Los almendrones’ del enemigo circulan por La Habana

EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Los coches clásicos norteamericanos, que desafían cualquier lógica temporal o política, ayudaron en los peores momentos del ‘Periodo Especial’, junto a las pesadas bicicletas chinas…

La capital cubana es un gran museo de arquitectura al aire libre con edificios históricos que han preservado sus estructuras originales gracias a que el boom constructivo que arrasó barrios enteros en otras capitales latinoamericanas en los años sesenta y setenta no llegó a la isla ‘enemiga’. Un legado fabuloso que fascinó a un visitante excepcional, el arquitecto británico Norman Foster, quien se quedó maravillado con las líneas sinuosas de los Chevrolet, Cadillac, Dodge o Mercury pintados de rosa chicle, verde turquesa, naranja, gris o morado. Muchos son descapotables, como el Buick Super Dynaflow. Y nació la idea de documentar este binomio congelado en el tiempo en un libro, “Havana, autos & architecture”… Estados Unidos volvió a votar contra la resolución de las Naciones Unidas que condena el embargo económico estadounidense sobre Cuba. Israel hizo otro tanto. Otros 191 países apostaron por la normalización. Donald Trump cambió la abstención de su antecesor en el cargo, Barack Obama, quien optó por abstenerse. Las relaciones diplomáticas se rompieron en 1961, tras asumir Fidel Castro el poder e instalar un gobierno socialista. Esos anuales llamamientos no han logrado que Washington cambie de postura. “Son conocidos los sondeos de opinión que muestran el apoyo creciente y mayoritario de absolutamente todos los sectores de la sociedad norteamericana al levantamiento del bloqueo y a la normalización de las relaciones bilaterales”, ha recalcado hasta la saciedad el canciller cubano, Bruno Rodríguez.

A pesar de esta actitud del ‘enemigo’ Donald Trump, el país vecino está entre los cinco principales socios comerciales de Cuba (el 6,6% de las importaciones llegan desde ‘La Yuma’) y es además el primer suministrador de productos agrícolas de Cuba. Suministra el 96% del arroz y el 70% de los productos de carne avícola. Otras importaciones a gran escala provenientes de Norteamérica son el trigo, el maíz, la soya y sus derivados. Actualmente los principales competidores de Washington son la Unión Europea, segundo mayor exportador de productos agrícolas hacia Cuba, seguida por Brasil, Argentina, y Canadá. En total, Cuba importa alrededor de mil millones de dólares. La Habana tiene que pagar en efectivo y al contado todos los productos ‘made in USA’, ya que no hay crédito financiero a la ‘Isla Revolucionaria’.

Estamos ante un anacronismo histórico, que no tiene nada que ver con la ‘realpolitik’ que se impone en la vida del día a día, y desde hace muchos años, entre dos vecinos como son Estados Unidos y Cuba. Testigos ruidosos y contaminadores de esta historia de embargos y bloqueos son los ‘almendrones’ del enemigo que ayudaron en los peores momentos del ‘Período Especial’, cuando desapareció la Unión Soviética, tras el ensayo fallido de ‘La Perestroika’ de Mijail Gorbachov, quien pretendió privatizar los medios de producción y la riqueza y socializar las utopías y la pobreza, algo que desemboca, una década más tarde, en la Crisis del 2008. Los coches clásicos americanos, junto a la arquitectura de ‘La Ciudad de las Columnas’ como la definía el escritor Alejo Carpentier, y las voces ‘esmeriladas’ de los mil y un ‘Buenavista Social Club’ que alegran las tardes, noches y madrugadas en el Malecón habanero, en los toques de tambor en La Lisa o Marianao, en las reuniones de abakuás y ñáñigos, en las fiestas gay o ‘Periquitones’ y en las de la ‘gente guapa’ a los que asistían el director de cine español Pedro Almodóvar y sus ‘chicas’ de la ‘Movida Madrileña’, en las mil y un actividades de los municipios profesionales del Vedado y Miramar…, en las ‘descargas’ de La Puntilla en Santa Fe, cercana a la internacional Marina Hemingway…, desafían cualquier lógica temporal o política, haciendo de La Habana, una ciudad encantada que nos transporta a la década de los cincuenta del pasado siglo.

Cada mañana, cuando el sol empieza a calentar la explanada frente al Capitolio de La Habana, se repite un desfile singular en el Kilómetro Cero de Cuba. Un día cualquiera, más de una veintena de coches clásicos americanos, niquelados y brillantes, aparcan aquí para convertirse en taxis turísticos. Formidables modelos de Chevrolet, Cadillac, Dodge o Mercury pintados de rosa chicle, verde turquesa, naranja, gris o morado. Muchos son descapotables, como el Buick Super Dynaflow de 1950 de William Hernández, que luce un llamativo naranja, llantas cromadas y tapicería blanca. “Sin techo se puede ver todo mucho mejor y el aire alivia el calor”, dice William. Hemos tenido suerte, está esperando a sus próximos clientes y ha respondido el teléfono. A poca velocidad, no más de 30 o 40 kilómetros por hora, suele pasear a los turistas hasta la plaza de la Revolución, el cementerio de Colón, El Bosque de La Habana y el barrio de Miramar para recurvar, siguiendo la majestuosa línea del Malecón, hasta el punto de salida. “Me preguntan mucho sobre el coche y yo les cuento”, dice. A veces sólo acuden al Capitolio para hacerse una foto. A él no le importa. “Hoy se hacen una foto y mañana, quién sabe, puede que vuelvan para darse un paseo”. La tarifa de una hora son 25 o más dólares. Y desde los asientos de estas piezas de museo rodantes se despliega la fascinante belleza destartalada de la arquitectura de La Habana. Un viaje en el tiempo.

En 1994 creamos una empresa mixta en la Cuba del ‘Período Especial’, para editar la revista Mar Caribe y posteriormente Récord y Habanera. Por entonces teníamos la oficina en Miramar y nuestro domicilio en Santa Fe. Los automóviles que habíamos visto en películas como ‘Scarface’ de Brian de Palma y Al Pacino llamaban la atención a los europeos que llegábamos a La Habana para participar en la Ley de Inversiones Extranjeras, un parto forzoso tras la caída de la antigua Unión Soviética. Una tarde, después de conversar con el comodoro del Club Náutico Internacional Hemingway, José Miguel Díaz Escrich -logramos con él nuestra primera página de publicidad de Mar Caribe-, compartimos con otros socios. Uno de ellos estaba vendiendo un Biuk de 1956, de color negro, con cuatro puertas sin columnas, perteneciente a los ‘Tigres de Manferrer’, una pandilla que dominaban los ‘negocios’ en La Habana de Fulgencio Batista. Me llamó la atención su parabrisas, donde se podía ver las señales de un disparo, disimulado con una ‘lengua’ de los Rolling Stones. El precio, 2.000 dólares (fulas), cuando 1 dólar se cambiaba en las calles de La Habana o Santiago de Cuba entre los 100 y los 150 pesos. Hoy, el cambio está en los 24 pesos. Estuvimos a punto de comprarlo. La escasez de combustible para este ‘tanque de guerra’ nos obligó a desistir de este sueño de una noche de verano.

“La Habana es un gran museo de arquitectura al aire libre con edificios históricos que han preservado sus estructuras originales gracias a que el boom constructivo que arrasó barrios enteros en otras capitales latinoamericanas en los años sesenta y setenta no llegó a Cuba”, explica la arquitecta cubana María Elena Martín Zerquera, coautora de una de las guías más ambiciosas de la arquitectura habanera, editada por la Junta de Andalucía. En ella se incluyen joyas de una de las épocas más destacables, la primera mitad del siglo XX, con obras de estilo Art Decó, Art Nouveau, Eclecticismo y Movimiento Moderno, edificios que uno, si sabe mirar, descubre durante un paseo por las calles de La Habana. “Hay barrios enteros que guardan todavía el urbanismo, el trazado original de aquella época. El Vedado, Miramar o el Nuevo Vedado, que se levantó prácticamente por completo en la década de los cincuenta, son ejemplos. El Malecón, el Paseo del Prado o la calle Reina son auténticas joyas. Un patrimonio arquitectónico de gran valor que necesita urgentemente un plan de rescate”, dice la arquitecta. Un legado fabuloso que fascinó a un visitante excepcional, el arquitecto británico Norman Foster, quien en sus repetidos viajes a la isla caribeña también se quedó maravillado con las líneas sinuosas de los coches clásicos. Y nació la idea de documentar este binomio congelado en el tiempo en un libro, “Havana, autos & architecture”, que vio la luz. Coches y arquitectura. Dos elementos que dan título al libro y que desafían toda lógica temporal, que funden el presente y el pasado de la ciudad y encierran historias que sólo podrían contarse en La Habana.

La vida media de un coche en Europa es de entre diez y 15 años. En Cuba se calcula que actualmente circulan cerca de 70.000 vehículos estadounidenses producidos antes de 1959, o sea, que tienen al menos casi 60 años. Muchos de ellos se han convertido en taxis colectivos, una especie de transporte público, el ‘boteo’, con rutas fijas que alivian la complicada movilidad cotidiana de la ciudad. Los cubanos suelen llamarlos “almendrones”, en referencia a su forma de almendra gigante, o simplemente “cacharros” cuando ya están muy destartalados. Los más exclusivos y cuidados son, simplemente, “clásicos”. La gran mayoría sigue circulando gracias a múltiples adaptaciones e inventos mecánicos varios. Llevan motores rusos o modernas piezas coreanas. Todo vale con tal de seguir rodando y gastar menos combustible. Pero mantienen lo más visible, su estética, rompedora en su tiempo. Son los sueños lúdicos de grandes diseñadores hechos realidad. Salieron al mercado en un tiempo en el que la aerodinámica, el tamaño, el peso o la eficiencia no importaban. Uno de los modelos más brillantes fue el Chevrolet Bel Air de 1957, un clásico entre los clásicos, símbolo del sueño americano, el lujo accesible para la clase media. Sus grandes y estilosas aletas fueron trazadas por el genial Harley Earl (responsable de otros modelos míticos como el Chevrolet Impala o el Cadillac Eldorado), y en Cuba se vendieron de este modelo unas dos mil unidades.

Quien quiera seguir admirando coches históricos puede acercarse al Depósito de Automóviles Antiguos, donde el historiador de La Habana Eusebio Leal, fallecido recientemente, logró reunir, entre otros, un Oldsmobile modelo Ninety Eight que perteneció a Camilo Cienfuegos, guerrillero histórico de la Revolución, y el MG descapotable que aparece en la portada del disco más famoso de Benny Moré. Coches que rememoran una época llena de historias. En los años ochenta y noventa del pasado siglo, vigente todavía la Unión Soviética y Moscú marcando las ortodoxias marxistas, la ciudad tenía un rostro mucho más politizado que ahora. En cada esquina había un cartel o una pintura con mensajes políticos y consignas anticapitalistas. Viví 14 años en La Habana, en Santa Fe y el Vedado y en este tiempo de serias dificultades económicas, la gente nunca perdió su chispa, es más, las necesidades despertaron el ingenio. Si algo se rompe, no se tira. Se busca una solución. Y casi siempre la hay. ‘Todo se resuelve’, era la consigna.

El arquitecto inglés Norman Foster, que es quien dirigirá las obras del nuevo Aeropuerto de México, se ha mostrado embelesado por otra de las contradicciones que se dan en la isla, donde los últimos coches, junto con las piezas de repuesto, entraron en los años 60, del pasado siglo XX. “Es caótica, pero de ella sale un objeto perfecto”, ha señalado en referencia a la capacidad para hacer salir de un viejo taller un vehículo incluso más perfecto que cuando estaba nuevo. El increíble ingenio de los cubanos, que llegan a fabricar piezas en tornos artesanales, ha permitido mantenerlos e, incluso, estos facilitaron que en la época dura de la crisis el país siguiera funcionando, pues sirvieron como transporte público. Volvemos a la contradicción. El coche del enemigo hizo que el país no se parara en la peor época. Ilusiones y pesadillas de sueños cromados. Esos dinosaurios fabulosos, serían reemplazados por coches modernos, quizá técnicamente superiores pero carentes de alma.

Recordamos muchas veces y nos arrepentimos de no haber adquirido aquel Biuk de 1956, de color negro, de los ‘Tigres de Manferrer’. Su cristal agujereado por alguna bronca entre las mafias de aquellos tiempos pasa desapercibido por una ‘lengua’ anagrama de los Rolling Stones. Mick Jagger espera volver a la Habana Vieja, con su ‘Satisfaction’, si, este próximo 3-N, no logra su distópica reelección Donald Trump ‘El Aprendiz’, transformista protagonista de una obra del escritor inglés William Shakespeare. No es más idiota porque no se entrena. Está muy ocupado con sus pócimas cloradas contra el COVID-19, que no han logrado impedir que mueran por la pandemia un cuarto de millón de estadounidenses.

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