Bob Marley ‘vive’ en la Zona Rebelde Maya

EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

El reggae ‘coloca’ en Felipe Carrillo Puerto merced al consumo sacramental de la ‘ganja’ alcanzando la felicidad absoluta, ‘kief’, descrita en sus “Paraísos artificiales”, por el poeta maldito parisino Charles Pierre Baudelaire…

Ética y estéticamente, cuando se conmemora, en apenas unas semanas, el cuarenta aniversario de su muerte por cáncer, se ha afianzado como el gran símbolo del llamado Tercer Mundo. Después de todo, era un mulato de manual de Hollywood: hijo olvidado de un militar blanco británico y una jamaicana muy religiosa. También su música millonaria era altamente mestiza y dio audiencia global a los desheredados y, a diferencia de los Bob Dylan, The Beatles o Elvis Presley, llegó a los cinco continentes. En la zona del Caribe que comprende México, Belice y Centroamérica ha surgido una rama fecunda y original: los ‘rastas mayas’, tras la ‘fusión’ de las inmigraciones negras a México. Esta es la otra historia de The Wailers, un grupo jamaicano de reggae originalmente liderado por el vocalista y guitarrista Bob Marley. Se desarrolla y se mantiene viva en la Zona Rebelde Maya de Quintana Roo.

El 11 de mayo de 1981, víctima del cáncer, Bob Marley fallecía en Miami. Juran muchos jamaicanos que, ese día, el plácido cielo isleño se rompió en rayos y truenos. Pero la tormenta era interior: con 36 años, desaparecía el único artista local idolatrado en toda la Tierra. Y pesaba cierto sentimiento de culpa: Marley se exilió en 1976, tras un sangriento intento de asesinato. El antiguo proscrito tuvo funerales de Estado. La tumba es hoy una de las mayores atracciones turísticas de Jamaica; su mitología forma parte de la identidad nacional. En 2005, Rita Marley se jugó la vida cuando anunció que deseaba llevar los restos de Bob a Etiopía, patria espiritual de los rastafaris; la viuda debió echarse atrás apresuradamente. La imagen y las ventas de Bob Marley se agigantaron tras su muerte. Y aún hoy da réditos: su discográfica publica estos días “Live forever”, grabación de su último concierto. Su música millonaria era altamente mestiza. Basta con comparar los discos que hizo en Jamaica a partir de 1965 con los álbumes editados en el sello Island desde 1973. La diferencia la puso Chris Blackwell, fundador de Island, jamaicano blanco. La genialidad de Blackwell consistió en introducir los Wailers en el mercado del rock, al inicio muy reticente a la propuesta.

Island ya había inoculado el veneno del ‘reggae’ con la banda sonora de “The harder they come” (Caiga quien caiga, 1972), un grandes éxitos de la Jamaica rebelde, pero Marley era hueso duro de roer: costaba entender su ‘patois’ (lenguaje reservado solo para los naturales de la isla que no tienen acceso a las clases altas de la sociedad jamaiquina), por no entrar en su ideología, entre bíblica y separatista. El único elemento de su estilo de vida que despertaba simpatías era el meterse unos porros de mota, la marihuana, la poderosa ‘ganja’, el hachís de Ketama… Muchos oyentes tampoco percibieron que la música de los Wailers estaba mistificada. Blackwell añadió partes de guitarra eléctrica, como gancho para el público del rock. También facilitó la entrada de costosos sintetizadores o el acercamiento a ritmos de ‘disco music’. Votó por la vistosa presencia de las I-Three, coro formado por Judy Mowatt, Marcia Griffiths y la sufrida Rita. No hablamos de imposiciones. Marley era un hombre viajado, con estancias en Suecia o Estados Unidos: sabía que conquistar el mundo requería seducción y flexibilidad. Ningún problema en que la atención se focalizara en su persona: de The Wailers se pasó a Bob Marley and the Wailers y, tras la marcha del místico Bunny Livingstone y el agresivo Peter Tosh, al más manejable Bob Marley, a secas. Cuidaba, además, su ‘look’, en contra del precepto rasta que prohibía recortar el pelo facial.

También ejercía la diplomacia: Island llevó aviones de periodistas a Kingston y Bob impidió que colisionaran con las realidades más crudas de Jamaica o la subcultura rastafari. No se trataba de peligros teóricos: en ruta hacia el funeral de Marley, su amiga (blanca) Vivien Goldman fue asaltada por una turba, empeñada en robarla o algo peor. La jugada de Blackwell funcionó por encima de toda previsión: el ‘reggae’ dejó de ser ritmo veraniego para evolucionar hacia motor de un movimiento global. “Legend”, recopilatorio póstumo, ha despachado más de 20 millones de copias. Nadie pudo llenar su hueco, aunque Island lo intentara. Existe una coda poco conocida. Entusiasmado por el impacto de Marley, Blackwell ofreció Island como trampolín para lanzar otras músicas calientes: publicó discos, a veces pensados con voluntad de ‘crossover’ (la interrelación de historias o personajes de diferentes lugares), del colectivo Fania All Stars, el brasileño Jorge Ben o nuestro ex vecino de Quintana Roo, el guitarrista español Paco de Lucía, el de la obra “Entre dos aguas” y sus poemas interpretados por el mejor cantaor flamenco contemporáneo, Camarón de la Isla… “Después de haberte amado tanto/ de haberte regalado mis noches de amor/ aquí me tienes de nuevo esperando/ necesitando tu lluvia y tu sol/ después de haber nadado en llantos/ mis lágrimas amargas llegaron al mar/ sólo en la arena escuchando cantos de sirena/ qué pena me da…”. No pasó nada, pero, ya en los ochenta, Island se adelantó al fenómeno de la ‘world music’ con gigantes africanos tipo Manu Dibango o Salif Keita, o como el ‘Afrocubismo’ de Elíades Ochoa, cubano que quiso afincarse en Cancún y miembro de Buenavista Social Club, pero decidió irse a vivir a la Luna.

El movimiento Rastafari es mucho más que un movimiento  cultural; es una filosofía, una estética y un original planteamiento alternativo que cuestiona al sistema capitalista. El movimiento rasta puede tener muchas debilidades, como lo tuvo el hippismo de los sesenta, y como  lo tienen muchos otros  movimientos alternativos de inspiración oriental. Sin embargo, sigue creciendo en todo el mundo y ganando adeptos, porque tiene una raíz de independencia y libertad. Al parecer existe una fuente racial que no puede ser suplantada, los blancos rastas parecen una caricatura. En cambio los indígenas americanos poseen una raíz que los acerca a los negros, y cuya mezcla ha sido una fecunda rama de éste fenómeno cultural: el rastafarismo. El Caribe es la zona de mayor difusión y arraigo, Jamaica sigue siendo el faro difusor de la doctrina, los hijos de Bob Marley son profetas y tienen sus adeptos. No obstante, en la zona del Caribe que comprende México  y Centroamérica, ha surgido una rama fecunda y original: los ‘rastas mayas’, los cuales surgen de la mezcla de las inmigraciones africanas a México. Los mayas fueron particularmente benévolos con los negros, los aceptaron e integraron a su cultura, lo mismo que hicieron con los chinos. Los mayas  tienen una tradición hospitalaria que  ha sobrevivido a través de los siglos.

Con el movimiento social maya de 1847, conocido como Guerra de Castas, emigraciones de mayas que huían de la contienda se establecieron en Belice, Guatemala y Honduras. Estos mayas que ya tenían antecedentes de sangre negra, se mezclaron con los negros residentes, los Garífunas,  y es con  ellos  con los que surge el  nuevo concepto de ‘rasta maya’. Mayas que hablan una mezcla de inglés, español y maya. Es en Belice en donde encontramos a los ‘rasta maya’ en su más pura acepción, orgullosos de  sus raíces mayas, negras y latinas. Los rastas  son poetas, músicos, filósofos, pero sobre todo son profetas de una nueva fe y de un nuevo concepto del hombre. Es una curiosa mezcla de mesianismo y arte negro.Quedamos prendados de Marley por su mensaje bello y contestario. Pasó de unas letras inocentes, donde se hablaba de la supervivencia juvenil y las pequeñas tretas en una Jamaica repleta de descosidos, a componer algunos de los mejores poemas musicales de rebelión. La lista es extensa pero si uno escucha “Get up, stand up” o “Catch a fire” siente el asombroso hallazgo humano de la rebelión, de la necesidad de ponerse de pie cuando quieren que te sientes. Con ese bajo en primer plano que suena como si te estuviera empujando, lo notas en ti mismo. Es normal, por tanto, lo que no podía ser de otra forma: el reggae de Bob Marley era una especie de himno en Kingston en Jamaica, en Brixton en Londres o en Soweto en Sudáfrica. Era la llamada pacífica pero subversiva de un sonido primitivo, magnético, con raíces locales del ska pero que se hermanaban al blues de las plantaciones del sur estadounidense, al rockabilly primigenio de Elvis Presley o Ricky Nelson, a la profundidad negra de Memphis, en la ribera oriental del Misisipi, con sus metales.

Bob Marley, hace 40 años, moría de cáncer. Por un segundo, lo pienso, siento lo que es pasar por ahí, combatiendo con fe pero sin armas contra una enfermedad más fuerte que la vida, aunque escondas en tu interior el poder de la fe. Ese poder que hace a unas personas más especiales que otras. El mundo sigue sin ellas, pero, si nos preguntan con qué nos quedamos de este mundo loco y precipitado, lo tenemos claro, como que el sol sale todas las mañanas: nos quedamos con lo que permanece para siempre. Nos quedamos con Bob Marley. Nos quedamos con “Redemption song”. Cada vez que alguien escucha esta canción el mundo seguro es un poco más habitable. Tiene otro color. Porque es todo lo que tenemos, canciones redentoras, que nadie nos puede quitar. Bob Marley Marley recibió un Funeral de Estado el 21 de Mayo de 1981 que combinaba elementos de la iglesia ortodoxa etíope con los de la tradición rastafari. Fue enterrado con su guitarra ‘Gibson Les Paul’ roja en una capilla próxima al lugar en donde nació. El primer ministro de Jamaica, Edward Seaga, fue el encargado de pronunciar el panegírico del funeral. Dijo: “Su voz fue un llanto omnipresente en nuestro mundo electrónico. Sus rasgos afilados, su aspecto majestuoso y su forma de moverse se han grabado intensamente en el paisaje de nuestra mente. Bob Marley nunca fue visto. Fue una experiencia que dejó una huella indeleble en cada encuentro. Un hombre así no se puede borrar de la mente. Él es parte de la conciencia colectiva de la nación”.

En sus “Paraísos artificiales”, el escritor francés Charles Pierre Baudelaire, amante de una vida bohemia y excesos, describe sus experiencias personales con el hachís tras un buen trago de absenta en la cafetería ‘La Palette’, en el barrio de Saint-Germain-des-Prés, en París. “Primero se apodera de vosotros una cierta hilaridad absurda e irresistible. Las palabras más vulgares, las ideas más simples cobran una fisonomía extraña y nueva… A veces, ciertas personas totalmente ineptas para los juegos de palabras improvisan series interminables de tales juegos, de combinaciones de ideas absolutamente improbables, que desconcertarían a los maestros más duchos de este arte absurdo… La segunda fase se anuncia por una sensación de frescor en las extremidades y una gran debilidad… Los sentidos adquieren una finura y una agudeza extraordinarias. Los ojos descubren el infinito. El oído percibe los sonidos más tenues e medio de los más agudos ruidos. Comienzan las alucinaciones… La tercera fase… es algo indescriptible. Se trata de lo que los orientales llaman ‘kief’, la felicidad absoluta. Ya no es algo turbulento y tumultuoso. Es una beatitud tranquila e inmóvil. Todos los problemas filosóficos están resueltos. Todas las cuestiones arduas con las que luchan los teólogos y que desesperan a la humanidad razonante son ahora límpidas y claras. Toda contradicción se ha convertido en unidad…”.

Felipe Carrillo Puerto fue fundado por los mayas con el nombre de Chan Santa Cruz y fue el centro de los mayas rebeldes durante la Guerra de Castas. En ella está situado el Santuario de la Cruz Parlante. Conquistada por el Ejército mexicano a principios del Siglo XX fue renombrada como Santa Cruz de Bravo y fue hasta la década de 1920, la capital del Territorio de Quintana Roo. Posteriormente fue cedida de nuevo a los mayas y la capital trasladada de Payo Obispo, hoy Chetumal. En 1930 recibió su actual nombre, en honor al Gobernador socialista de Yucatán, Felipe Carrillo Puerto. Su nombre original fue Noh Cah Santa Cruz Balam Nah Kampokolche. Si decide perderse en la Zona Rebelde Maya, esto le va a permitir llegar a un lugar espiritual de interminable selvas, donde los animales silvestres parecen hablar con nuevas lenguas en una mágica ‘Torre de Babel’. Los pájaros no paran de cantar. Los trinos no pueden disimular también cierta dosis de ‘kief’, a la que hacía referencia el maldito Charles Pierre Baudelaire.

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