
Sugiero ver estos siete minutos, preciosos para entender aquel y este momento. Pero también transcribo aquí las declaraciones de Lula, para que se vuelva más fácil reflexionar sobre los tantos sentidos de aquel discurso, ahora que podemos mirarlo por el retrovisor. Y para que sea posible prestarles atención a los personajes entonces secundarios y congelar la imagen por un momento.
Lula está emocionado. No creo que esté fingiendo emocionarse. Aunque hable con la conciencia de que está produciendo un documento para la Historia, conciencia que siempre ha demostrado tener a lo largo de sus dos mandatos como presidente del país, se cree lo que dice. Cómo Lula ve el país y cómo entiende al pueblo brasileño es crucial para comprender el Brasil actual, dada la importancia del personaje y el papel de protagonista que ha desempeñado. En aquel momento hay una fiesta de celebración en las arenas de Copacabana, como si la multitud que allí estaba tuviese la función de producir la imagen capaz de probar la tesis de su líder.
Los que pensaban que no teníamos condiciones de gobernar este país se sorprenderán con la capacidad del país de hacer unos Juegos Olímpicos
Lula les dice a las cámaras de televisión, y, al decirlo, el líder carismático está en uno de sus momentos de mayor carisma: “Río ha perdido muchas cosas. Río fue capital, Río fue corona portuguesa, y fue perdiendo… Y creo que estos Juegos Olímpicos son un poco una retribución al pueblo de Río de Janeiro, que muchas veces aparece en la prensa, solo en las páginas de los periódicos… Hay que respetarlo, porque es un pueblo bueno, un pueblo generoso. Creo que Brasil se lo merece. Aquellos que piensan que Brasil no tiene condiciones de lograrlo se sorprenderán. Los mismos que pensaban que no teníamos condiciones de gobernar este país se sorprenderán con la capacidad del país de hacer unos Juegos Olímpicos”.
A la pregunta de por qué Río les ganó a ciudades como Madrid, Tokio y Chicago, que disputaban ser la sede de los Juegos Olímpicos, Lula respondió: “Estábamos con el alma, con el corazón. O sea, era el único país que de verdad quería hacer unos Juegos Olímpicos. Porque para los otros sería una oportunidad más. Teníamos que probar que éramos capaces de hacer unos Juegos Olímpicos. Así que creo que la gente ve eso en nuestros ojos. Esta fue la diferencia. Este país necesita tener una oportunidad. No es posible que este país no tenga, en el siglo XXI, la posibilidad que no tuvimos en el siglo XX”.
Acerca de dónde estarían él y el país en ese futuro apoteósico, Lula dice: “No estaré en la presidencia, pero estaré como ciudadano brasileño, poniendo mi alma, mi corazón, para que hagamos lo mejor que se pueda en este país. Hay que celebrarlo, porque Brasil ha salido del nivel de un país de segunda clase y se ha convertido en un país de primera clase”.
Lula le da las gracias a Eduardo Paes, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), a quien se refiere como “este chico”, entonces en su primer mandato como alcalde de Río, y al “compañero” Sérgio Cabral (PMDB), en aquella época gobernador de Río. Así como al ministro de Deportes, Orlando Silva, y al jefe del Comité Olímpico Brasileño, Carlos ArthurNuzman. Una voz le recuerda al presidente: “Michel”. Lula la ignora y continúa hablando. La voz repite poco después: “Michel Temer”. Lula se ve obligado a citarlo: “A Temer, que está aquí”. La cabeza del entonces presidente de la Cámara de los Diputados se despega por un momento de la espalda de Lula, donde se había colocado estratégicamente y de donde no se movió.
La garrapata pegada a la espalda de Lula en 2009 es hoy el presidente interino, que posiblemente gobernará Brasil hasta 2018
Temer había sido reelegido diputado federal en 2006. Con tan solo 99.000 votos, su suma individual era insuficiente para garantizar un mandato más. Solo entró debido al cociente electoral, una reelección garantizada por el total de votos dados a su partido, el PMDB. En 2009 se las arregló para llegar a ser presidente de la Cámara de los Diputados, con el apoyo del Gobierno. Seguirá hasta el final de la entrevista pegado a la espalda de Lula. Cada vez que Lula busca a alguien a su alrededor para darle las gracias, se da de frente con Temer. Pero no lo menciona ninguna vez más. Y la cámara vuelve a cerrar el plano en el presidente más popular de la historia del Brasil posdictadura.
Un reportero pregunta acerca de la “decantada” belleza de Río. Y Lula responde: “Creo que el alma de nuestro pueblo, la mirada de nuestro pueblo, la calidez de nuestro pueblo, la flexibilidad de nuestro pueblo, el color de nuestro pueblo, la sonrisa de nuestro pueblo, es imbatible. Creo que finalmente el mundo lo ha reconocido: es el momento y la vez de Brasil”. Y sigue: “Tenía un orgullo inmenso, inmenso, de estar defendiendo a Brasil. Hoy ha sido un día sagrado para mí. Os confieso que, si me muriese ahora, ya habría valido la pena, sabéis, vivir. Porque Río de Janeiro, Brasil le ha demostrado al mundo que hemos conquistado la ciudadanía absoluta. Absoluta de verdad. Ahora ya nadie tiene dudas de la grandeza económica de Brasil, de la grandeza social, de la capacidad nuestra de presentar un programa”.
Ya muy hacia el final, Lula le da las gracias a Henrique Meirelles, entonces presidente del Banco Central: “Quiero darle las gracias a Meirelles, que hizo una defensa extraordinaria, al anunciar, inclusive, que el Banco Mundial ya ha dicho que Brasil será, en 2016, la quinta economía del mundo”.
Fin de los Juegos Olímpicos de 2009. Ahora, los de 2016. Como el tiempo de esta época es acelerado, 2016 mira hacia 2009 como un pasado remoto. En el futuro que ha llegado, se anuncia a Lula como reo (por presunta obstrucción a la Justicia en la Operación Lava Jato) una semana antes de la apertura oficial de los Juegos Olímpicos. Dilma Rousseff, la sucesora que Lula consiguió que saliese elegida dos veces, está suspendida temporalmente por el proceso de destitución. Y la garrapata pegada a la espalda de Lula en 2009 es hoy el presidente interino, que posiblemente gobernará Brasil hasta 2018. Lula y Dilma han anunciado que no irán a la ceremonia tan anhelada. Y Temer al fin quedará por un instante en primer plano, al anunciar la apertura de los Juegos.
Descubrir quién salió y quién se ha quedado en el tablero del poder es uno de los juegos más interesantes de los Juegos Olímpicos
Brasil no se ha convertido en la quinta economía del mundo, pero el mismo Henrique Meirelles es hoy el ministro de Hacienda del Gobierno provisional, y se dedica a soltar amenazas de aumentar los impuestos cada vez que se le presenta la oportunidad. Descubrir quién ha salido y quién se ha quedado, así como quién ha cambiado de posición (sin que de hecho haya cambiado) se ha convertido en uno de los juegos más interesantes de los Juegos Olímpicos.
Los Juegos Olímpicos, así como la Copa del Mundo, se soñaron como apoteosis del eterno país del futuro que al fin había llegado a un presente glorioso. No es una coincidencia que para representar esta inflexión histórica se hayan elegido dos eventos de exhibición ante el mundo. El discurso de Lula en 2009 es explícito. Toma todos los estereotipos asociados a lo que se conoce como pueblo brasileño, o “pueblo de Río” (el pueblo bueno, el pueblo generoso, el pueblo que tiene corazón, el pueblo flexible, el pueblo que tiene alma) y los pone, en su conjunto, como el diferencial que llevó al país a una victoria en otros campos, el de la política y el de la economía. Brasil habría alcanzado un lugar entre los grandes, o la “primera clase”, con este pueblo. No a pesar de, sino a causa de. Y con Lula, un hombre de hecho “del pueblo”, en el liderazgo, imágenes fundidas entre el representante y el representado. Brasil habría sido elegido como sede de los Juegos Olímpicos debido al “corazón” y al “alma”. Al deseo.
Sucedió 2013, el año en el que las calles y los ciudadanos anunciaron que el tiempo de la conciliación se había acabado
No hay nada banal en esta construcción. Es muy rica. Si los estereotipos están viciados, y es de la naturaleza del estereotipo estar viciado, así como estar al servicio de ocultamientos, hay algo de nuevo en esta apropiación que hace Lula. Hay algo de nuevo en lo que hace con lo viejo. Lo que no impide que siga girando en falso.
Además hay que darse cuenta de que la elección de eventos para que el mundo los vea es también la elección de mirar con la medida del otro. Y no cualquier otro, sino otro que se coloca, y al que se reconoce, como “primer mundo” o “primera clase”. Y que la “ciudadanía absoluta”, en este momento, se equipara con el acceso al consumo. Esta construcción tampoco es banal. Y es muy diferente de construir un lenguaje propio a partir de las extraordinarias experiencias de diversidad de los varios Brasiles.
Cabe recordar que Lula es el gran conciliador: un año después de la elección de Río como sede de los Juegos Olímpicos, el presidente terminará su mandato con la mayor popularidad de la historia desde que hay institutos de investigación para medirla. Entre las diversas razones está la quimera de reducir la pobreza sin tocar los ingresos de los más ricos, lo que solo fue posible gracias a la exportación de materias primas, promovida como si fuera a durar para siempre y sin que se incluyese en la cuenta su enorme coste socioambiental. En este sentido, los Juegos Olímpicos serían no apenas la reconciliación de los pueblos, sino también la de los diversos Brasiles amalgamados en uno solo, los conflictos y las contradicciones mágicamente borrados.
Entre 2009 y 2016 sucedieron muchas cosas. Pero sucedió sobre todo 2013. Si hay algo que no se convierte en pasado fácilmente es 2013, lo ineludible que tantos quieren evitar. En las protestas en las calles es donde queda evidente que el imaginario de conciliación ya no podrá sostenerse. Desde entonces no hay ninguna combinación, recolocación o arreglo posible que le dé una imagen cohesiva a Brasil, o un aspecto “brasileño” a Brasil. Las fracturas que históricamente se ocultaron o se maquillaron ya no pueden permanecer escondidas. El Brasil o los Brasiles se han convertido en irreductibles a la conciliación también en la producción de imágenes y de símbolos.
La disputa narrativa entre el golpe y el no golpe puede sonar como un intento de identificación en medio de identidades que se deshacen
De este modo, Brasil llega a los Juegos Olímpicos demasiado real. En el barro que rompió la presa de Mariana, en la mierda que flota en las aguas de Guanabara, en el genocidio de los jóvenes negros por parte de la policía militar, en el carril bici que se derrumba y mata a gente el día en que se enciende la antorcha olímpica en Grecia. En el jaguar asesinado durante el paso de la antorcha olímpica por la Amazonia. Se podrían seguir llenando párrafos con ejemplos. Hasta la samba de Tom Jobim se contamina cuando es el mosquito del dengue, el chikunguña y el zika el que pasa a tener las alas abiertas sobre Guanabara.
Incluso la disputa narrativa entre el golpe y el no golpe puede expresar un intento desesperado de identificación en medio de identidades que se deshacen. Como la de un Gobierno de izquierdas que desde hacía mucho tiempo no era de izquierdas, como la del apoyo de los movimientos sociales al mandato de una presidenta que firmó una ley que criminaliza a los movimientos sociales, como la de fingir que quien está hoy en el poder no era el aliado de ayer. Más allá de las estrategias y las agendas, la falsa polarización puede también ser un intento de pegar un rostro que ya no cabe en la cara. O de ponerse ropa porque cualquier ropa, incluso un disfraz, es menos desestabilizador que la desnudez.
Ante la fragmentación de la autoimagen emergen varias reacciones identitarias. Una de ellas es la de volver a editar otro estereotipo viciado, el de Brasil como una “republiqueta bananera”, que no consigue hacer nada bien, el del fiasco ante el mundo, el del eterno país de segunda clase, con todos los prejuicios vinculados a los trópicos. Lo que antes se positivó se negativa siempre que conviene. Y lo que aquí está sería una especie de castigo a la osadía de querer ser grande.
Entre las razones por las que no se le perdona a Lula está el fin de la creencia de que es posible lograr la paz en Brasil sin tocar los privilegios
“Nosotros” expuestos al juicio del “primer mundo”, curiosamente confundido con el mundo de los adultos, lo que solo puede ser una broma ante los acontecimientos internacionales recientes. ¿Brasil ridiculizado por el Reino Unido, donde ha ganado el voto del Brexit? ¿Por Estados Unidos, que tiene a un Donald Trump que puede llegar a la presidencia? ¿Por una Francia que lidia con terroristas producidos por sus periferias? ¿Por una Europa que da vergüenza ajena al maltratar a los refugiados? ¿Son estas las matrices que saben lo que hacen?
Esta falsificación de “Brasil vuelve a tu lugar” tiene puntos de contacto con la idea del retorno de cierta élite al poder, una élite que, como se sabe, nunca ha salido de él. Tiene que ver con la idea del retorno “de los que saben cómo hacer las cosas. O de los que entienden de verdad de economía”. O de la idea de que la economía es la lente por la que se puede ver la vida, una creencia laica que emerge con el absolutismo de un mandamiento de Moisés. Hace falta tener cuidado con aquellos que le llaman a Brasil “republiqueta bananera”, porque esas personas o grupos nunca se ponen en este Brasil, ya que se consideran la parte limpia que fue a ilustrarse al extranjero. Lo sucio, lo feo, lo ignorante es el otro. En general, el “pueblo brasileño”, esa abstracción en nombre de la cual se cometen tantas atrocidades.
No es malo que Brasil llegue a los Juegos Olímpicos sin una cara. O más parecido al antropofágico Abaporu de Tarsila do Amaral. No es malo que los estereotipos se hayan derrumbado y que todos los arreglos antes posibles ya no se mantengan de pie. No es malo verse a sí mismo fragmentado. No es malo desidentificarse para que otras identidades, múltiples, se hagan viables. Ya no es posible conciliar lo irreconciliable.
No es un momento cualquiera. Y tal vez la parte más evidente del peso de lo que se está disputando sea el fortalecimiento del Estado policial para reprimir el cuestionamiento de los privilegios. Y para criminalizar el creciente cuestionamiento de los privilegios. Y para encarcelar a quienes los cuestionan. El juego es cada vez más duro, ahora que ha quedado claro que no habrá una conciliación. Ahora que el discurso de 2009 se ha derrumbado, y que su autor, el gran conciliador, se ha convertido en reo.
Hay muchas razones para que diferentes sectores no le perdonen a Lula. Una de ellas es la de que él dejó de hacer la gran magia: la de que la paz en Brasil es posible sin que se toquen los privilegios de los más ricos. La de que podrán reducirse las desigualdades sin que alguien pierda no solo privilegios materiales, objetivos, sino también otros, de carácter cultural y subjetivo. Esta ilusión era cara también para una parte de las diversas élites. Continuar con los privilegios intactos y encima sentirse “entre los buenos” era el máximo sueño de consumo.
“Ya no es posible seguir intentando pegar rostros que ya no tienen cabida. O insistir en encajar caras que solo cupieron antes como falsificaciones. O que eran tan solo máscaras al servicio de borrados. Hay mucha potencia en este momento en el que Brasil es un signo de interrogación en el espejo, en el que Brasil no consigue una unidad en el decir sobre sí mismo, en el que hay gente que intenta apagar la antorcha olímpica con cubos de agua. Hay mucha potencia si las periferias se convierten en centros y desacomodan miradas viciadas. Pero esa potencia se perderá si, por no conseguir imaginar un país a partir de otros supuestos, preferimos cargar por ahí rostros en descomposición”, recalca Eliane Brum.
Río de Janeiro, la ‘Ciudad de Dios’ del cineasta Fernando Meirelles y del cantante Caetano Veloso; Usain Bolt y Michael Phelps, las figuras de dos de los deportes más olímpicos, atletismo y natación, desplazan en los titulares a los protagonistas del caos político y social de Brasil de Dilma Rousseff y Michel Temer y a los mosquitos del Zika, que desde la inauguración de este viernes ni siquiera pican; ‘Dejar de jugar con el medio ambiente’, el lema de la fiesta universal del deporte, nos hizo recordar otros momentos memorables como la Barcelona 1992, cuando el líder de Queen, Freddie Mercury, y Monserrat Caballé cantaban juntos ‘Barcelona’, o cuando la flemática reina Isabel II de Inglaterra saltaba de un helicóptero junto a James Bond, el agente 007, caracterizado por Daniel Craig y se posaba en Wimblendon para inagurar Londres 2012.
@SantiGurtubay
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