Donald Trump, ‘El Aprendiz de la Historia de los Estados Unidos’

EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARIA GURTUBAY

Muestra su odio a la película ‘Forrest Gump’ y a su actor Tom Hanks, ni siquiera la ha visto en su 25 aniversario…

‘Cuanto más idiota, más éxito alcanzas’ era la consigna del sucesor de Barack Obama dirigida a millones de militantes de la estupidez que le votaron aquel ‘ansiolítico’ 8 de noviembre del 2016. Hace ya tres eternos y perturbadores  años. Lemas del ‘merchandising’ de campaña del heredero del antiesclavista y republicano Abraham Lincoln, coreados por sus ‘supporters’: “Hillary sucks, but not like Mónica” (Hillary apesta -la chupa-, pero no como Mónica) al “Trump that bitch” (Trumpea, machaca a esa perra), “Build the wall! Build the wall!” (¡Construye el muro! ¡Construye el muro!), o los más gráficos “Donald Fuckin Trump”, (Donald Trump el más cabrón) o “Finally someone with balls” (Por fin alguien con cojones). El oponente de la demócrata Hillary Clinton lanzaba consignas falsas, razonamientos infantiles, abundaba en bromas contra los musulmanes, los mexicanos, los gay, las mujeres “demasiado” liberadas, los pacifistas o los ecologistas. Exhibía y exhibe su yupismo pasado de moda para escenificar, en definitiva, uno de los géneros más antiguos de la vida pública estadounidense: el teatro de la estupidez…Hoy ha sido arrojado de su Casa Blanca. Las urnas la rechazado un nuevo mandato de ‘El Aprendiz’. Todavía sigue quejándose. No ha aprendido a perder. Dirigía un show en la televisión donde humillaba a los participantes, presentándose como el ‘empresario ganador’… El ‘poder popular de las elecciones democráticas’ ya le han puesto un apodo ‘El Aprendiz de la Historia de los Estados Unidos’.

De ‘Forrest Gump’ (1994), veinticinco años después, nos divierte ver a Tom Hanks infiltrado en todo tipo de hechos históricos. Inspiró los bailes de Elvis Presley, conoció a John Fitzgerald Kennedy y participó en la Guerra de Vietnam. Pero la realidad fue la que ha hizo un guiño a la ficción. El actor recibió la Medalla Presidencial de la Libertad de manos de Barack Obama, antes de dejar éste la Casa Blanca, en Washington. Un usuario de la plataforma de imágenes Imgur ha relacionado el hecho con uno de los momentos de la película, en el que el protagonista es condecorado por otro presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson. “Cuando Forrest conoce de nuevo al presidente”, se titula el fotomontaje publicado por el usuario britishman99 que compara el momento ficticio, fechado en 1968, y el acto real ocurrido meses atrás…. En sus primeras ocho horas de publicación, superaba las 40.000 visitas. Antes de abandonar su cargo Barack Obama hizo entrega de sus últimas Medallas Presidenciales de la Libertad, el máximo honor civil del país. Además de Bruce Springsteen y Ellen DeGeneres, entre los galardonados se encontraba el actor Tom Hanks, haciendo realidad una de las escenas de ‘Forrest Gump’. El vídeo que recoge el momento, publicado en el perfil de Facebook de la cadena de televisión ABC News, supera el millón de reproducciones.

En la presentación del galardón se definía a Hanks como un icono del cine capaz de inspirar a la sociedad estadounidense: “A lo largo de su distinguida carrera en el cine, Tom Hanks ha mostrado la personalidad de Estados Unidos al tiempo que la suya propia. Interpretando a héroes de guerra, un astronauta, el capitán de un barco, un vaquero de dibujos animados, un joven que crece demasiado rápido y tantos otros nos ha permitido no solo vernos a nosotros mismos tal y como somos, sino también como nos gustaría ser”. Durante el acto público en el que Lyndon B. Johnson le hace entrega de la insignia, el presidente pregunta a Forrest Gump dónde fue golpeado y le susurra que le gustaría verlo. El personaje de ficción interpretado por Hanks se baja los pantalones para mostrarle la herida en su nalga. El galardón termina en manos de Jenny Curran, la mujer de la que está enamorado durante toda su vida. Por desgracia, Tom Hanks no mostró ninguna parte de su cuerpo a Barack Obama en el momento de recibir su medalla. Y es que desde los inicios de la joven nación han sido muchos los tratadistas que han abundado en su singular inclinación por la majadería, si bien esta no siempre se ha expresado con el grado de obscenidad al que asistimos en la era del ruido y la ‘memecracia’.

Congregaciones evangélicas, segundos despertares, testigos de Jehová, sectas que proliferan bajo el flower power, cienciólogos, comunas de iluminados, amish, mormones, gurús de la autoayuda y sus extravaganzas capilares, de Joel Osteen a Jan Crouch… los reciclajes de la guerra entre la razón y la creencia han supuesto una fuente inagotable de malentendidos y espectáculo. A ello colabora un origen nacional que sienta las bases de este desacuerdo, pero también estructuras de desigualdad que no ha permitido una integración social ni racial efectiva, con grandes sectores ajenos a un sistema educativo de calidades mínimas. Que exista un generalizado resentimiento de clase contra las personas educadas, a la vez que una inocultable arrogancia intelectual de quienes pueden mostrar su título, se debe tanto a una historia de agravios regionales como a un desarrollo nacional que no ha sabido, o no ha querido, universalizar el acceso al conocimiento, todavía un objeto elitista. ‘Forrest Gump’, no solo por su singular protagonista ni por su cacofonía con  Donald Trump, sino por los contradictorios subtextos que maneja, parecería una impugnación del ‘American Way of Life’, además de una recreación de los peores estigmas que pesan sobre el sur: Gump nace en un pequeño pueblo de Alabama, es descendiente de un general confederado y líder del Ku Klux Klan, su madre se prostituye y su mejor amiga sufre abusos sexuales de su padre. Pero a pesar de sus taras físicas y psicológicas, y de una fría caracterización inicial que solo resalta su capacidad para seguir órdenes y correr, triunfa a cada paso. El primer mensaje parecería entonces cuestionar el mito del sueño americano o del hombre hecho a sí mismo, sustituidos por un ‘cuanto más idiota, más éxito alcanzas’.

Sin embargo, según avanza la película nuestro protagonista gana en matices y se impone un tono melodramático que comienza a sugerir otra lectura, la que finalmente predominó sobre la cinta e hizo de esta un monumento a la ñoñez, y es que el éxito de Gump surge como el merecido premio a un corazón noble y una voluntad a prueba de hierro. Así que el mismo espectador que podría ofenderse por una caricatura tan grotesca de los valores americanos, también puede sentirse reconfortado ante lo que se interpretaría como un elogio a la simpleza. Si la salud mental de Ronald Reagan, quien, como diría Christopher Hitchens, era ‘as dumb as a stump’ (tan tonto como un tocón de árbol) fue seriamente cuestionada durante su mandato, o George W. Bush venció en 2000 al sofisticado Al Gore porque, aunque fuera abstemio, querrías tomarte unas cervezas con él, o la mejor virtud de Sarah Palin era representar a la típica ‘hockey mum’, Donald ‘Fuckin’ Trump ejerce de tipo con huevos, de vaquero que entra al ‘saloon’ pegando una patada en la puerta, una versión si cabe más bizarra de lo que se venía cociendo en diversos sectores de la sociedad norteamericana. En sus mítines se infiltran, como quienes van a un safari, periodistas y escritores que documentan los sucesos de lo que, sugerirían, responde a una realidad alterna o lejana, aunque más bien parecería calcadita a un programa de Jerry Springer o de Cops, quizás con unos grados más de hiperrealismo. Uno de ellos, Dave Eggers, apunta en su artículo para The Guardian una de las claves para entender al personaje y su audiencia, más atraída por la catarsis con el líder que por sus palabras o sus posiciones políticas concretas: “Si mañana dijera que son los canadienses, y no los mexicanos, los violadores y vendedores de drogas y que el muro debería construirse en esa frontera, nadie pestañearía, sus porcentajes de aceptación no variarían, porque no hay posturas ni principios que les importen. Solo está el hombre, el nombre, la marca, la personalidad que han visto en la televisión”. El argumento explica la célebre frase del propio Donald, cuando el pasado enero dijo aquello de que “Podría matar a alguien y no perdería ni un solo voto”.

Sus catorce temporadas al frente de ‘The Apprentice’, el popular reality show donde los concursantes ponían a prueba sus habilidades para los negocios, permitieron que Trump no solo cultivara una imagen de triunfo que va más allá de lo que dice o hace, sino el manejo de un liderazgo carismático emparentado con esta larga tradición de fundamentalismo político-religioso y su discurso a la defensiva. Trump gesticula, exagera, hace bromas de cosas serias, pasa por encima de cualquier dato factual, se contradice y elabora teorías ridículas pero, sobre todo, ‘te habla’ como si fuera el vecino de arriba y no tuviera mayor responsabilidad sobre lo que dice que el vecino de arriba. Y su electorado, que como cualquier electorado, transita entre el plató televisivo y la escena política, actúa como si todo ocurriera en el altar catódico y en cualquier momento pudiera ponerse a llorar o a hacer zapping. El muñeco, a fin de cuentas, es intercambiable, lo más dudoso es que decaiga la larga tradición de la estulticia, ¿qué seríamos sin ella?

En palabras de Tom Hanks, “la película es apolítica y por lo tanto no contiene prejuicios”. Sin embargo, en 1994 el programa de debate Crossfire, de la cadena de televisión CNN, debatió si el filme promovía valores conservadores o atacaba al movimiento contracultural de los años 1960. Thomas Byers, en un artículo para Modern Fiction Studies, afirmó que ‘Forrest Gump’ era “una película agresivamente conservadora”. El histórico filme idealiza los años 50, sin un cartel de ‘solo blancos’, muy comunes entonces, y revisita los años 60 y 70 como un período de cambio social y confusión. Argumenta que este marcado contraste entre décadas critica los valores de la contracultura de 1968  y reafirma el conservadurismo. Además, la película fue usada por políticos republicanos para ilustrar “una versión tradicionalista de la historia reciente” de los Estados Unidos y atraer votantes para su ideología: “No importa cuán grande sea la adversidad, el sueño americano está al alcance de todos”. Que se lo digan a los miles de centroamericanos que marchan hacia los Estados Unidos de Donald Trump, quien ha movilizado al Ejército, apoyado por la Guardia Nacional de México para impedir el paso por la frontera a quienes tenían el ‘American Way of Life’ como una utopía, hoy transformada en distopía, merced al nieto de Friedrich Drumpf.  

El abuelo de Donald Trump, icono del ‘fake news’, mintió a la ‘Migra’ diciendo que era de origen polaco para que no le confundieran con un nazi de Adolf Hitler. A los originarios de Kallstadt, un apacible pueblecito germano cuya tradición vitivinícola data del Imperio Romano, se les conoce cariñosamente como ‘Brulljesmacher’, una palabra que en el dialecto regional significa fanfarrón. Caprichos del destino… ‘El Aprendiz’ se olvidó de la existencia de un sistema democrático en los Estados Unidos, que permite también el darle una patada en el trasero a ‘tontolistos’ como él y sacarle de la Casa Blanca. Que siga contando sus miles de millones de dólares, pero sin olvidarse de la lana que debe al Servicio de Impuestos Internos​. El diario estadounidense The New York Times, hace unas semanas un extenso reportaje en el que asegura que Donald Trump pagó solo 750 dólares en impuestos federales sobre la renta en 2016, año en que ganó la presidencia de Estados Unidos. No pagó impuestos sobre la renta en 10 de los últimos 15 años. La razón, los mil millones que perdieron sus negocios en su última ‘década prodigiosa’. Donald Trump insiste que la noticia del New York Times es “totalmente falsa”. Desde el 3-N, no paran de recopilar información y carcajear los inspectores del Internal Revenu Service, IRS.

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